Cataluña doceañista

Este año se suceden los actos conmemorativos de la Constitución de 1812, la Pepa, promulgada en medio de una invasión que había dado lugar a una guerra. Aquella dura experiencia se inició en 1808 tras el motín de Aranjuez, la vergonzosa renuncia de Bayona y el Dos de Mayo, y concluyó en 1814 tras la batalla de Vitoria, el Tratado de Valençay, y con el colofón del golpe absolutista de Fernando VII. Aquel periodo, sin embargo, fue fructífero porque se le debe el primer texto constitucional de España debatido en un Cádiz sitiado y doliente.

No hay coincidencia en la denominación de aquella guerra. Para la historiografía británica, norteamericana y portuguesa es «guerra peninsular», mientras en Francia es «guerra de España», lo que supone un reconocimiento de su importancia, ya que se habla de «campaña de Rusia» o de «campaña de Egipto» sin otorgarles la consideración de guerras. En la bibliografía en lengua española, a uno y a otro lado del Océano, al poco de finalizar fue llamada «guerra contra Napoleón» o «guerra contra Bonaparte», más tarde se abrió paso la denominación «guerra de la Independencia», generalizada y consolidada definitivamente con los años, bastante antes del primer centenario en 1908.

En España no hay unanimidad sobre esta denominación generalmente aceptada. En la mayoría de las obras de autores catalanes se emplea «guerra contra el francés». Que en Cataluña no se utilice un término común en el resto de España parece deberse a motivos políticos de mirada corta, al afán de apostar por la diferencia. Y precisamente fue un catalán, el militar e historiador Francisco Javier de Cabanes Escofet, quien acuñó la expresión «guerra de la Independencia» para referirse a aquel conflicto. Así en su obra «Historia de las operaciones del ejército de Cataluña en la Guerra de la usurpación, o sea de la Independencia», de 1815.

Parece que se quiere desdibujar la presencia de los catalanes en una empresa nacional común caracterizada no tanto por el adversario —el francés— sino por el objetivo —la Independencia— y, a través de la Constitución, por la residencia de la soberanía nacional en el pueblo, la separación de poderes y el reconocimiento de las libertades y los derechos ciudadanos.

El protagonismo de Cataluña en aquella lucha por la independencia nacional fue relevante. Entre tantos, con episodios tan destacados como el sitio de Gerona. En el movimiento guerrillero, columna vertebral de la guerra, figuraron muy significados catalanes, como Barceló, Baget, Clarós, Eroles, Manso, Milans del Bosch, Rovira y Llobera, entre tantos. Muchos de ellos pasaron de improvisados guerrilleros, a menudo rústicos, a ostentar la faja de generales.

No resulta justa esa generalización «contra el francés». Hubo no pocos militares franceses de nacimiento u origen que, enemigos primero de la Revolución y luego de Napoleón, lucharon en España contra los imperiales. No pocos de ellos alcanzaron el generalato: Bassecourt, Saint-Marcq, Bessières, Balanzat, el conde de Espagne, Coupigny, vencedor en Bailén con Castaños, o De Fournas, que se distinguió en el sitio de Gerona, y muchos más.

La participación catalana en el debate de la Constitución de 1812 fue también singular. Cataluña envió a Cádiz 17 diputados. Eran juristas y eclesiásticos, con figuras tan importantes como el militar e historiador Antonio de Campmany y el sacerdote y jurista Ramón Lázaro de Dou, el primer presidente de las Cortes. Otro catalán, José Espiga y Gadea, fue uno de los diputados más influyentes junto a Agustín de Argüelles, al que se considera padre de la Constitución, y se mostró contrario a las secesiones americanas y a la Inquisición. Espiga y Gadea, miembro de la Comisión Constitucional, mantuvo en los debates que los diputados no representaban a las provincias sino al conjunto de la Nación.

Otra personalidad catalana consultada sobre la Constitución y el funcionamiento de las Cortes, aunque no diputado, fue el fraile Josep Rius, el único que defendió que las provincias deberían gobernarse por «el código particular de cada una». Pero los diputados de Cádiz huyeron de los particularismos y apostaron por la Nación.

Para el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, Ricardo García Cárcel, la Constitución de Cádiz supuso «un proyecto común español para Cataluña» en el que se comprometió plenamente, y lo prueban los numerosos actos de júbilo y exaltación patriótica organizados en las poblaciones catalanas con motivo de la promulgación del texto constitucional.

Desde esta relevante participación catalana resulta chocante la escasez de celebraciones del bicentenario de la Constitución de Cádiz en Cataluña. Contrasta con la importancia de los actos anunciados para celebrar el tercer centenario de la derrota de Barcelona el 11 de septiembre de 1714 ante las tropas de Felipe V, finalizada ya formalmente la Guerra de Sucesión, que los nacionalistas envuelven en curiosas interpretaciones históricas. En 1714 hacía años que el archiduque Carlos era emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y ya había renunciado a su pretensión al trono español. El conseller en cap Rafael Casanova, homenajeado por los nacionalistas cada 11 de septiembre, fue perdonado por Felipe V y murió más de treinta años después en su casa de Saint Boi de Llobregat. Y nunca había existido un Estado catalán.

La guerra de la Independencia fue, al tiempo, una revolución. En 1835 el Conde de Toreno comenzó la publicación de su magna obra «Historia del levantamiento, guerra y revolución de España». Y acertó en el título. Levantamiento de un pueblo, guerra por su independencia, y revolución por la conquista de su soberanía, que desembocó en la Constitución gaditana. La historia del constitucionalismo español ha sido difícil. Absolutismos y dictaduras quebraron durante extensos periodos la normalidad constitucional que se recuperó con la Constitución de 1978, la de más larga vigencia.

Cataluña se movilizó tanto en la guerra de la Independencia como en la elaboración constitucional gaditana. Que se ningunee el protagonismo doceañista catalán en aras de un nacionalismo errado es una falsificación de la Historia, como tiene poco sentido denominar «guerra contra el francés» a lo que fue una empresa por la independencia nacional. Pese a las manipulaciones, Cataluña ha figurado siempre, y destacada, en las grandes empresas históricas españolas.

Juan Van-Halen, académico correspondiente de la Historia.

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