Caso Iglesias: mentiras, sexo y tarjetas SIM

Caso Iglesias: mentiras, sexo y tarjetas SIM

Parafraseando el aserto de Oscar Wilde en La decadencia de la mentira, puede decirse que la vida imita a la literatura mucho más que la literatura a la vida. Esa apreciación se hace certeza al corroborar cómo el protagonista de El hombre que fue Jueves, la gran novela de Chesterton, cobra vida en el vicepresidente del Gobierno y líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. No es para menos al revelarse esta semana pormenores de cómo construyó un relato falso para concurrir a la cita electoral de abril de 2019 como víctima de una confabulación de una «cloaca policial y mediática» que no era tal, sino una mascarada para escamotear su particular cloaca.

Aquella trapacería, que le llevó a presentar una demanda en marzo de 2019 cuando era eurodiputado por la sustracción del teléfono de su asistente en un centro comercial madrileño, le valió frenar la caída en picado en las encuestas tras adquirir el líder del autoerigido «partido de la gente», de «los de abajo» frente a la casta corrupta, un casoplón a un precio y condiciones sorprendentes para el común de los mortales. «Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando cómo vive», había blasonado desde el vallecano piso de protección oficial de su madre quien personaliza el más rápido enriquecimiento a cuenta de la política.

Aquella maniobra de distracción, arropada por televisiones y círculos periodísticos podemitas, le permitirían, tras un primer intento fallido, formar Gobierno de cohabitación con Sánchez, después de pegar éste un gatillazo al repetir elecciones en noviembre a modo de plebiscito personal. Al perder tres escaños cuando creyó tener todo de cara, ambos salvarían los muebles forjando en 72 horas el acuerdo postelectoral que gobierna esta España en vilo.

Iglesias evoca el personaje de Gabriel Syme, un poeta reclutado por Scotland Yard para infiltrarse en una célula anarquista de siete miembros identificados por los nombres de la semana. Bajo el alias de Jueves, recibe la encomienda de apresar a su cabecilla (Domingo) hasta que se descubre que los aparentes sediciosos son policías. Una conjura de necios en el que «todos éramos –como estalla uno de los fingidos anarquistas– un hatajo de policías imbéciles acechándonos mutuamente».

Así, la cortina de humo de la que se valió el vicepresidente para desviar la atención sobre sus vínculos financieros con el régimen venezolano y como añagaza electoral abunda en las sospechas del juez García Castellón, instructor de la operación Tándem contra el ex comisario Villarejo, en prisión provisional desde 2017 y perejil de casi todas las salsas. Al magistrado no le pasaron desapercibidas ciertas connivencias que le llevaron a retirar a Iglesias la condición de perjudicado por la difusión de los datos de la tarjeta SIM de Dina Bousselham, de la que el líder podemita recibió una copia en enero de 2016 de Antonio Asensio, propietario del grupo Z, y que retuvo cinco meses.

Cuando devolvió a su dueña la comprometedora tarjeta con fotos íntimas y otro material «vejatorio», se hallaba «parcialmente quemada». Al sospechar el juez que Iglesias pudo destruirla tras publicarse un pantallazo con alusiones denigrantes sobre la periodista Mariló Montero –«La azotaría hasta que sangre. Soy marxista convertido en psicópata»–, pende sobre el vicepresidente una doble imputación por revelación de secretos y daños informáticos que resolvería el Tribunal Supremo al estar aforado.

Jugando con el título de la película de Steven Soderbergh –Sexo, mentiras y cintas de video– sobre la historia de un hombre que graba mujeres relatando sus experiencias sexuales y su impacto en un matrimonio en crisis y en la hermana menor de la esposa, se podría resumir el caso Iglesias de Sexo, mentiras y tarjeta SIM. Viendo su cara en el Congreso cuando el popular García-Egea le interpeló al respecto, cabe aplicarle análogas palabras a las que Chesterton dedica a El hombre llamado Jueves: «No era realmente un poeta, pero, sin duda alguna, era un poema». No es para menos al evidenciarse que el caso Dina pasa a ser el caso Iglesias y que la «cloaca policial y mediática» era, en realidad, un montaje en provecho y beneficio de un Gran Impostor.

Con todo, lo peor es el machihembrado de los dos fiscales Anticorrupción con la hasta el jueves abogada común de Iglesias y Bousselham, Marta Flor Núñez, en los términos que figuran en el chat de Telegram que compartía el equipo jurídico de Podemos y donde la letrada exhibe datos de esta pieza secreta antes de su apertura. A tenor de dichos mensajes, los fiscales Stampa y Serrano, singularmente el primero con el que mantendría una relación más estrecha que da pie a bromas sobre una eventual boda, habrían dado cobertura a la estrategia de Iglesias de vestir el muñeco de una supuesta conspiración del ex comisario Villarejo y de medios compinchados contra él.

Tal promiscuidad llegó al punto de que los fiscales solicitaran el registro –anticipado a la letrada y del que estaba al tanto un digital próximo a la formación– de la sede de Ok Diario. A modo de gran mascletá de campaña para vincular el robo del móvil y la publicación de datos del teléfono en ese medio. En definitiva, un vodevil doméstico podemita que se quiso convertir en cuestión de Estado con la cooperación de un fiscal picaflor. El caso Iglesias dina(mita) la actuación de unos fiscales en conchabanza con los intereses espurios de quien se asegura el silencio de su colaboradora prestándole su abogada y situándola al frente de un portal digital de Podemos siguiendo una acrisolada práctica de la España caciquil.

De no haberse negado el primer instructor, Diego de Egea, la conchabanza habría resultado «éxito asegurado» rememorando la conversación grabada a la actual fiscal general del Estado, Dolores Delgado, en una comida de confraternización de ésta, en compañía del ex juez Garzón, con el ex comisario Villarejo, donde éste presumía de contar con una «red vaginal» para extorsionar a hombres públicos. Al paso que va Iglesias, la cloaca máxima de Roma va a ser un charco, lo que acredita por qué nunca debió ser vicepresidente por el modo que compromete al Gobierno y a un organismo clave para la seguridad nacional como es el CNI.

Esta complicidad de la Fiscalía con el delito adquiere caracteres pornográficos a la espera de que se depuren responsabilidades sobre estos representantes de un Ministerio Público que ha emprendido un camino de perdición que imposibilita una Justicia independiente en España. Habrá que esperar si se cumple el deseo expresado por Iglesias, a raíz de la condena de su portavoz en la Asamblea de Madrid, Isabel Serra, tras vejar a unas policías a las que deseó que su hijo le pegara un tiro, pero aplicado a su circunstancia procesal: «En España mucha gente siente que corruptos muy poderosos quedan impunes gracias a sus privilegios y contactos».

Conociendo su cepa de procedencia, Podemos no venía para acabar con la corrupción, sino para instrumentalizarla y, una vez en el poder, apropiarse del negocio. Como Chávez y Maduro en Venezuela, sumando a ello el dividendo del narcotráfico, donde pusieron al Ejército y a la Policía a organizar ese tráfico delictivo, en vez de perseguirlo. Al igual que estos pudrieron las instituciones democráticas venezolanas, incluida la Justicia, España corre serio riesgo de seguir esos derroteros si Sánchez no rompe con Iglesias, pues los males que no se atajan en su inicio truecan en irremediables. Podemos no es una fuerza política al uso, sino una organización que no desprecia el delito.

Por eso, al haber puesto el dedo en la llaga sobre las complicidades con la satrapía venezolana en contraste con Zapatero, se entiende su ofensiva contra González al que Iglesias ha pretendido, junto al resto de socios de Sánchez, montarle una investigación a cuenta de unos papeles desclasificados de la CIA que son un corta y pega de las exclusivas de EL MUNDO que llevaron a prisión a la cúpula del Ministerio del Interior. Si ya pasma que un miembro del Gobierno le monte una comisión de ese tenor al otro sobre unos hechos juzgados, pero a los que los morados aplican el revisionismo de la memoria histórica, no lo es menos que Sánchez se limite a una defensa de reglamento de González como gran modernizador.

Si un presidente no es libre para echar su tercio de espadas en favor del refundador de su partido, es que esa Presidencia está más comprometida de lo que imaginar cabe. Teniéndolas tiesas, Sánchez sería el cristiano nuevo que cita Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache. Viviendo lozano y contento, aconteció a venírsele por vecino un inquisidor, y con sólo tenerlo cerca enflaqueció hasta quedar en los huesos en días.

Claro que Iglesias no vale solo por sí mismo, sino por ser el eslabón con separatistas catalanes y bilduetarras. El triunvirato Sánchez, Iglesias y Redondo marca la suerte de este país desde el abrazo con el que todos ellos taparon sus respectivos fracasos en las elecciones de noviembre supeditando el destino de cada uno de ellos al de los otros. Por ello, Sánchez no dejará caer a Iglesias, aunque le guste verlo con menos humos, y se organizará el rescate gubernamental de un Soldado Ryan tan admirado por el superjefe de gabinete del presidente del Gobierno, Iván Redondo, según confesó el jueves en el Parlamento, que pareciera su héroe contemporáneo. Cualquiera diría que sufre el deslumbramiento de esos «chicos de derechas» de toda la vida con ciertos izquierdistas como si quisieran desquitarse de lo no vivido con las autobiografías impostadas de personajes del jaez de Iglesias.

Contrariamente a los que algunos especulan haciendo expresión de un deseo, pues ello permitiría enderezar políticas económicas que acucian para afrontar este invierno de desdichas que se avizora, Sánchez no va a romper con Podemos porque no quiere que Iglesias capitalice el malestar de la calle. Ni éste, a su vez, tampoco hará un Varoufakis, el dimitido ministro de Finanzas de la coalición Syriza en 2015 por sus desavenencias con la troika europea en la crisis de la zona euro, después de descubrir la calidez de las alfombras del Palacio de Invierno del Poder. Un lobo no muerde a otro.

Ambos juegan con la ventaja de que el PP, como se ha visto esta semana, entrará en su juego tanto en la negociación con Europa sobre los fondos destinados a sofocar la crisis económica y sanitaria del Covid-19 como a la aplicación de sus consiguientes exigencias. Tampoco será beligerante con los Presupuestos del 2021 en los que el Ejecutivo dispone del aval de Ciudadanos que ya no hace cuestión de la bajada de impuestos ni de la Mesa para la autodeterminación de Cataluña.

En estas, Sánchez es aquel médico falso que refiere Mateo Alemán y que portaba una bolsa donde se mezclaban jarabes y purgas. Al visitar un enfermo, sacaba lo primero que encontraba diciendo entre sí: «¡Dios te la depare buena!».

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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