Catalunya Futur

Se han cumplido 40 años del Congrés de Cultura Catalana, se ha celebrado un simposio conmemorativo. El Congreso fue un acontecimiento trascendente que merecía esa conmemoración. Y quizás una reedición: nuestro país, siempre en obras, necesita de nuevo una reflexión global. En los años 70, el Congrés prefiguró en muchos aspectos el país rescatado que emergía de la dictadura y facilitó la ulterior obra de gobierno de la Generalitat en los 80. De nuevo, con independencia o sin ella, nos espera un país diferente, se concretará en la próxima década. Un país no dotado todavía de modelo, porque la imponente movilización cívica vivida en los últimos años y el vibrante debate político que ha suscitado no han podido o sabido ocuparse suficientemente del proyecto.

El tema es capital. Este cambio que la mayoría desea y que los españoles reaccionarios tratan de evitar porque intuyen su trascendencia debe perseguir objetivos políticos, sociales, económicos y ambientales. ¿Ajustado a qué modelo básico, sin embargo? Tenemos el deseo, no acabamos de tener el proyecto. Y sin proyecto no puede construirse gran cosa. Por ejemplo: ¿de qué política energética debemos dotarnos? ¿Nos resignaremos a seguir en el actual camino anticuado, caro y contaminante de los hidrocarburos fósiles y de las nucleares bajo la férrea disciplina de la gestión de la oferta y la distribución centralizada (grandes compañías semimonopólicas) u optaremos por la gestión de la demanda sobre la base de las renovables y con neta participación de la gestión distribuida? Técnicamente, los dos caminos son actualmente posibles. Pero llevan a destinos opuestos.
Elegir entre dos países distintos

Inclinarse por una opción o por otra conduce a dos países distintos, en efecto, tanto en términos de dependencia hacia terceros, como de calidad ambiental, responsabilidad planetaria, equidad redistributiva y de control del poder, o de costes, tarifas y amortizaciones. Lo mismo puede decirse en cuanto a la gestión del agua, a la división territorial, a los formatos laborales, a la estructura financiera, al sistema universitario, a la atención sanitaria, a la política demográfica y inmigratoria, a las pensiones... No me refiero a las opciones de partido sobre cada uno de estos temas, sino al modelo genérico, que debe optar por la monarquía hereditaria o por la república, por ejemplo. En este sentido, la pregunta del anunciado referéndum es clara: pide a la ciudadanía si quiere que seamos una república. Pues eso mismo necesitamos para todas las demás opciones que, integradas, constituyen el modelo de país.

Tenemos ilusiones, pero nos falta proyecto. Un proyecto es un conjunto de acciones técnicamente concebidas, económicamente valoradas y temporalmente programadas que permiten hacer o construir algo. ¿Dónde está el proyecto de la independencia? ¿Cómo y cuándo queremos hacer qué? Crear un nuevo país exige proyectarlo y hacerlo con arreglo a un modelo socioeconómico pertinente, lo que exige replantearse muchas cosas y, probablemente, inclinarse por una opción sostenibilista que prime el valor del trabajo sobre la economía financiera, busque la equidad redistributiva, apueste por la economía circular y minimice externalizaciones sociales y ambientales deletéreas en el espacio y en el tiempo.
Retos urgentes a abordar

La regeneración política, la gobernanza, los jóvenes y los jubilados, los valores y las políticas de género, los patrones de movilidad, la jerarquización de los sectores productivos y el papel de la actividad turística, la reconversión agroforestal, la reordenación municipal o las demás cuestiones referentes al modelo antes mencionadas son retos a abordar con urgencia. No podremos hacerlo sin reflexión previa y sin pactos y concertación. Por todo ello se hace evidente la necesidad de un proceso equivalente a aquel Congrés de Cultura Catalana. Un proceso que nos lleve a definir y consensuar un nuevo modelo nacional, para la independencia o para lo que sea. Hacer un país nuevo que pareciera y fuera viejo no valdría mucho la pena.

Una de las iniciativas que hay sobre la mesa, heredera directa de aquel Congrés de los años 70, es Catalunya Futur. Se propone abrir un proceso de reflexión participativa que, en los próximos meses, dé voz a expertos, agentes sociales y prescriptores de opinión. Existen y tienen mucho que decir, aunque el ruido mediático y la batalla política les haya mantenido últimamente a la sombra. Ya es hora de que se expresen.

Ramon Folch, socioecólogo.

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