Cataluña

Si se han fijado, del discurso secesionista catalán ha desaparecido el hasta ahora argumento más socorrido, vistoso y contundente: «España nos roba». Exhibido como maza y lamento, buscaba la equiparación con las colonias, merecedores por tanto del derecho de autodeterminación, e intentaba presentar a España como tales potencias expoliadoras. Ese argumento, grito más bien, ha desaparecido de la noche a la mañana sin la menor explicación. Tal vez porque no la necesita: desde la famosa carta pública de Jordi Pujol en la que explicaba a su manera el origen de la fortuna de su familia, era difícil sostener que desde España se estaba robando a los catalanes. Podían recurrir al dicho popular de «quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón», es decir, los Pujol roban al fisco español lo que el fisco español nos roba a nosotros, pero tal cinismo supera incluso el admitido por el nacionalismo. Aparte de ser peligroso. Las cuentas en Andorra, Suiza y Liechtenstein esconden no solo un fraude al fisco. Pueden esconder también soborno y corrupción, el 3 por ciento del que habló Maragall y retiró en cuanto le advirtieron del estropicio que podía causar. O sea, de robo por parte de España, chitón, que pondría al descubierto en qué manos iban a quedar los catalanes en caso de independizarse.

CataluñaEl argumento hoy de los independentistas es mucho más simple: somos una comunidad diferenciada que quiere vivir emancipada, libre por sí misma. ¿Qué hay de malo en ello? A primera vista, nada, pero en cuanto nos ponemos a escarbar surgen los inconvenientes. El primero, lo de «comunidad diferenciada». ¿Cuántas comunidades diferenciadas hay en Europa, en España, en la propia Cataluña? ¿Tienen todas ellas derecho a la independencia? Menudo lío. Luego, que un proceso tan trascendente requiere el respeto a las normas establecidas para no violar derechos humanos. Derechos que la Generalitat viene ignorando sistemáticamente, hasta llegar a la abierta desobediencia de las decisiones del Tribunal Constitucional. Y así no se llega a la «libre determinación», sino a la sedición, al golpe de Estado que se vislumbra tras la cesión de los preparativos del 9-N por parte del Govern a las masas en la calle. ¿Es esa la legalidad que Mas prometía respetar en todo el proceso?

Y aquí, permítanme un alto para una reflexión histórica.

¿Se han preguntado los catalanes por qué no han tenido uno de los reinos medievales hispanos, limitándose a formar parte del aragonés, aportando algunos de sus reyes, pero sin llegar a tener reino propio? Yo sí me lo he preguntado, ante la paradoja de que poseen virtudes de sobra para ello: su vinculación con Europa, su laboriosidad, su respeto a la intimidad ajena, su espíritu empresarial, su imaginación no reñida con la tradición, su sentido reverencial del dinero, virtudes modernas todas ellas, sobre las que se han levantado los estados más ricos y estables. ¿Por qué, entonces, no lograron crear el suyo y su gobernanza en España –a través de los presidentes de la Primera República– fue un auténtico desastre? La conclusión a que he llegado es: porque no les ha interesado. Porque lo que ha interesado a los catalanes es la empresa, el comercio, la creación de productos y riqueza. Mientras que al resto de los españoles nos interesa conquistarlo, por las buenas o por las malas.

Me confirmó está teoría un famoso escritor catalán, ya muerto: «Mira, José María –me dijo en una tarde de confidencias–, para gobernar se necesita un tío muy duro, casi sin entrañas, pues la mayoría de las decisiones a tomar no pueden gustar a todos, y bastantes de ellas, a nadie, pero son necesarias. Un hijo de puta, vamos. Alguien que, llegado el caso, dé un puñetazo en la mesa y diga: hay que hacer esto y se acabó la discusión. Nosotros no estamos hechos de esa madera. El espíritu catalán es el de parlem (hablemos). Puede que sea más democrático. Pero así no se hace un estado-nación».

¿Ha llegado el momento en que los catalanes se han dicho «lo de parlem se acabó. Queremos nuestro propio estado y nadie nos lo puede negar»?. Dicho de otra forma: ¿es Mas el líder que les ha faltado hasta ahora? De ser así, lo tienen todo en contra. La hora de los estados-nación ha pasado, vamos hacia los grandes bloques, no hacia más estados nacionales. Pueden insistir todo lo que quieran, pero no pueden cambiar el curso de la historia. Las nacionalidades se disuelven y la realidad, que es pétrea, va a ser un obstáculo más difícil de sobrepasar que el Gobierno español. Contra este pueden jugar al ratón y al gato, dada su debilidad. Contra la realidad, no. Y por muy fuerte que sea el espíritu independentista catalán, más fuertes son las circunstancias que imperan. Tengo la impresión de que Mas y su círculo de leales lo saben y, a estas alturas, antes de renunciar a su sueño, están dispuestos a inmolarse por él, buscando el choque frontal con el «Estado español que no nos deja votar» y quedar como mártires ante España. Pero España no su enemiga: es la nueva situación en el mundo. Los escoceses se han dado cuenta de que el pasado no vuelve. Los catalanes todavía tienen que darse cuenta de ello. Hay indicios de división entre los secesionistas y de que por lo menos parte de ellos sí empieza a darse cuenta. Al menos, como dicen los norteamericanos, «han parpadeado». Pero, como hablar no resuelve nada, tendrá que ser la realidad la que se lo enseñe.

Casi tan importante es la actitud del Gobierno español, tachada de tímida por la derecha y de inmovilista por la izquierda. Quiero pensar que intenta cargarse de razones ante el encontronazo final. Y este, si no ha llegado, está a punto de llegar. Mas no solo ignora las disposiciones del Constitucional, sino que usa subterfugios para vulnerarlas. Rajoy le ofrece «diálogo y ley». ¿Qué tipo de diálogo? Porque si fueran concesiones exclusivas habríamos cedido de nuevo al chantaje nacionalista. Cumplir la ley no es ningún mérito. Es un deber, y los deberes no merecen recompensa.

Se están jugando las últimas bazas de esta partida en la que todos los españoles nos jugamos mucho. Esto no puede ser un mano a mano Rajoy-Mas, sino una decisión conjunta de todos los españoles, incluidos los catalanes que se sienten españoles, hasta ahora la fracción silenciada por desidia, oportunismo y aplastamiento. Se han cometido demasiados errores en esta partida, y no podemos fallar en el momento decisivo. Diálogo, parlem, sí, pero en torno a una mesa a la que nos sentemos todos en plan de absoluta igualdad. Sin trampas, ni cartas en la manga ni mentiras, como hasta ahora. La singularidad no significa superioridad, algo que el nacionalismo oculta tras una falsa democracia. Singulares somos todos, individual y conjuntamente.

Pero no presumimos de ello. Ni –menos– pedimos privilegios.

José María Carrascal, periodista.

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