Castiella: una decisión indigna y deplorable

No salgo de mi asombro y de mi indignación al conocer la decisión del Ayuntamiento de San Roque de retirar a Fernando María Castiella, ministro de Asuntos Exteriores de España entre 1957 y 1969, la Medalla de Oro de la Ciudad y el nombre de una de sus avenidas. Solo la ignorancia de unos y el rencor de otros pueden haber contribuido a tan indigna decisión.

Castiella fue quien puso en marcha, a principios de los años sesenta, el proceso de integración de España en los organismos económicos internacionales, tales como la Organización para la Cooperación y el desarrollo económico (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional; bajo su mandato España abrió la negociación con la Europa Comunitaria para lograr el acuerdo preferencial que culminó con el Acuerdo de 1970 que abre el camino al futuro ingreso en las Comunidades Europeas.

Ese Acuerdo permitió a España y a las Comunidades proceder a la supresión progresiva de los obstáculos a lo esencial de los intercambios, lo que facilitó que al final del camino compartiéramos, la Comunidad y España, una zona de libre comercio y una Unión Aduanera.

Gibraltar fue, sin duda, uno de los grandes asuntos de la misión ministerial de Castiella. Con paciencia admirable, la utilización del propio Tratado de Utrecht, su aplicación literal y el redescubrimiento de la cartografía gibraltareña en todos sus pormenores logró votaciones rotundas en la Asamblea General de las Naciones Unidas, e impidió en su día la retrocesión definitiva del Peñón al Reino Unido gracias a una dura pelea en la ONU, en la que los nuevos países salidos de la descolonización apoyaron las tesis españolas aunque procediesen de un gran país colonial. Contó siempre con la colaboración de tres grandes maestros del Derecho Internacional: los profesores Aguilar Navarro, Carrillo Salcedo y González Campo.

Recuerdo también cuántas veces nos hablaba de la necesidad de dotar de autonomía al Campo de Gibraltar, y fue quien más contribuyó a su impulso y desarrollo. Defendió con tenacidad la conveniencia de crear una provincia del Campo que pusiese en evidencia su personalidad diferenciada. Con relación a EE.UU., a medida que expiraba la prórroga de los acuerdos de 1953, Castiella pidió que el rango de los Acuerdos se elevase a Tratado; que la contrapartida financiera fuera tres veces superior; que se pusiera plazo final a la presencia nuclear en las bases españolas y que la cooperación nos abriera la puerta a la OTAN y se extendiera al campo educativo, tecnológico, económico y cultural bilaterales. Al no lograr tales propósitos, Castiella se negó a la pura renegociación de los acuerdos, lo que aceleró sin duda su salida del Gobierno.

La política de descolonización respecto al Sahara y Guinea marcó un hito en la política española. Él fue el promotor de la Conferencia internacional que otorgó a Guinea la independencia y pidió en Naciones Unidas el reconocimiento de la libre determinación de la población originaria del Sahara. En relación con estos territorios Castiella defendió siempre la independencia de sus pobladores, adelantándose a los eventuales planteamientos de violencia y lucha armada contra la metrópoli. Soy testigo de cómo chocó violentamente con la obstinación de quienes deseaban permanecer en el «status quo» colonial y paternalista, con la fuerte presión de los intereses afectados por una transferencia de soberanía.

En relación con el Sahara, Castiella abandonó el Ministerio con la batalla perdida, pero antes de cesar pudo resumir en un «memorándum» lo esencial de su intento: «El no conceder ahora –en 1969– la independencia al pueblo saharaui traerá graves conflictos a la zona, de alto interés estratégico». Previsión profética, que pocos años después –en 1975– se cumpliría de modo literal.

Un tema al que dedicó especial atención fue el reconocimiento de la libertad religiosa, acordando un estatuto de los acatólicos que diera una solución jurídica digna y humana a los españoles de otras confesiones, posicionamiento no compartido por parte del Gobierno y de la propia Conferencia Episcopal. Castiella consagró un porcentaje alto de su actividad a potenciar la presencia de España en los más altos cuerpos internacionales. Un juez en el Tribunal de Justicia de la Haya y un periodo como miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas son muestras de la eficacia de una gestión que aspiraba siempre a disponer de la mejor posición para lograr la defensa de algún interés decisivo.

En 1976, pocos meses antes de su fallecimiento, fue elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Con este historial al servicio de los intereses permanentes de España, es natural que el Ayuntamiento de San Roque concediera en su memoria la Medalla de Oro de la Ciudad y pusiera su nombre a una de sus avenidas. Tuve el honor de asistir, como ministro de Asuntos Exteriores del primer Gobierno de la Transición, el 5 de febrero de 1977, a aquel acto en el que todos los ayuntamientos de la región se unieron para rendir homenaje a este gran político y gran español que fue Fernando Castiella, aprovechando la ocasión para convocar en su nombre a todos los habitantes de aquellos territorios para honrar su persona al servicio de España y de su actuación en el mundo. Y si he mencionado la fecha, es para que quede claro que aquel reconocimiento se hizo en los albores de la democracia, después de la aprobación en referéndum de la Ley para la Reforma Política.

Que cuarenta años después la Corporación de San Roque decida la retirada de aquellos reconocimientos es un acto de indignidad que confío sepan reparar, renunciando a un acuerdo fruto de la ignorancia o de un incomprensible rencor.

Marcelino Oreja Aguirre

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