Cataluña: ¿una liga del sur?

Cuando las lluvias de primavera han devuelto las aguas a su cauce -nunca mejor dicho- en relación al controvertido «minitrasvase» del Ebro y haciéndolo innecesario, en Cataluña el episodio ha creado una sensación de desconcierto por la beligerante oposición al mismo que ha manifestado la Plataforma en Defensa de l'Ebre (PDE). Sobre todo cuando su oposición al Plan Hidrológico Nacional del gobierno de José María Aznar mereció un amplio apoyo de la ciudadanía catalana. Ahora, buena parte de ésta última ha asistido perpleja y desconcertada a una nueva protesta de la Plataforma que parece haber hecho oídos sordos a la penuria hídrica de parte del territorio. ¿Cómo interpretar la actuación de la PDE? ¿Se trata acaso de una actitud insolidaria o egoísta?

La respuesta es más compleja de lo que parece, pues esta movilización antitrasvase ha revestido una clara especificidad al constituir un movimiento de protesta de mucho calado. Esta apreciación se hace más clara al comparar la protesta liderada por la PDE con la eclosión de la Liga Norte de Italia, otra protesta «periférica» contra el centralismo político y económico, y cuyo eje de cohesión ha sido otro valle fluvial, el del Po. Ambos casos ilustran cómo situaciones similares generan respuestas diferentes: mientras en Italia surgió un movimiento secesionista y xenófobo en los años noventa del siglo XX, creador de una nueva identidad nacional (la «Padania»), en el Ebro ha reforzado la «catalanidad» de sus habitantes en el nuevo siglo, pero también su voluntad decidida de hacer oír su voz en la capital, una Barcelona que a veces les parece muy lejana.

Recordemos que la Liga Norte se formó en 1989 al confluir seis ligas regionales (autodenominadas nacionales) y se constituyó como partido en 1991. Asumió como eje movilizador la descapitalización del Norte en beneficio de un Mezzogiorno que drenaba fondos públicos como pozo sin fondo y proyectó una visión xenófoba y despectiva de la población meridional, los terroni. Identificó a Roma como símbolo del malgoverno que perpetuaba el parasitismo del Sur y sus primeros lemas fueron «Roma ladrona» y «Sur parásito». Si inicialmente quiso «reconvertir» el Estado con personal político y valores del Norte, en 1995 -tras abandonar el primer gobierno de Silvio Berlusconi- se planteó como meta la secesión. Así, la Liga construyó ex novo una nueva comunidad nacional, la Padania (en alusión al valle del Po), con símbolos propios, gobierno y parlamento. En 1996 los liguistas escenificaron la independencia y proclamaron la República de la Padania, un Estado literalmente virtual. Hoy, como es sabido, han vuelto al regazo de Berlusconi sin enterrar su hacha de guerra «padana»; es decir, el deseo de reformar la estructura territorial del Estado.

Por su parte, la Plataforma en Defensa de l'Ebre, constituida en 2000, ideológicamente apolítica y de funcionamiento asambleario, ha agrupado entidades heterogéneas y esencialmente de las comarcas de la Ribera d'Ebre, el Montsià y el Baix Ebre, aunque también ha hallado eco en la Terra Alta y el Priorat. Desde su origen ha mostrado un enorme dinamismo y ha sido un revulsivo del territorio. Con ella ha cobrado forma la protesta de un Mezzogiorno catalán contra el centralismo de las dos grandes conurbaciones metropolitanas del país (Barcelona y Tarragona) y la oposición a la pérdida de un bien preciado para su crecimiento (el agua) y a la instalación de parques eólicos, centrales térmicas o vertederos. Su singularidad respecto a muchas otras protestas parecidas estructuradas en «plataformas» reside tanto en la conciencia social de pertenecer a un feudo caciquil, económicamente deprimido y olvidado por el poder, como en su componente identitario, marcado por la adscripción histórica del territorio a la diócesis de Tortosa.

En este contexto, la PDE -con su gran capacidad de movilización- ha actuado como el grupo de presión más poderoso articulado históricamente en las Tierras del Ebro, la zona con más población agrícola y ganadera de Cataluña (un 18,5 por ciento de la ocupada). De ese modo, ha configurado una suerte de «Liga Sur», con dos grandes diferencias respecto al caso italiano que han difuminado su originalidad.

Por una parte, no ha optado por una vía de ruptura con el Estado (en este caso la Administración catalana), sino que ha actuado a la inversa, reafirmando la pertenencia al mismo, como ha señalado un estudio (La Lluita per lŽEbre, 2002). Sus integrantes, en la medida que se han sentido menospreciados por la Administración, se han percibido como «menos catalanes» y la Plataforma ha sido un canal de denuncia del agravio y de demanda de una política de desarrollo.

Por otra parte, el movimiento antitrasvase no ha originado un partido identitario defensor de los intereses del territorio, como en Italia, por el distinto marco histórico y político. Mientras la Liga lideró el descontento septentrional en plena desintegración del andamiaje institucional heredado de la Guerra Fría, en Cataluña la PDE ha reivindicado la autonomía política local y ha agitado profundamente el «oasis catalán», aunque fuerzas políticas de izquierda han canalizado la protesta antitrasvase. Ahora la nueva movilización contra el «minitrasvase» del gobierno catalán ha rubricado el carácter autónomo de la PDE tanto respecto al conjunto de partidos como de las inquietudes del resto del territorio.

Esta «Liga Sur», en suma, ha devenido un prisma que refleja distintas tensiones latentes o visibles de Cataluña, como sucedió con la Liga Norte en Italia: tensión entre sociedad, economía y política; entre «centro» y «periferia»; entre viejos partidos y formas nuevas de participación de masas; entre Norte y Sur; y finalmente entre áreas de una misma periferia con intereses contradictorios. Si la Liga reflejó la tensión interna del Norte entre una periferia de industrialización difusa y las capitales de la economía y las finanzas, la PDE ha manifestado la tensión del Sur entre las Tierras del Ebro y Barcelona. No resulta extraño, pues, que esta «Liga Sur» se autoproclame la Cataluña olvidada, pero también la «más catalana». Así las cosas, todo hace pensar que esta nueva movilización que ha protagonizado el Mezzogiorno catalán no será la última.

Xavier Casals, historiador.

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