Castillos en el aire

En la llamada Edad de Plata de nuestra cultura, España era un país atrasado, pero Salvador de Madariaga podía pasearse por Europa ufanándose de que de entre todas las instituciones patrias sólo la universidad no desmerecía de las europeas. La que desde 1850 se denominaba «Central» estaba a la altura de las mejores del mundo. En la nueva facultad de Filosofía y Letras de Morente, privilegiado lugar de encuentro intelectual, profesaban —entre otros— un liberal como Ortega, un católico como Zubiri, un existencialista como Gaos o un socialista como Besteiro. Todos pudieron pensar, expresarse y enseñar a gusto, en una Universidad de la que todos se sentían orgullosos. Esa saludable convivencia de distintas adscripciones es lo normal en las mejores universidades. Resulta inconcebible que en ellas se promocione a sus profesores o a su PAS por razones ideológicas. Algo como eso ha estado ocurriendo en la mayor —y en otro tiempo más prestigiosa— de las universidades españolas. En ella parece haberse olvidado que sin un fundado saber sobre los diferentes órdenes de lo real no hay Universidad. Quienes han venido fomentando ese maniqueísmo sectario no tienen por qué tener mala intención, son simplemente víctimas de un mal de percepción. Se forjan una imagen de la realidad tal como les gustaría que fuera, invisten esa imagen de un aura ética y suplantan la realidad con esa imagen. Decía Samuel Johnson que casarse por segunda vez es una victoria de la esperanza sobre la experiencia; o sea, la primacía de la voluntad sobre el entendimiento. Ese mal se llama voluntarismo y la historia prodiga muchos ejemplos a ambos lados del espectro ideológico. Y recoge sus estragos.

Por voluntarismo y aceptación del tópico de la superioridad de la acción sobre el pensamiento empobreció Stalin su país, imponiendo las supercherías de Lysenko so pretexto de que la biología proletaria era superior a la ciencia burguesa; por voluntarismo Pol Pot sembró el suyo de cadáveres; por voluntarismo pervive como una reliquia de la Guerra Fría el Juche, el sustrato ideológico que ha hibernado Corea del Norte. A ese pensamiento desiderativo el idioma inglés lo refiere como wishful thinking y sólo bajo ese síndrome pudo el premier Chamberlain declarar urbi et orbi que los Acuerdos de Múnich de 1938 garantizaban la paz. El diagnóstico de ese enésimo episodio de wishful thinking lo hizo Churchill con una de esas acuñaciones tan suyas: «Renunciasteis al honor para tener paz y ahora no tendréis ni paz ni honor». Los alemanes devolvieron el regalo con otra estupidez de igual cuantía: la Operación Barbarroja, el plan de Hitler para invadir la Unión Soviética, que fue para las divisiones de panzersde las SS el principio del fin.

Ya se va viendo que tiene mucho más peligro confundir la realidad con el deseo que el culo con las cuatro témporas. Ya se va viendo también que ese pariente cercano del mesianismo no tiene que ver con ser de izquierdas o de derechas sino con la falta de sentido común. Lo que podría chocar más es que esa falacia lógica prospere también en ámbitos que sacralizan la lógica, por lo mismo que nos extraña encontrar cuchillos de palo en casa del herrero. Me refiero a la Universidad, a la que se pide, y no es mucho pedir, que además de ampliar, sistematizar y difundir el conocimiento, sea capaz de pensar la complejidad y la globalidad. Pues bien, durante los últimos años hemos tenido que padecer el triste espectáculo de ver cómo frente a las incertidumbres y complejidades del mundo, la Complutense ha venido actuando como una vieja bruja que suplanta la naturaleza de las cosas, el principio de realidad, con una fe de carbonero en el pensamiento mágico poblado de fantasmas, el número trece o los ojos verdes de los gatos. En las simplezas ideológicas, en los recetarios de grimorios que dan grima está la causa de su creciente irrelevancia institucional, de su dolorosa decadencia física y, desde luego, de su deuda colosal: wishful thinkingfrente a las constricciones de la realidad, consignas frente a sentido común. Quien ignora su ignorancia vive en la ilusión, que es uno de los nombres del engaño, como sabían los chinos de hace milenios.

Otro de los efectos con que cursa esta patología de la inteligencia es, según Popper, un convencimiento en que es el enfermo el que tiene razón, y que acaba por convertirlo en un fanático intolerante, en alguien que siempre dice lo mismo y no quiere cambiar de tema. Que cacarea y no pone huevos. Lo malo es que la realidad es refractaria a las monsergas y nos acecha mientras construimos castillos en el aire. Se atribuye a John Lennon cierto barrunto lúcido: «La vida es lo que nos pasa mientras estamos a uvas».

Ben Wildavsky, en The Great Brain Race: How Global Universities Are Reshaping the World(2010), fascinante informe sobre el curso presente de la carrera de las instituciones de enseñanza superior en orden a la internacionalización y captación de los mejores talentos, documenta que las grandes universidades del mundo están ganando terreno a las de Estados Unidos, los estudiantes se mueven y los profesores y las universidades también: la mitad de los físicos principales del mundo ya no trabajan en sus países de origen, ya hay casi 200 facultades satélites a escala mundial, un aumento del 50 por ciento en los tres últimos años. Desde Corea del Sur hasta Arabia Saudí, algunos países se defienden mejorando la excelencia de sus propias titulaciones, participando en una feroz carrera para reclutar a estudiantes y crear universidades de investigación propias y de calidad mundial. Esta competencia preocupa a los gobernantes. Barack Obama se alarmó ante la amenaza que semejante competencia representa para la economía de su país. Así como el libre comercio abarata los bienes y servicios, beneficiando a los consumidores y a los productores más eficientes, la competencia académica mundial está convirtiendo en norma la libre circulación de personas e ideas. Emerge un tipo nuevo de libre comercio: el de las inteligencias.

La creciente integración del mundo apunta a que la oferta quedará reducida a un centón de universidades globales; pero la Complutense se ha marginado porque un rector que no parece haber leído a Schopenhauer incurrió, sin embargo, en el mismo sesgo cognitivo que el filósofo, tomando por la realidad lo que sencillamente eran mistagogias laicas. Donde esté una imagen perfecta del mundo, que se quite la realidad. En el libre comercio de las inteligencias, la Complutense, seriamente enferma de voluntarismo, ha caído derrotada, como un soldado vencido en una causa invencible: la de las Luces.

Decía Edmund Burke que «cuando no es necesario cambiar es necesario no cambiar». Esa afirmación es reversible y dice también implícitamente lo contrario: cuando es necesario cambiar es temerario no hacerlo. Lo que la mayor universidad de España necesita es alejarse de todo lo que ha venido siendo en estos años y de quienes postulen algo parecido a lo que ha venido siendo. Cierta facción de la izquierda española que no entiende la realidad ni poniéndole diapositivas ha construido en la mayor de las universidades españolas quimeras como las de aquel escritor francés al que Borges atribuye la invención de las greguerías, me refiero al Jules Renard que construyó «castillos en el aire tan hermosos que se sentía feliz entre sus ruinas».

Por José Iturmendi Morales, catedrático y director del departamento de Filosofía, Moral y Política de la Universidad Complutense de Madrid.

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