Catalunya, estado por el progreso

Catalunya progresa. Y progresa adecuadamente. Los datos son rotundos. La inversión extranjera en Catalunya no solo sigue ahí sino que crece, según datos del Ministerio de Hacienda. De hecho, el 2015 fue un año excepcional. Y en el 2016 casi se ha igualado la cifra del 2015. Estamos seguros de que el Gobierno español compartirá nuestra satisfacción. Y ello a pesar de que el 2015 fue el peor año en inversión del Estado en Catalunya de una serie histórica que comienza en 1997, lo que hace más grande el déficit de infraestructuras acumulado, según detalla el último informe del gabinete de estudios e infraestructuras de la Cambra de Comerç de Barcelona. Y también hace más extraordinario el crecimiento económico sostenido de Catalunya, lo que evidencia una incontestable vitalidad. Es importante subrayar esta cuestión ante las aseveraciones constantes y repetidas –en no pocas ocasiones desde el mismo Gobierno español y su entorno– en el sentido de que el proceso democrático que vive Catalunya impactaba negativamente en la economía. Pésimos vaticinios que en ningún caso quisiéramos pensar que respondían a ningún deseo ni a ninguna voluntad de perjudicar la buena marcha de la economía catalana y, de rebote, la española. Finalmente, y es de agradecer, ha sido el propio Ministerio de Economía quien ha admitido la mayor, que la vitalidad económica de Catalunya no ha ido a menos en los últimos años sino a más. Celebramos este consenso en el diagnóstico.

Según la Cambra de Comerç en un estudio exhaustivo, en el 2015 se presupuestaron 1.040,5 millones de inversión. Ahora bien, solo se ejecutaron el 71%, el porcentaje más bajo de todas las comunidades (89% de media), dicho sea de paso. Rodalies es uno de los sectores más perjudicados, una circunstancia que sufren día tras día miles de catalanes. Retrasos y averías continuas son una constante. La portada de EL PERIÓDICO del 2 de diciembre del 2007 (de ella se cumplirán diez años) abría con una foto central y apuntaba: El descontento catalán toma la calle. Era una llamada de atención de la sociedad catalana, según las crónicas de la época. Y una de las primeras manifestaciones multitudinarias que vivió el país. Seguimos donde estábamos. La verdad es que Renfe solo ha ejecutado en Catalunya el 5% de la inversión prevista, mientras que el gestor de las infraestructuras ferroviarias, Adif, solo ha cumplido el 27%. AENA, la empresa que se dedica al control aéreo, ha ejecutado el 14%, y Puertos del Estado solo el 43%. Las cifras hablan por sí solas.

Lejos queda la promesa de la ministra Ana Pastor de invertir 306 millones antes del 2016 para obras «urgentes» de Rodalies. Pues bien, en los Presupuestos estatales para el 2015 solo había prevista una partida de 30 millones. Es una de tantas promesas que nunca se concretan. El Estado español hace bueno el dicho de que las palabras se las lleva el viento. Huelga decir qué está pasando con el corredor mediterráneo, una actuación negligente que lastra la capacidad exportadora de los territorios más dinámicos del Estado. La confianza en las promesas de inversión en Catalunya que hace el Gobierno español han perdido toda credibilidad a ojos de la sociedad catalana.

La inversión del Estado en Catalunya representa el 8,2% del total de la inversión total en las comunidades, un porcentaje muy por debajo del peso de Catalunya, tanto económico como en población. El Estado presupuestó 949,5 millones de inversión en infraestructuras en Catalunya, pero solo gastó 555,9. Catalunya solo se llevó el 9,9% de la inversión estatal en infraestructuras de transporte.

Ya es curioso que una potencia exportadora como Catalunya, exportaciones que han tirado del carro de la economía durante los peores años de la crisis (para beneficio del conjunto de los españoles), sufra un Estado que tan poco interés manifieste en cuidar esta imprescindible fuente de inyección económica. Es insólito que un Gobierno preocupado por la buena marcha de la economía haga tan poco por el buen curso de la economía. Dicho de otra manera, llama poderosamente la atención –una preocupación que en Catalunya comparten agentes económicos y sociales de manera aplastante– que no se invierta siguiendo una lógica económica y al servicio de la economía productiva sino que se haga en función de criterios políticos arbitrarios y a menudo contra la lógica económica y de mercado. A menudo, muchos catalanes sienten que no es que no tengamos Estado, es que sufrimos uno que actúa deliberadamente contra los intereses del conjunto de nuestros ciudadanos. Y así es obvio que no estamos dispuestos a seguir. La «desafección» de la sociedad catalana hacia las instituciones del Estado de la que ya habló el president Montilla en el 2007 comenzó, en buena medida, por el agravio fiscal y las infraestructuras. Y era una desafección muy amplia, en ningún caso restringida solo a los ciudadanos netamente independentistas.

Ahora bien, hay un día a día en el que seguir atendiendo a la ciudadanía. Hay un futuro a planificar. Por lo tanto, pase lo que pase los trenes deben funcionar. El aeropuerto de Barcelona debe poder ser un aeropuerto internacional que conecte Catalunya al mundo. ¿Dónde se ha visto un Estado que interfiere para evitar que el aeropuerto principal de una ciudad, con proyección y vocación mundial como Barcelona, ​​pueda ser un referente internacional dando validez a 20 convenios con estados donde se obliga a pasar primero por Barajas? Necesitamos un Estado que vele para que aquello sea así.

Pase lo que pase, siempre estaremos dispuestos a hablar de todo y a llegar a acuerdos que beneficien al conjunto de nuestros ciudadanos en todo lo que sea posible. Pase lo que pase, tendremos que seguir conviviendo. Es más, será provechoso para todos que sea así. Hablaremos de igual a igual, compartiendo responsabilidades e intereses comunes. Hasta ahora, tal como hemos descrito anteriormente, en materia de infraestructuras esto no ha sido así.

Es por ello que el Govern de Catalunya tiene la determinación de defender los intereses de sus ciudadanos. Serán los ciudadanos de Catalunya los que decidirán qué futuro quieren para Catalunya. Nadie lo hará por ellos. También en infraestructuras. En aeropuertos, ferrocarriles, carreteras y puertos al servicio de la economía productiva y de la ciudadanía. Con vocación de tener unas instituciones de estado que velen y trabajen por su progreso manteniendo siempre una mirada abierta y global.

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, presidente y vicepresidente de la Generalitat.

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