Cataluña, entre el tópico y la mentira

Hace más de quince años, a finales de los 90, tuve la oportunidad de dar una conferencia en la Real Academia de la Historia, titulada «Diez mentiras del nacionalismo vasco y ETA». Hoy, permítanme que otra vez, ante otro desafío del movimiento nacionalista, esta vez con la vanguardia en el Gobierno catalán, me atreva a enunciar una serie de tópicos, errores o mentiras que se oyen y ven reiteradamente.

El primer tópico radica en la afirmación de que el problema catalán va muy mal, y que el vasco está sustancialmente mejor. No hay un problema vasco, como no hay un problema catalán. Tenemos un problema que afecta al conjunto de España, un problema de Nación. Enfrente no tenemos ni a Cataluña ni al País Vasco. Enfrente tenemos nuestros miedos y complejos, y un movimiento nacionalista que abusa de los mismos.

Cataluña, entre el tópico y la mentiraEl movimiento nacionalista es uno, sustancialmente el de siempre, con otra estrategia diferente de la de hace dos décadas. Ayer con la vanguardia de ETA desde el País Vasco, hoy con la vanguardia en el Gobierno catalán y en su presidente. Me pregunto si alguien puede creer que el nacionalismo vasco no esté crecientemente pendiente y a rebufo de un supuesto desenlace del desafío secesionista catalán.

La segunda mentira y tópico es decir que este problema se resuelve acentuando la singularidad de Cataluña. Esta aproximación significa el mayor desenfoque de todos los posibles. De la misma manera que el mayor error que podemos cometer los españoles es pensar que nosotros, el conjunto, los diferentes gobiernos de España, seamos responsables o corresponsables de los problemas que nos aquejan en este ámbito, por falta de sensibilidad, de diálogo, ante una incomprendida singularidad.

El movimiento nacionalista no reacciona por nuestra falta de sensibilidad. Por el contrario, está llevando a cabo el plan y el proyecto que le correspondían, lo que estaba en su genética, en sus objetivos, en su proyecto.

El movimiento nacionalista, desde siempre, marcaba tres hitos, tres jalones, en el marco de un proyecto que va cumpliendo inexorablemente. A finales de los años 70, el nacionalismo vasco y el catalán alcanzaban el poder a través de los Estatutos de Autonomía. Diez años después, a finales de los 80, el movimiento nacionalista tenía que solemnizar el derecho de autodeterminación a través de dos declaraciones parlamentarias en los años 89 y 90 en el Parlamento catalán y en el vasco.

Finalmente, una vez alcanzado el poder y solemnizado el derecho a decidir, el tercer hito, la ruptura, llega con los acuerdos con ETA, escenificados parcialmente en los pactos de Estella y Perpiñán por parte del Partido Nacionalista Vasco y Esquerra Republicana de Cataluña. Nada ha dependido de nosotros, del conjunto de los españoles, ya que eran una decisión y una dirección tomadas de antemano, desde la propia naturaleza y corazón del movimiento nacionalista.

La tercera mentira se basa en la afirmación de la inexistencia del proceso que pusieron en marcha el Gobierno de Rodríguez Zapatero y ETA. Hay quien pretende reducir la situación que vivimos a un desafío nacionalista, obviando el «proceso» que pusieron en marcha ambos tras los atentados del 11 de marzo en Madrid. Aquel proceso significaba un «vista a la izquierda», como supuesta solución a los problemas que el terrorismo había producido en España, ya que aquel fue el precio político que se pagó. El «proceso», hoy más vivo que nunca, produce alianzas, nuevos socios, en definitiva, frentes. Ese proceso en paralelo a la dinámica propia del movimiento nacionalista va empujando a España a una segunda transición, a una primacía de la ruptura frente a la reforma, a la consideración de una España nación de naciones, a un «frente popular», con el horizonte de la autodeterminación como objetivo próximo e inmediato. En definitiva, no solo hay una dinámica del movimiento nacionalista, sino que simultáneamente se produce un impulso de un proceso social impulsado por la izquierda, incapaz de aceptar la Constitución y la transición democrática española.

El cuarto tópico, mas mentira que tópico, es consecuencia de todo lo anterior y consiste en señalar que la solución es una tercera vía, un punto intermedio entre el constitucionalismo y el independentismo. Esa falsedad se encuentra en un punto álgido, es uno de los errores históricos del momento, ya que la tercera vía es un terreno imposible, un método inviable, por muchos «discursos del método» que algunos hayan escrito, como la realidad lo seguirá confirmando pronto.

La tercera vía es una fórmula para desorientar primero y expulsar después a la derecha del marco del juego político, para justificar el referido «frente popular». No es una solución para España, es la búsqueda de una equidistancia imposible entre el movimiento nacionalista y el mal llamado «proceso de paz». Es un pretexto para enmascarar el rotundo «vista a la izquierda» que sufrimos y vivimos desde hace años.

Por último, el quinto error, más que tópico, que destacaría es una generalizada actitud basada en la sensación de que nos encontramos ante un problema, como el catalán, insalvable, de imposible solución. Lo mismo que cuando afrontábamos el terrorismo, cuando algunos decían que vivíamos un «empate infinito» sin solución. Lo que nunca tiene solución es un problema que esté mal enfocado desde la raíz. Si creemos que es un problema solo catalán, si nos encerramos en la singularidad catalana, claro que no tendrá solución. De lo que hay que ser capaces es de afrontar el problema de otra manera, con otro enfoque, siempre desde una dimensión del conjunto de España. Si seguimos la estela del «proceso» y del movimiento nacionalista, así como de la conjunción de ambos, es seguro que no habrá solución.

Lo que habrá que hacer, antes o después, es poner en marcha un proyecto político del conjunto, de la suma, que fortalezca España, que dé prioridad a los elementos de cohesión respecto a la diversidad. Un proyecto capaz de regenerar y recuperar valores, un proyecto marcadamente alternativo a la moda dominante que hoy vivimos y con capacidad de rectificación del actual proceso, que es letal. Esta tarea no es un imposible ni una utopía, y mucho menos una posición inmovilista. Es y será una necesidad y una exigencia creciente.

Jaime Mayor Oreja, presidente de la Fundación Valores y Sociedad.

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