Casado debe romper amarras con el pasado

La irrupción del caso Kitchen en el panorama judicial y político español exige que el líder del PP, Pablo Casado, rompa amarras con el pasado turbio de su partido. Es su única opción si aspira a rehacer una mayoría suficiente para gobernar en España, o sencillamente si quiere permanecer al frente de su formación política. No hay que olvidar que, además de la instrucción del caso de espionaje sobre Luis Bárcenas utilizando fondos y funcionarios públicos, en las próximas semanas puede haber nueva sentencia del caso Gürtel, que forzó la salida del Gobierno de Mariano Rajoy.

Durante todo el fin de semana, los líderes y asesores del Partido Popular han estado analizando la situación y elaborando escenarios y respuestas ante lo que pueda suceder en los próximos días. La amenaza del que fuera secretario de Estado de Seguridad, Francisco Martínez, de contarle a juez todo lo que sabe, ha fijado el foco de atención no solo sobre los ministros del Interior, Jorge Fernández Díaz, y Defensa, María Dolores de Cospedal, sino sobre el propio Rajoy, como principal perjudicado por la documentación en poder del extesorero popular.

Varios líderes regionales del partido han hecho llegar estos días el mensaje a Génova de que no es posible defender lo indefendible, aunque sí se puede desvincular a la actual cabeza del PP de unos hechos "que ocurrieron hace diez años", según declaró el domingo el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Nuñez Feijoó.

No hace falta irse muy lejos en el tiempo para comprobar cómo el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, capeó el temporal de las duras sentencias sobre los ERE de Andalucía. Un procedimiento que afectó a dos expresidentes del partido y a innumerables altos cargos de la Junta de Andalucía, gobernada de forma clientelar por los socialistas durante décadas. Sánchez hizo ver que eso fueron cosas del pasado, que los afectados ya habían dimitido de todos sus cargos políticos y que él nunca tuvo nada que ver con el entramado corrupto. El líder socialista ni siquiera pidió perdón públicamente por el monumental fraude que cometió su partido durante años y años en Andalucía.

Según las fuentes del PP consultadas estos últimos días, esa puede ser la posición de la actual cúpula popular: desvincularse de las graves actuaciones ocurridas entre 2013 y 2016 (y, por supuesto, de la financiación irregular de la Gürtel), e ir exigiendo la renuncia de los cargos en el partido a todos aquellos que resulten procesados (o incluso imputados), a medida que vaya sucediendo. Pensándolo bien, es la única salida que tiene Casado.

Al final, los populares pueden darse por afortunados de que las primarias arrojaran como ganador a Pablo Casado, en lugar de Soraya Sáenz de Santamaría o María Dolores de Cospedal, ambas personas de la máxima confianza de Rajoy e involucradas en varios asuntos de los escándalos promovidos por el excomisario José Manuel Villajero. Ninguna de las dos podría desligarse tan fácilmente del caso Kitchen; en cambio Casado, sí.

El actual líder del PP tiene que afrontar, además de la crisis de corrupción pública de Gürtel y Kitchen, otros problemas en el ámbito de la estrategia política que viene desarrollando en los últimos meses. Nunca hasta 2015, los populares habían tenido que competir con otras dos fuerzas políticas por un mismo espacio electoral. El crecimiento de Ciudadanos y la irrupción de Vox les han hecho perder millones de votos que les aseguraban históricamente un suelo cómodo en su contienda con los socialistas. Y Pablo Casado se ha mostrado muy volátil en la gestión de esa competencia.

Por un lado, el líder del PP ha gestionado con eficacia los resultados electorales en determinadas comunidades autónomas (Madrid, Andalucía, Castilla-León y Murcia), y decenas de ayuntamientos, logrando pactos de gobierno con Ciudadanos y el apoyo parlamentario de Vox. Sin esos acuerdos, los populares estarían fuera del juego político y aunque los apoyos del partido de extrema derecha le supongan hipotecas en su imagen pública, se puede defender teniendo en cuenta que los socialistas no paran de llegar a pactos con la extrema izquierda, los soberanistas e incluso con un grupo que sigue sin divorciarse del terrorismo de ETA.

El problema es que, en su intento de recuperar votos por su derecha, Pablo Casado y su equipo se han dejado llevar demasiadas veces por el fervor radical de Santiago Abascal y han desaprovechado oportunidades para mostrarse como una fuerza política conciliadora y colaboradora para solucionar los problemas del país. En la lucha por el relato político, que tan bien maneja Pedro Sánchez (aunque sea con trampas o demagogia), el PP va perdiendo una batalla que le sitúa como un partido que se opone a todas las propuestas de un Gobierno al que quiere derrocar.

En política, las noticias duran hasta que llega la siguiente. Y los estrategas de Casado deberían fijar posición de forma inmediata sobre el caso Kitchen (un asunto del pasado) e iniciar una ofensiva política con propuestas de interés general para los españoles. Deberían imitar la estrategia de Podemos, que zanjan su continuas crisis con nuevos anuncios que hacen olvidar sus problemas. O la de Sánchez. Aunque ambos cuentan con la ventaja del BOE.

Además, la presentación de una moción de censura por parte del Vox le puede dar la oportunidad al líder del PP de desmarcarse de esa radicalidad a la que le lleva a veces la centrifugadora de Abascal. Casado tienen que encontrar su posición en el panorama político español, su tono y su hoja de ruta. Si no lo hace, corre el peligro de permanecer en la irrelevancia, que es lo peor en política.

Javier Ayuso

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