Cataluña, manipulación y consecuencias

Son razonables los recuerdos históricos en este tiempo de desmemoria y manipulaciones. No hace mucho se celebró la «Diada» y otra vez se tergiversó la realidad sobre el papel del conseller en cap Rafael de Casanova en el asedio y posterior toma de Barcelona por las tropas de Felipe V el 11 de septiembre de 1714. Ante su monumento barcelonés se repitieron las ofrendas florales, convirtiendo a Casanova, un patriota español, en símbolo de los soberanistas, pero fue un austracista leal, no un independentista, igual que tratan de convertir una contienda entre dos pretendientes a la Corona de España en un conflicto entre España y Cataluña; una guerra de sucesión travestida en guerra de secesión. Poco antes de la toma de Barcelona el conseller en cap distribuyó un bando en el que decía que «atendiendo la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España» confiaba en que los barceloneses «como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey (se refería al pretendiente archiduque Carlos, que hacía años había renunciado a su pretensión a la Corona), por su honor, por la Patria y por la libertad de España». Casanova fue perdonado por Felipe V y murió a los 83 años en su ciudad natal, Sant Boi de Llobregat.

De manipulación en manipulación hemos llegado al conflicto institucional más grave desde hace muchos decenios. Todos sabíamos –hace tiempo que la ingenuidad vivaquea en otros pagos– que el desafío del tándem Puigdemont-Junqueras al conjunto de los españoles no se iba a detener ante la ley. Las sentencias de los tribunales y las resoluciones del TC parecen no afectarles. Decisiones judiciales anteriores no fueron atendidas por los soberanistas. ¿Por qué ahora iba a ser distinto? Los dirigentes de la Generalitat denuncian un estado de excepción ocultando que la excepcionalidad la produjeron ellos apuntalándose en leyes anuladas y al no aceptar las que obligan a todos en un Estado de Derecho. Así el desafío se autoalimenta.

En esta desmesura ¿qué podemos esperar? La Generalitat seguirá dando pasos hacia ninguna parte para aumentar la confrontación, y movilizando la calle no se sabe hasta qué punto ni con qué consecuencias. No valora los límites de su ceguera. Cada autoridad de la Generalitat será responsable ante la ley de su conducta y de lo que esa conducta suponga. El Gobierno de la Nación ha actuado, actúa y actuará con tino. Y los jueces y fiscales también como corresponde a un Estado de Derecho. El TC podría suspender de inmediato en sus funciones a las autoridades y empleados públicos que no cumplan sus resoluciones e imponer fuertes multas. El Estado se defiende desde la ley porque no va a repetirse un 9-N. Nadie lo duda ya.

La Generalitat creía llevar la iniciativa pero no era así. El Gobierno no engañó, advirtió y tomó decisiones de acuerdo con las formaciones políticas constitucionalistas. Lo que el golpe de Estado de unos visionarios errados buscaba no era una reforma de la Constitución, para lo que existe una vía constitucional, sino liquidarla. En esto le siguen los leninistas de nuevo cuño pero viejos tics cuyo objetivo es hacer saltar el sistema. Contra esa traición a la voluntad del conjunto de los españoles ha tomado la palabra el Gobierno y lo ha hecho y lo hace sin complejos.

Alcaldes rebeldes desafían a los jueces que les citan; mossos d’esquadra muestran una pasividad culpable por la rebeldía de sus mandos políticos; la indigente intelectual que rige el ayuntamiento barcelonés se atreve a pedir irresponsablemente movilizaciones callejeras sobre lo que la ley tendrá que pronunciarse en su día. Ya está tardando mucho el PSC en retirarle su apoyo. Estos visionarios no se amedrentan por el peso de las leyes y buscando un minuto de gloria podrían llegar a la proclamación vaporosa de su república catalana. La reacción del Estado es y seguirá siendo consecuente y proporcionada a la virulencia del desafío, en defensa de la Constitución y del interés general.

Todos los españoles, nos jugamos demasiado. No hay democracia sin respeto a las leyes. Las graves consecuencias interiores y exteriores del disparate de una Generalitat desafiante están encontrando una respuesta firme, de modo que no sólo se superará el reto actual sino que, como advertencia, se impedirán aventurerismos futuros. Entre Companys y Puigdemont han transcurrido más de ochenta años. Debemos desear que entre Puigdemont y el próximo visionario golpista no transcurra un periodo menor.

Juan Van-Halen, escritor y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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