Casado habrá de hacerse el gallego

Atendiendo al adagio latino de que «lo que hoy es novedad, mañana es costumbre», habrá quienes quiten lustre a la rutilante victoria de Alberto Núñez Feijóo en las elecciones gallegas. Al tratarse de su cuarta mayoría absoluta, igualando la marca de Fraga, ha perdido aires de estreno. Sin embargo, aunque pocas cosas sepan como la primera vez, el reelegido presidente de la Xunta tiene fundadas razones para degustar ese triunfo con caracteres de primicia tras cosechar 41 escaños en un hemiciclo de 75.

Mucho más cuando unas horas antes de cerrar los centros de votación le anticiparon que la encuesta de la televisión gallega no daba por segura su mayoría absoluta. Debió de venirle a la memoria cómo un solo escaño dejó en la estacada a Fraga en 2005 con Zapatero recién llegado a La Moncloa al igual que ahora Sánchez. Un huidizo escaño 38 frustró el sueño de un octogenario de morir siendo presidente tras el pacto de perdedores del PSOE y BNG.

Casado habrá de hacerse el gallegoA diferencia del dicho taurino de que no hay quinto malo, sí lo fue para el viejo león de Villalba empecinado en seguir siendo el rey de la selva cuando ya era una caricatura de sí mismo y buscó emular al presidente dominicano Joaquín Balaguer, quien se postuló una novena vez en 2000 con 94 años y prácticamente ciego. Aquella agónica campaña –un auténtico vía crucis con caídas incluso– hizo que algunos de sus electores se apiadaran de Fraga aliviándole la carga de su voto y traspasándoselo a un bipartito que se reveló tan incompetente como pródigo en abusos a cargo del dueto formado por el socialista Touriño y el nacionalista Quintana.

Cuando Feijóo recuperó la Presidencia de la Xunta en su exitoso debut de 1 de marzo de 2009, fue merced a ese providencial escaño 38 que establece una infranqueable frontera entre el todo y la nada. Tras bailar cual bola del tenis sobre el dobladillo de la red como en la película Match Point de Woody Allen, la pelota cayó del otro lado y le supuso ganar el partido de su vida. Aunque al inicio del filme una voz fuera de imagen subraya lo bien que conocía la esencia de la vida quien dijo que «más vale tener suerte que talento», no se le puede negar capacidad y tino a Feijóo si bien no hay talento que, por muchos quilates que tenga, relumbre sin la luz de los astros.

Así, en esta inédita cita electoral en medio de una pandemia, pero que no impidió el incremento de la participación incluso en la comarca más infectada por el coronavirus, Feijóo ha sabido conjurar todos los peligros que se cernían sobre su hegemonía: de un lado, un PSOE crecido tras vencer en Galicia en los comicios generales y locales, copando tres de sus cuatro diputaciones y sus principales alcaldías coaligado a neocomunistas y soberanistas; de otro, la fragmentación del centroderecha con la aparición de listas de Vox y de Cs que podrían restarle sufragios claves para la mayoría absoluta.

En este sentido, arriesgó al vetar la candidatura conjunta con Cs comprometida por Casado con Arrimadas, a diferencia de los comicios vascos de ese domingo. Si en pagos gallegos se ha demostrado prescindible y en los vascos no ha impedido un retroceso del PP de nueve a seis escaños, si bien las encuestas eran aún más pesimistas, la alianza llega tocada del ala a la cita catalana del otoño, aunque su estreno no haya tenido los mejores campos de prueba y con Cs reposicionado como repuesto del Gobierno Frankenstein cuando la lucha en el seno separatista hace que ERC juegue a la ruleta rusa con Sánchez.

Lo cierto es que, merced a su apreciable buen hacer y al temor a un retorno al nefando Gobierno de coalición del PSOE y BNG ampliado con Podemos, la socorrida fórmula del yo o el caos le ha funcionado a Feijóo a las mil maravillas. Tanto para concentrar el voto del centroderecha como para atraerse a parte de quienes se inclinaron por el PSOE en municipales y generales. La catapulta de La Moncloa no ha servido al PSOE y Podemos para asaltar el fortín compostelano, sino que ha volcado y ha aplastado sus expectativas al reavivar el Gobierno de «insomnio» de Sánchez e Iglesias la pesadilla del cuatrienio negro del PSOE y BNG. Si huyendo de la quema el presidente Sáncheztein presentó el parte de averías del Falcon para no estar en el cierre de campaña y no verse salpicado por el desastre, su vicepresidente, tratando de resucitar cual ave fénix de sus escándalos, salió achicharrado y ahora persigue hacerle la autocrítica a los demás.

Ese doble fiasco en Galicia y País Vasco posibilita que BNG y Bildu se erijan en fuerzas hegemónicas de la oposición a costa del PSOE y de Podemos en menor medida. En vez de rentabilizar su estancia en el Gobierno o trasvasarse votos entre sí para que no vaya a terceros, ambos están creando clientelas para los socios soberanistas de la coalición Frankenstein a cambio de disfrutar de los lugares de privilegio que ostentan tras su abrazo para sostenerse a raíz del fiasco de la repetición plebiscitaria de noviembre en la que Sánchez perdió tres de los 123 escaños que se granjeó cinco meses antes.

Si el PSOE achacaba cínicamente al PP de ser una fábrica de independentistas para disimular las consecuencias de la política de Zapatero de pactos con el soberanismo para imposibilitar el retorno del PP, así como de blanqueamiento del brazo político de los terroristas de ETA, ahora se diría que los socialistas abren factorías en media España mientras se confunde con ellos para dar carta de normalidad a un proceso destituyente que socava la soberanía nacional y arriesga la integridad territorial.

Después de superarse el dilema entre reforma y ruptura en favor de la primera porque así lo votaron los españoles, los partidos rupturistas se enseñorean del poder con la ayuda inestimable de un PSOE que se desentiende de su obra constitucional bajo el señuelo de una supuesta república confederal que acabaría con la democracia suplantándola por una tiranía y con España disgregada en un puzle de imposible encaje. Un cambio de régimen en marcha con la Corona como gran elemento a batir al ser garante de asuntos tan sustanciales para la nación española.

A este respecto, nada ayudan los pecados capitales del Rey emérito. Toda la prudencia que tuvo y el prestigio que atesoró en su primera década de reinado lo ha arrojado por la borda al echar en saco roto que un servidor público, aunque corone su testa, no puede vivir de las rentas hasta dilapidarlas ni pensar que su inviolabilidad de Jefe de Estado todo lo permite, aunque esa falta de decoro no tenga por qué marcar una institución como no lo hace en ninguna otra forma de Gobierno. Ello entraña una pesada carga y enojosa tarea para Felipe VI, cuya ejemplaridad no debe ser ensombrecida por el padre, sino subrayada como mérito añadido al haber preservado a la institución por encima de hipotecas y desgarros familiares.

En medio del acoso a la Constitución y a la nación, con un Sánchez dejando hacer a sus socios cuando no empujando discretamente, el PP puede malbaratar su gran triunfo en Galicia si, a diferencia de lo que aconteció a raíz de la primera victoria de Feijóo en 2009 que resucitó a un Rajoy al que aquellas urnas podían haber sido funerarias tras ser dos veces vencido por Zapatero, se enzarza en unas discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles como las que propiciaron la conquista de Constantinopla por el sultán Mehmet II en 1453.

Si se argüía que todo bizantino encerraba un teólogo capaz de retorcer los argumentos hasta límites inverosímiles, otro tanto puede acaecer en el PP en la porfía sobre la moderación o radicalidad del partido tras reclamar Feijóo en el Comité Ejecutivo Nacional del miércoles un partido «centrado» y «templado» para dejar fuera del Congreso al populismo como en Galicia, lo que llevó a Casado a terciar con que «nadie» tiene que llevar al PP a la moderación, pues «siempre hemos estado en ella».

Aunque España haya registrado en su historia un Partido Moderado y otro Partido Radical, el dilema del PP no estriba tanto en el modo de expresar una política, pues ello depende también de factores exógenos, sino de consolidar una alternativa que no puede limitarse a esperar el desgaste del Gobierno y heredarlo con sus políticas. Como ya se ha hecho tradición y rutina en un partido que, cuando vuelve al Gobierno, se limita a administrar lo que recibe dejando intactas las políticas ajenas.

Esa ineludible tarea puede verse complicada porque, al margen de lo que haga Feijóo, va a suponer una espada de Damocles para Casado y, si no, ya se encargará la izquierda. Con 52 años, no parece querer jubilarse en la Xunta, aunque dejara pasar la ocasión de suceder a Rajoy, lo que hubiera evitado la fragmentación del PP. Es verdad que el calendario político no le ayudó y que se quedó aguardando a Rajoy y éste a su vez a Feijóo, mientras se sentía preso de su compromiso con los gallegos y percibía ser objeto de la balacera de Soraya Sáenz de Santamaría.

En ese brete, a Casado no le va a quedar otra que hacerse el gallego para desentrañar lo que cavila Feijóo y averiguárselas como aquel paisano que, tratando de verse con un amigo, lo encuentra contra toda lógica en Santiago. Perplejo, le interpela: «¿Qué haces aquí?», a lo que el encontradizo le contesta sereno: «Venía a verte». «¿Y cómo supiste que estaba en Santiago?». «Muy sencillo –pondera–. Acudí a Pontevedra y tu mujer me indicó que habías ido a Coruña para que pensara que te hallabas en Vigo. Pero sabía que te localizaría en Santiago».

Con todo, al margen de hacerse cargo de estas sutilezas y de esquivar disputas bizantinas, Casado debe satisfacer las expectativas en un tiempo de decepciones y desistimientos como el que el mundo de los toros registraba cuando Joselito muere en la plaza de Talavera y Belmonte pierde interés sin el acicate ya de su lid con su paisano José.

En ese momento de honda depresión, el crítico Gregorio Corrochano cifró sus esperanzas en un «niño que trae ruido de hombre». Era Cayetano Ordóñez, El Niño de la Palma, cuya presentación en Madrid como novillero saludó con redoble de timbales: «Es de Ronda y se llama Cayetano». No obstante, se preguntaba: «¿Va a ser éste El Niño de la Palma? Condiciones tiene; pero...». Para cubrirse con la conjunción adversativa, Corrochano evocó al sobresaliente de espada que ruega a Lagartijo que le deje matar un morlaco. Tras detallarle cómo haría para igualar, perfilarse y dar la estocada, le inquiere: «¿Me falta algo, maestro?». Y este le contestó: «Hacerlo».

Ahí estribaba la dificultad para quien tenía asimismo claro –como aleccionó a su sobrino Lagartijo Chico y a Machaquito– que «el que no se come a los toros al empezar, los toros se lo comen a él». No fue la circunstancia de El Niño de la Palma tras destaparse en Madrid un 28 de mayo de 1925 y fundar la dinastía de los Ordóñez.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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