Casado-Egea, entierro en Sevilla

Los votantes del PP han discernido con meridiana claridad cuanto ha pasado en el partido estos días, según la encuesta con la que abrimos este domingo nuestra portada. En síntesis, Casado se quedó sin autoridad de repente porque el electorado no entendió su ofensiva contra Díaz Ayuso, mientras las depuraciones previas de García Egea tenían predispuestos en su contra la mayoría de baronías y estamentos de la organización, y ante la guerra civil desatada optaron por alejarse de la dirección. Así de sencillo: muerte súbita, fin de etapa. A cuarenta y ocho horas de la reunión de la Junta Directiva Nacional cabe constatar cuatro evidencias.

(1) Núñez Feijóo ya no puede eludir su responsabilidad para ser el nuevo líder popular, desde el pasado lunes dio «pasos irreversibles» que lo ataron a su nuevo destino. La ironía es que el presidente gallego era hace dos años el contrincante a neutralizar, hasta que la estrella fulgurante de Ayuso apagó todas las demás: «El gallego ya no puede relevar a Casado, ya no conoce el partido, estamos cambiando a todos y cuando llame a una provincia no tendrá ni los números de teléfono».

(2) El congreso extraordinario, de carácter refundacional, tendrá lugar en Sevilla, plaza inamovible, será la manera de potenciar al anfitrión, Juanma Moreno, el otro barón con un peso trascendente en esta crisis, quien además tiene delante de sí un enorme desafío electoral.

(3) ¿Quién falta aquí, cuál es el tercer vértice del triángulo de poder emergente?: Díaz Ayuso. Nada más terminar el congreso de Sevilla se activará el congreso de Madrid, de inmediato, será casi un recongreso, un Sevilla II, un paseo triunfal para ensalzar la figura indiscutida y más querida por las urnas; Ayuso tendrá su partido y su momento y a su lado, aplaudiendo, toda la Génova renovada.

(4) Surgirá un PP donde vuelven a contemplarse los equilibrios y en el que cambiará radicalmente el estilo de mando; se necesita un perfil temperamental muy determinado, por lo que el presidente del comité organizador, González Pons, si lo hace bien estas semanas lleva todas las papeletas para ocupar el despacho de la séptima planta que Teodoro García Egea ha tenido algunos días bloqueado hasta que el viernes al fin desalojó sus papeles. Alguno respiró aliviado entonces, temiendo quizá que tapiar la puerta como si fuera la habitación de los libros de Don Quijote resultara excesivo, pero había que ir considerando emular al conde de Godó cuando una buena mañana metió una cuadrilla de pintores y operarios en el despacho del director de ‘La Vanguardia’ porque Galinsoga, cesado del cargo, se negaba a retirarse. La sangre no ha llegado al río, pero también resulta paradójico que González Pons asuma a partir del martes las competencias de Casado, que quedará estatutariamente como presidente en funciones hasta el congreso, cuando hace pocos meses perdió la presidencia del Parlamento Europeo que ya tenía ganada en Bruselas por falta de apoyo de sus superiores en Madrid.

Casado pudo bajar las armas en cuanto García Egea abandonó el fortín de la resistencia y preparó así la rendición en clave estética y personal, bajo una gran sensación de injusticia: «Yo no he hecho nada malo» o «yo no sabía nada». Que es, al parecer, lo mismo que se ha oído estos días pronunciar al alcalde Almeida: «Creo que a Pablo y a mí alguien nos ha engañado». Todo esto puede tener mucho o parte de verdad pero resulta difícil de probar; hasta los equipos de confianza de Casado en el partido y en el grupo parlamentario le abandonaron porque se sintieron violentados por no saber nada de la guerra interna que se estaba librando contra la presidenta madrileña, incluyendo sospechas de espionaje («no hay nada como tal, pero si me preguntas si alguien ha metido la pata con algo de eso, yo te diría que sí»). García Egea era el tapón, en su carácter está defender hasta el último palmo de terreno, no ceder; intentó pelear con todo lo que le venía a mano; diputados, senadores, eurodiputados, presidentes provinciales, pero fueron renegando uno tras otro («la gente no le siguió, al revés, cómo iban a seguirle si tiene las cunetas llenas de víctimas»). García Egea ejerce el estilo bronco de su generación; arrollar internamente, a la manera de Sánchez, Iglesias o Rivera, pero vamos viendo que a casi ninguno le funciona el método. Ahora falta despejar la incógnita de si conseguirá inventarse un candidato para competir con Feijóo en el congreso de abril a modo testimonial, por el propio instinto de lucha.

En el capítulo final, en tono de reivindicación biográfica, el todavía presidente del Partido Popular quiere llegar vivo a su entierro, al congreso de Sevilla, dar por sí mismo el testigo a Núñez Feijóo, pero habrá más lástima que gloria en el ambiente, más gesto de hidalgo urgido de apariencias que épica de héroe vencido, aquello no se percibirá con los tintes fúnebres del entierro de un señor de Orgaz, no, sino como un mero despido, al estilo chusco y marrullero de ‘El buen patrón’, la película de los Goya. Casado alcanzó el poder en unas circunstancias extremas y difíciles, tras la caída de Rajoy y con un partido abierto en canal, eso no se puede negar. Le repartieron las cartas en un tiempo en el que la política ya no admite segundas oportunidades, no se puede barajar y repartir de nuevo; debes corregir rápido y una sola vez o enseguida resulta tarde. Sus expectativas de éxito siempre fueron más débiles que los errores: no aprovechó el tirón de Ayuso, se enceló, eligió «el camino difícil» en su relación con Vox, viró varias veces de rumbo, se cruzaron líneas rojas en su nombre dejando cadáveres en el camino y finalmente alguien le arrebató la iniciativa y provocó una convulsión interna que se lo ha llevado por delante. Pero, objetivamente, al PP le puede venir bastante bien la representación del traspaso de poderes sobre el escenario sevillano. Porque también está en el Quijote aquello de que «al que has de castigar con obras, no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las buenas razones».

Julián Quirós, director de ABC.

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