Casado o el voto que importa

Conozco a Pablo Casado desde sus tiempos en Nuevas Generaciones. No sorprenderá mi decidida apuesta por él, pero para que no se confunda con lisonja de botafumeiro quede dicho que, junto a innegables aciertos, hay decisiones suyas que no comparto, por ejemplo en el campo de las listas electorales. Y también quede dicho que no estoy en deuda con él en el terreno político. En el humano sí: su amistad, que es más importante. Rajoy me incluyó en la propuesta de sus candidatos a la Junta Directiva Nacional en los Congresos de Sevilla y Madrid, lo que no hizo Casado en el Congreso que lo eligió presidente. En ese Congreso la otra candidatura me propuso ir en su lista a la Junta Directiva Nacional y, agradeciéndolo, no acepté. Tenía muy claro que el futuro deseable era Casado.

Además me siento ligero de equipaje tras anunciar mi abandono de la actividad parlamentaria. Renuncié a figurar en listas electorales tras una larga permanencia en el Senado y en la Asamblea de Madrid, que presidí, en la ola que minusvalora la experiencia y sobrevalora la juventud. Llegué a la política con los deberes hechos tras cotizar varios decenios a la Seguridad Social en los sectores privado y público. Me voy razonablemente satisfecho. Admiro en mi coetánea Manuela Carmena, nacida unos meses antes que yo, que se vea con fuerzas para afrontar cuatro años más en Cibeles; su partido no cayó en la ola. Le deseo un eficaz trabajo en la oposición.

Pablo Casado se enfrenta a unas elecciones trascendentales para el futuro de España. Eso nos ocurre a todos los españoles pero en su caso desde la responsabilidad de ser candidato a la presidencia del Gobierno. Lo de trascendentales no es un adjetivo grandilocuente sino ajustado a la realidad. Del resultado electoral puede emanar nada más y nada menos que un futuro de España en unidad o troceado. Tampoco es exageración.

>Miquel Iceta, ese personaje singular y jacarandoso bailarín que debería ser el ariete socialista en Cataluña, ya ha marcado un plazo de diez años para que los sueños de Puigdemont y Torra se hagan realidad. Es una promesa inaceptable en un partido serio porque supone cambiar la legalidad o arteramente sortearla para favorecer a una parte sobre el todo. Sánchez no respondió con la contundencia precisa a Iceta, acaso porque fue su inspirador. Una nueva trapacería.

La actitud de Sánchez en estas vísperas electorales ha sido tan confusa y manipuladora como le es habitual. Tan pronto se muestra débil con Iceta como aparece en un acto ante una bandera de la II República o presenta su programa con una gran bandera de España, lo que para el mismo personaje suponía actitudes rancias de la derechona cuando la bandera era enarbolada por millares de manifestantes en la Plaza de Colón. A Sánchez no se le puede pedir coherencia. Sólo atiende a su interés personalísimo que no es otro que utilizar la añeja marca del partido socialista, convertido en partido sanchista, en beneficio propio, desde su gigantesca vanidad y su falta de escrúpulos políticos. Llega hasta manipular opiniones, como hizo con los juicios de Daniel Lacalle sobre las pensiones. Sánchez se ha alzado como paladín de las fake news.

No es bueno que el espacio de centro-derecha se presente troceado el 28 de abril. Pero también está dividida la izquierda con el fraccionamiento en grupúsculos del inicial Podemos, un leninismo rancio en cuyo seno cada cual va por su lado. Tras el relámpago, el trueno se ha ido acallando. Se bajó el suflé. La fragmentación de unos y de otros otorga indebidamente al PSOE una apariencia centrada que desmienten las posiciones asumidas desde el golpe parlamentario de la moción de censura.

Lo mejor para España sería la reaparición y fortalecimiento de un bipartidismo que los constituyentes, desde un singular sistema electoral, creyeron garantizado. Pero ya no viven entre nosotros Cánovas y Sagasta, y cuando uno de los dos grandes partidos precisó apoyos para gobernar no los buscó en la complicidad activa o en la abstención del otro en asuntos fundamentales, como los Presupuestos, sino que acudió a los nacionalistas -entonces no independentistas declarados y rampantes- para conseguir el Gobierno, con decisiones de calado como desactivar la Alta Inspección Educativa con las consecuencias conocidas. Desde entonces se desbocaron los chantajes, las mentiras históricas y los sueños que desembocarían años después en la rebelión y el intento de golpe de Estado.

El panorama tras el 28 de abril es complejo. Nadie que no tenga amnesia y acuda a las hemerotecas cree que Ciudadanos, si le dan los números, no vaya a ser muleta del PSOE. Es el sueño de Rivera. Lo ha negado porque sus expectativas parecen a la baja, pero siempre le quedaría proclamar que rectifica «por el interés general». Aquí hemos visto no hace demasiado dos fotos indicativas. Las de Albert Rivera y Pablo Iglesias firmando acuerdos de calado con Sánchez.

Por eso es importante el voto a Pablo Casado. Entre un Gobierno con apoyos indeseables que llevaría a la desmembración de España con plazo previsto -Iceta dixit- y una fórmula que mantendría a Sánchez con el apoyo de Ciudadanos y de no se sabe quién más, el Partido Popular que lidera Casado representa la garantía de que no ocurra ni lo uno ni lo otro. Sánchez abandonaría La Moncloa, lo que más teme pues le ha cogido gusto al hábitat, y Ciudadanos tendría que acompañar al Partido Popular, y con la suma de Vox, no menos constitucionalista que otros populismos.

España tiene pendiente la recomposición de su mapa político, distorsionado por circunstancias sobre las que alguna vez he reflexionado en esta página. A derecha y a izquierda. En el espacio de centro-derecha el proyecto debería pivotar sobre el Partido Popular. Y en el espacio de la izquierda sobre un PSOE que recupere su mejor pasado y que cuando mire atrás se fije más en Prieto y Besteiro que en Largo Caballero, el Lenin español. Sánchez no sabe, no quiere o no puede afrontar esa tarea, preso de sus contradicciones y su fatuidad.

El voto que importa supone mucho más que apoyar a un partido. Su objetivo ha de ser recuperar la fe nacional, la idea de España. De lo que fue, de lo que es y de lo que será. Galdós, en momentos parecidos a los que vivimos, escribió: «Ahora que la fe nacional parece enfriada y oscurecida, ahora que en nosotros ven algunos una rama del árbol patrio más expuesta a ser arrancada, demos el ejemplo de confianza en el porvenir».

En el espacio del centro y la derecha el voto que importa para afrontar este reto de todos es el que reciba el partido que preside Casado. Su camino es nítido; se sabe qué pretende. Su propósito esencial es la recuperación de un proyecto sólido para España. Sin complejos.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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