Casandra, o cuando los índices envían señales preocupantes

Por Juan Velarde Fuertes (ABC, 16/01/06):

Casandra, hija del rey troyano Príamo, desdeñó a Apolo. Como castigo, éste le concedió el don de la perfecta profecía, pero con el debe de que nadie la creería. Así sucedió cuando alertó contra la entrada del famoso caballo de madera en la ciudad. Troya cayó, y ella pereció después de modo sangriento.

Los índices económicos son un instrumento de advertencia. Más de una vez, los comentaristas han glosado el alud de ellos que se precipitaba sobre la mesa de Greenspan -que naturalmente, son los que tendrá que recibir Ben Bernanke, su sucesor- para ser capaz de orientar el papel de la Reserva Federal en la dirección adecuada. Esta abundancia de índices es una característica de nuestra realidad. Forman parte de la cultura ciudadana, y no desecharlos es fundamental.

No es exactamente igual el valor de todos. Algunas estadísticas son más fiables que otras. En ocasiones es preciso recordar, frente a quienes quieren disponer exclusivamente de informaciones adveradas en un 100%, aquella frase de Flores de Lemus, el gran economista español, sobre unas estadísticas no precisamente muy buenas: «Peor fuera no tenerlas». Afortunadamente, los expertos que las elaboran, los economistas que las emplean, tienen muy claras estas cuestiones y suelen, además, explicarlas bien. De este modo, su utilización pasa a ser la adecuada. Pero, además, en una democracia, es preciso que la población sepa a qué atenerse sobre ellas y cómo los ciudadanos han de saberse a resguardo de manipulaciones falsificadoras.

En estos momentos conviene conocer, muy en primer lugar, dónde residen los problemas fundamentales de nuestra economía y si eso se refleja en los índices. Es evidente que los agobios se encuentran en la inflación y en las balanzas exteriores. Tanto, que si no se atiende a su evolución, son capaces de detener el fuerte ritmo de avance que tiene nuestros Producto Interior Bruto y provocan tensiones en los tipos de interés, que afectarán muy especialmente a situaciones como la nuestra, basada en una fuerte demanda interior, un desarrollo creciente del sector servicios, y un auge notable en el de la construcción. El corolario podría ser un brusco parón de nuestro crecimiento.

Comencemos por los índices de precios, que nos sitúan, en dos ámbitos, en condiciones no buenas. Por una parte, el índice de precios industriales nos colocaba, en el conjunto de los quince países industriales más importantes y en octubre de 2005, con el 4,9% de tasa anual, en el puesto tercero de mayor a menor cuantía. Por delante sólo están Australia y Estados Unidos. En el grupo europeo de ese conjunto de quince naciones, ocupamos el primer puesto. En la zona del euro -y en su media entra la alta cifra española- la subida fue del 4,1%.

Por lo que se refiere al IPC, también son preocupantes las últimas informaciones. Por sexto año consecutivo, nuestra inflación sube por encima del 3%. En esta ocasión lejos queda el objetivo señalado por el Gobierno del 2%. Como subraya Expansión el 5 de enero de 2006, la brecha que existe con la media de la zona del euro muestra «el peor cierre del año desde diciembre de 2002». Ahora esta diferencia es de 1,6 puntos. Entonces fue de 1,7.

Las consecuencias son evidentes. Aumentará la presión sindical, con lo que surgirá, con fuerza, una inflación inercial. Simultáneamente caerá nuestra competitividad. Ya se observa en el Índice que de ésta elabora el Foro Económico Mundial. De 2004 a 2005, España pasó del puesto 23 mundial al 29, con una puntuación de 4,8. Por otro lado se comprueba porque, en los doce meses que concluyen en septiembre de 2005, la balanza comercial española muestra un déficit de 93.900 millones de dólares y la balanza por cuenta corriente, en agosto de 2005, tenía uno anual de 79.000 millones de dólares. Esta cifra supone un saldo negativo superior al de cualquiera del grupo de los quince países industriales más importantes, salvo para Estados Unidos. Pero en términos del PIB, al ser éste algo superior al 6%, pasamos a estar en el orden de magnitud norteamericano. En sus declaraciones a Capital de enero de 2006, el Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de la Unión Europea, Almunia, señala que «eso, a corto plazo se puede asumir, pero no en el largo plazo».

Solbes, con toda razón, declaró por otro lado que el de la inflación era uno de «los temas pendientes de la economía» española, y que no era posible que mejorase si no existía una mayor apertura de los mercados. Eso es tanto como señalar que son medidas pendientes las de desregular y reprivatizar a nuestra economía. Y he aquí que por lo que se refiere a la desregulación, su cuantificación adecuada la proporciona el Índice de Libertad Económica que se estima por la Heritage Foundation. Este índice, de 2,33 en el año 2006, nos coloca, no en la categoría de «libre», ésa a la que nos incitaron siempre, no ya los Stigler o los Hayek, sino los Eucken con sus mensajes desde Friburgo sobre el «orden del mercado». Estamos en el segundo bloque, el de los países «mayormente libres», inmediatamente por debajo de Botswana -índice 2,29- y por encima de Eslovaquia, con un índice de 2,35. Nuestro índice había mejorado desde el 2,78 de 1996 al 2,31 en 2003, cuando ocupamos el puesto 27. Desde entonces empeoramos.

Por lo que respecta a la reprivatización, la Gaceta de los Negocios de 5 de enero de 2006, anunciaba un «frenazo en el proceso de privatizaciones de empresas». SEPI había señalado que el proceso privatizador de los últimos años «había permitido participar en la constitución de sólidos grupos industriales europeos en sectores de gran importancia -el aeronáutico con EADS y el siderúrgico con Arcelor-, el aumento de la inversión extranjera en España y de la española en el exterior, así como reforzar la estructura financiera y societaria de las empresas, al abrir el accionariado a grupos nacionales e internacionales y al ampliar la base accionarial».

Todo esto no deja de ser congruente con el índice de confianza empresarial de Grant Thornton. En The Economist de 7 de enero de 2006 se presentan los datos de este índice para 23 países. España, con uno por debajo de 15 -muy bajo, pues Irlanda supera el 80 y Alemania el 40-, se sitúa en el puesto 18. Sólo son más pesimistas que los nuestros los empresarios británicos, franceses, italianos, japoneses y taiwaneses.

Casandra diría que todo obliga a alterar muy a fondo la política económica. ¿Los economistas también habremos sido condenados por Apolo?