Cataluña: ¿Y ahora qué?

Al día siguiente de unas elecciones como estas, es natural que muchos reclamen la victoria. Y, por supuesto, Convergencia y Unión lo hacen con derecho pleno, el PP también, si se compara el pasado. Y los socialistas y sus socios independentistas del tripartito han perdido el poder. Y los nacionalistas aventajan en resultados al PP y Ciutadans.

Pero esta es solo la primera mirada. En la segunda vemos que los votos de Convergencia y Unión no llegan al 40 por ciento de los votantes y, dado que éstos vienen a ser un 60 por ciento del censo, es claro que sus votantes son el 40 por ciento del 60 por ciento, es decir, en torno a una cuarta parte de los catalanes. Y sumando los votantes de todos los partidos salvo PP y Ciutadans, resulta que son un 70 por ciento de aquel 60 por ciento de votantes. Si los votantes hubieran sido todos, el 100 por cien del censo, esos partidos tampoco habrían alcanzado la mayoría absoluta.

En suma, lo que todos saben: el voto nacionalista no llega en Cataluña al 50 por ciento. Y téngase en cuenta que en este cálculo hay mucha simplificación, porque no todos los partidos son iguales y Convergencia, por ejemplo, ha fluctuado mucho. Si ha barrido para casa ha tenido también posturas de colaboración. Ahora está ensoberbecida y resentida por la intervención del Tribunal Supremo y las promesas incumplidas de Zapatero.

Pero debería razonar y no respirar por las heridas. Porque, presumiblemente, pronto va a tener enfrente, en Madrid, a un partido más sólido que el socialismo tipo Zapatero. Y en Cataluña va a tener, ahora, una cierta libertad, sin los independentistas al lado. Y es un tanto a favor la buena imagen de algunos de sus hombres, como Durán Lleida. Por lo demás, Mas es un hombre cabal, no alguien que se encuentre a gusto junto a ETA ni reciba regalitos folclóricos ni vaya a Israel a hacerse fotos cómico-sacrílegas. Ni toma posturas demagógicas como ciertos personajes ante los cuales Carod es un moderado.

Los nacionalistas catalanes deben comprender que las circunstancias no son de color de rosa para ellos, y menos para los demás nacionalistas, sus discípulos. En Barcelona aprendió Sabino Arana y de todos ellos aprendieron los nacionalistas gallegos. Todos han sufrido la reacción por sus excesos. Pienso que Mas podría recordar la moderación que ha tenido otras veces, evitando así un desastre para todos.

Ese nuevo fantasma del concierto económico, es decir, de fracturar a España en dos (con mala suerte en diecisiete), es una desgracia para todos. Y es contraproducente ese exhibicionismo por el mundo entero, llenándolo de propaganda y autobombo, de catalán en todas las universidades. La verdad es que en el ancho mundo eso no interesa. No por nada, hoy a las naciones y a las lenguas se les pide volumen. Y todas esas imposiciones a los que no hablan el catalán en Cataluña, dan mala imagen.

El mundo no está ahora para nacioncitas, basta echar una mirada en torno (a Europa y más allá) para darse cuenta. Crear, para seis o siete millones de personas, una nación y un gobierno, con ministros, embajadores, quizá una línea aérea, monolingüismo a la fuerza y recursos varios para desalentar a la oposición, se traduce a la larga en daño para ellos y los demás.

Sí, Convergencia y Mas han obtenido buenos resultados, pero deberían hacer examen de conciencia, porque es fácil que hayan llegado al tope. Ya ven lo sucedido a los maximalistas. Ven, fuera ya de Cataluña, las desgracias de naciones pequeñas, derrochonas y arrogantes. Mas da buena imagen y los nacionalistas catalanes han tenido éxitos. Pero Convergencia, en sus últimos gobiernos, fue prepotente, muchos catalanes se pasaron al socialismo. Se lo oí decir a amigas de Barcelona. Ahora los prepotentes han sido los otros. Que Convergencia aproveche. La bola ha girado a su favor... y al del PP, que tiene un buen futuro. Pero les conviene (nos conviene) que no se pasen. Según están las cosas, no pisar el freno en las curvas, y hay muchas, es peligroso. La verdad, los hombres de mi edad tenemos buen recuerdo de Barcelona, cuna de poetas y escritores en español, a más de en catalán. Hay un grupo de helenistas selectos que descienden de José Alsina, yo contribuí a llevarlo a la Universidad de Barcelona, donde creó discípulos. Todos hemos colaborado juntos. Mariano Bassols, catedrático de Barcelona, creó la colección Alma Mater de Clásicos griegos y latinos, la única en España con texto antiguo y traducción española. Murió, ahora la dirijo yo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, son casi 100 volúmenes, en ella han colaborado siempre los catalanes. Esto no es sino un mínimo ejemplo del proceder correcto. O eso pienso.

De otra parte, los nacionalistas deberían darse cuenta de que las cosas han rodado para ellos de una manera demasiado fácil. No hubo nacionalismos hasta 1900, digamos, ni Cataluña ni el País Vasco ni Galicia fueron nunca naciones. Aunque había habido posiciones distantes, cuando Olivares, cuando la guerra de sucesión. Antes, Castilla había cometido errores, no admitió a los catalanes en América (sí en el XIX en Cuba). El nacionalismo surgió, como decía Jesús Pabón, de poesía y aranceles. Infatuación por una historia más bien mitificada y por una buena racha económica, hija del talento y el trabajo de los catalanes, y la protección económica de España.

Montaron, a base de quejas justas e injustas, todo un movimiento. Y su éxito fue que los apadrinó la izquierda española (ellos, los más, no están a la izquierda, ya se ve). Lo hizo para comprar votos y mayorías. Hubo el pacto de San Sebastián, que trajo la República, en ella la izquierda ayudaba a la Generalitat -hasta que Azaña y los demás se cansaron de aguantar, hay que leer lo que escribieron-. Lo peor de todo, Companys proclamó el estat catalá desde el balcón de la plaza de Sant Jaume. La República española lo venció. Franco vino mucho después.

Cataluña, pese a todo, creció bajo Franco. Y hubo en principio una buena entente en la nueva democracia. Pero se volvió a la alianza con la izquierda, el gran juego que había fracasado y que acaba de fracasar una vez más. Hay que decirlo, los catalanes cobraron bien su apoyo: la izquierda y hasta la derecha abandonaron la causa de la España total. Y ellos se crecieron. Vino otro Estatuto (luego más Estatutos y Leyes), vinieron las lamentaciones y la constante exigencia de ser los primeros. Volem l' Estatut, era su grito. Uno y otro y otro y que no los tocaran, nada era suficiente.

En un momento, la UCD prefirió como solución el café para todos. Pero no fue café para todos, Cataluña fue la autonomía number one: avanzó paso a paso, imponiendo su lengua, imponiéndolo todo, dijera lo que dijera la Constitución, haciéndonos la vida difícil. Los partidos españoles lo toleraban todo, eso sí, conseguían sus votos. Callaban. Un gran resentimiento contra Cataluña se extendió por España. Sería ya hora de apagarlo.

Aumentar ahora la dosis de nacionalismo sería locura. Mejor olvidar ilusiones frustradas, aprovechar el buen momento, llegar a acuerdos. Las inmersiones y exclusivismos y las multas y todo eso debe irse quedando en el camino, no cabe en el mundo de hoy. Igual el gasto loco seguido de lamentos y exigencias. En su lugar, concordia, ayuda mutua. Igualdad, humildad de todos. No otra cosa. Los tiempos no están para el ya viejo juego, bien se ha visto. Las elecciones han sido un signo de racionalidad. Creo que muchos catalanes lo saben. Juntos podemos, es el momento. Que no interpreten que ahora el mundo es suyo.

Separados, ¿quién va a rescatarnos cuando nuestras economías se hundan de una vez? En las dificultades, hay que aprender y salvarse juntos. Echar fuera inoportunas prepotencias. Ya no valen. No hay mal que por bien no venga. Es buen momento.

Francisco Rodríguez Adrados es de la Reales Academias Española y de la Historia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *