Catalunya ha hablado

Por Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat de Catalunya (EL PERIÓDICO, 02/10/05):

En la plaza de Sant Jaume, en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona donde Lluís Companys proclamó un día en abril de 1931 la República Catalana dentro de la España federal, hay una placa que reza: "Plaza de la Constitución". Situada aquí en el año 1840, al terminar las obras de la nueva fachada del Ayuntamiento de Barcelona, esta placa continúa estando presente en los momentos de máxima vibración ciudadana y nacional de nuestro país. Lo hace de una manera discreta. No es superfluo recordar las negociaciones entre República española y la Generalitat de Catalunya, que adoptó este nombre tan discreto en lugar de los inicialmente proclamados desde los balcones de la plaza. Bien: ¿qué hemos pretendido con los trabajos del Estatut? ¿Cuál es el grado de discreción y cuál el de ambición? Catalunya afirma qué quiere ser, cómo quiere ser y de qué manera quiere ser reconocida y gobernada. Afirma no sólo que se considera nación a ella misma, sino que aspira a ser reconocida como tal por la nación de naciones que es España.

NUESTRA voluntad de ser nación dentro del Estado quedó recogida con bastante claridad en la Constitución. Pero ya hace tiempo que somos muchos los que pensábamos que era necesario precisar en el Estatut el sentido de lo que apunta el artículo segundo de la Constitución y se expresa en la disposición transitoria segunda, es decir, cuáles son las comunidades nacionales históricas con lengua, cultura y derecho propio. O al menos cuáles son las culturas nacionales de España, además de la cultura común. Hace algún tiempo también que el presidente del Gobierno español y los asesores jurídicos del Estado defienden la legitimidad de esta pretensión nuestra. Por lo tanto, el problema no está entre el Gobierno español y el Gobierno catalán o entre Catalunya y España: el problema es un problema interno del resto de España con respecto a la disponibilidad de la mayoría de sus ciudadanos a asumir estas realidades. Y, por supuesto, es nuestro problema en la medida que de nuestra actitud y capacidad de explicación depende en buena medida que se consiga esta asunción de nuestra realidad. La Constitución --la que tenemos-- y el Estatut --el que hemos tenido hasta hoy-- han hecho su función a general satisfacción de la mayoría durante un cuarto de siglo. Hemos vivido el periodo más largo de paz, libertad, autonomía y progreso en siglos. Lo que es nuevo es que Catalunya está en condiciones, ahora, de proponerse y proponer un avance importante, un aumento notable de su nivel de autogobierno en el marco de la Constitución. Éste ha sido nuestro propósito: precisar y afirmar que Catalunya es una nación reconocida como tal en el seno del Estado español, y que necesita competencias garantizadas y más recursos de los que ha tenido hasta ahora, ya que buena parte de los objetivos de igualación de las condiciones económicas básicas de los territorios de España se han conseguido. La mejora relativa de la riqueza por habitante en España, en relación con la media europea, ha sido espectacular. Y la mejora relativa de los estándares económicos de las comunidades españolas que estaban más retrasadas respecto de la media española, también. Catalunya quiere seguir siendo solidaria con los pueblos de España y lo será. Las reglas, no obstante, tienen que ser más claras y inteligibles, y nuestro esfuerzo fiscal tiene que ir acompañado del de los otros.

EL NUEVO Estatut de Catalunya ha llegado a puerto en su primera escala. Era condición indispensable y no ha sido nada fácil. Lo hemos hecho respetando los criterios que nos habíamos marcado en el inicio del viaje: un acuerdo ambicioso, que respondiera con eficacia a las necesidades y las aspiraciones de la Catalunya de hoy; un acuerdo con consenso, basado en un amplio apoyo social y político; un acuerdo viable, que respetase los márgenes abiertos por la Constitución. Ahora empezará una nueva travesía. Dura y difícil. La abordaremos con más confianza que hasta ahora. La ambición, el consenso y la constitucionalidad de la propuesta que hemos aprobado, avalada por el Consell Consultiu de la Generalitat, han sido y siguen siendo las condiciones que garantizarán su legitimidad en el recorrido que queda. Lo que hemos ganado en los largos meses de debate y discusión para construir el acuerdo que hiciera posible el Estatut nos ha hecho ricos en razones. Catalunya se ha fortalecido. En algunas cuestiones, la negociación nos reclamará, después de la firmeza que tendremos que demostrar, la flexibilidad necesaria para llegar al acuerdo. El pacto y el consenso amplio que hemos construido en Catalunya son también la herramienta más útil para completar a partir de ahora el recorrido de esta reforma. Los representantes legítimos del pueblo de Catalunya han hablado. Y lo han hecho con un acuerdo amplio, mayoritario, para concluir positivamente esta fase de la reforma de su Estatut. Se han escuchado juicios severos sobre cómo hemos conducido este proceso. Estoy convencido de que la historia será más benévola, porque entenderá la dificultad de abordar una reforma de este tipo no con el ambiente dominante en el inicio de la autonomía, cargados de unanimidades y de sentimientos compartidos, sino después de 25 años de enfrentamientos partidarios. Han sido meses intensos, difíciles. No exentos de tensión. No nos engañemos. El acuerdo no era fácil, teniendo en cuenta las circunstancias en las que se planteaba el comienzo de los trabajos de la ponencia, en el seno del Parlament.

Ha habido momentos de gran fuerza constructiva. En los que el optimismo se contagiaba a todos los que tenían el cometido de ir construyendo el corpus del Estatut. Sé que ha habido momentos de desánimo. Era un factor adverso que también había que combatir, porque al inicio del proceso de reforma, éste no se había entendido por parte de todo el mundo como una necesidad objetiva y compartida con unidad de espíritu y de criterios.

AHORA ES más necesario que nunca que todo el mundo entienda el sentido histórico de la propuesta que hemos aprobado. El proceso de reforma del Estatut de Catalunya no se inició contra nadie. Ni de aquí ni de fuera de aquí. El espíritu y la disposición de ánimo con que abordamos el proceso de reforma a partir de lo acordado en la reunión del noviembre pasado en Miravet ha guiado el comportamiento de los distintos grupos, más allá de las legítimas discrepancias y de la firmeza en la defensa de las posiciones. A la hora de la verdad hemos coincidido una amplísima mayoría del Parlament. Sólo lamento que la coincidencia no haya podido ser de todos. Artur Mas, y con él Convergència i Unió, han llegado puntuales a la cita con el deber patriótico y han estado a la altura del reto. Los grupos del Govern han hecho todo lo necesario para hacerlo posible. Digámoslo con modestia pero con satisfacción: el Parlament ha estado a la altura, todo el mundo ha estado en su papel. Catalunya sabe qué Estatut quiere. Lo ha dicho alto y claro, con la fuerza del 90% de los representantes de los ciudadanos. Quiere un Estatut que le dé la mayoría de edad política.