Cataluña: paisaje después de la batalla

Por Josep Piqué, presidente del PP en Cataluña (ABC, 11/11/06):

Empiezo con una provocación: el paisaje catalán, después de la contienda electoral, es desolador. En los días posteriores a las elecciones y con la constitución de un nuevo gobierno tripartito nacionalista y de izquierdas, he hablado con mucha gente de distinta y opuesta procedencia política, social o económica, y la coincidencia -en privado- es total: todo esto ha sido un desastre. Y muchos han terminado su comentario lamentándose: «Pobre Cataluña». El desánimo es, pues, general. La ilusión ha desaparecido.

La obsesión del nuevo gobierno tripartito es no parecerse en nada al anterior. Sólo hay un problema: son los mismos, excepto que ahora, en lugar de un político caótico, pero honesto y con visión -su visión- de país, al frente del Gobierno tenemos a un político cuyo único mérito conocido es haber escalado posiciones dentro del aparato del partido desde el poder local y que, cuando ha obtenido responsabilidades de gobierno, como cuota catalana en el Gobierno de España, ha sido un pésimo gestor que pasará a la historia como responsable del desprestigio de nuestro país y de sus instituciones -particularmente de los órganos reguladores- frente a las instituciones comunitarias y, lo que es peor, frente a los mercados.

Pero vayamos al desánimo general. Durante la campaña -y la larga precampaña- he insistido en algo que me parece evidente: el divorcio o, en otras palabras, el alejamiento sentimental entre los ciudadanos y sus instituciones, entre el debate social y el debate político. Y decía que eso explicaba las altísimas abstenciones que caracterizan el comportamiento electoral de los ciudadanos de Cataluña. Los políticos -en general- no hablan de problemas de la gente (la inmigración, la inseguridad ciudadana, la vivienda, los problemas económicos....) sino que sólo hablan de «sus» problemas. Sólo hablan del poder político y de su reparto. En Cataluña, el debate político es «sólo» político: el Estatuto (que a nadie interesaba, excepto a la clase política, ávida de más poder), la ley electoral, la reorganización territorial... Y cualquier tema se politiza, en términos de poder, desde las selecciones deportivas, el Barça, la gestión aeroportuaria o la política archivística.
El resultado es claro: la mitad de los ciudadanos se desentiende de esta manera de hacer política y no ha ido a votar. Y la conclusión también es clara: es imprescindible cambiar la manera de hacer política y fijar correctamente las prioridades del país. Dicho en corto: menos política y más políticas. Menos plantear problemas -bastantes tenemos- y más ofrecer soluciones. Y ésa es la responsabilidad de los políticos. Lo hemos hecho -unos más que otros- muy mal. Y asumo mi parte de responsabilidad, aunque no creo que me corresponda un porcentaje significativo.

Ahora bien. Dicho todo esto, en términos de autocrítica desde la clase política, creo que en justa correspondencia conviene hacer un llamamiento a la autocrítica de la llamada sociedad civil catalana. ¿O es que nada tiene que ver con sus políticos y su manera de hacer política? ¿No se dice, con razón, que cada sociedad tiene el gobierno -y la oposición- que se merece?
¿Cuántas veces nos hemos preguntado por el silencio culpable, en público, en relación a lo que se expresaba en privado en cuestiones clave como el nuevo Estatuto o, ahora, la reedición del tripartito?

En Cataluña ha existido demasiada complicidad, demasiada complacencia y demasiada acomodación con el poder político por parte de la llamada sociedad civil. Sé que no es políticamente correcto decir esto. Ni probablemente es conveniente electoralmente. Pero ahora nadie tiene derecho a quejarse.

Ha llegado la hora de la autocrítica también para la sociedad civil. Y lo hago desde el esfuerzo de mi partido en Cataluña y desde el agradecimiento a su entrega y coraje, preguntando: ¿vale la pena esforzarse por articular un espacio de centro-derecha en Cataluña que sea capaz de ofrecer una alternativa -de verdad- al tripartito y a Rodríguez Zapatero en el conjunto de España? ¿Está la sociedad civil catalana de acuerdo con este objetivo? ¿O va a seguir acomodada al poder, alabándolo en público y abominando de él en privado?

Pido, como presidente de un partido político que, con muchas dificultades, ha dado la cara por muchas cosas que compartimos con buena parte de la sociedad, coherencia, seriedad, rigor, y pido menos hipocresía.

Basta con decir en público lo que se dice en privado. Sólo así la denominada sociedad civil catalana podría defender su autonomía en relación al poder político. Ojalá. El futuro de Cataluña depende de eso. Así se hizo su pasado. Por ese déficit ahora Cataluña decae.

El paisaje es desolador. Pero si la sociedad catalana reacciona y se rebela ante el poder político y reivindica su independencia y su espacio, todo puede recuperarse.

Estamos hablando, simplemente, de sentido común.