Cáucaso: la próxima crisis rusa

Hace tan sólo un año, el Kremlin parecía estar en el séptimo cielo. Los ingresos del petróleo y el gas entraban a raudales, la guerra en Chechenia se había acabado y daba la sensación de que la crisis financiera occidental apenas afectaría a Rusia, en vías de retorno hacia su condición de potencia mundial. ¿Y ahora? El mes pasado, el presidente ruso, Dimitri Medvedev, desapareció súbitamente de Moscú y se desplazó a Daguestán, ("tierra de montañas") al norte del Cáucaso, donde, hasta donde alcanza mi conocimiento, no ha estado nunca un presidente ruso.

¿Por qué a Daguestán? Porque, tras aquietar la situación en Chechenia, resta el peligro de que Rusia pierda el control en otras partes del Cáucaso. Recientemente el ministro del Interior de esta república autónoma fue muerto a tiros a plena luz del día cuando salía de una boda. Ataques similares a cargo de terroristas musulmanes han sido la regla y no la excepción en otras partes de la región. La política de Putin ha consistido en chantajear a estas repúblicas con el señuelo de una autonomía limitada, política que ha funcionado hasta cierto punto en Chechenia, donde se ha implantado la charia.

Sin embargo, cada vez funciona menos en otras partes; el Cáucaso no es una región homogénea pero cuenta con una historia de guerra interna de cientos de clanes y nacionalidades cuyo único nexo de unión es el odio a los extranjeros (sólo en Daguestán se hablan cuarenta lenguas). Además, aspiran permanentemente a gozar de mayor autogobierno.

El desasosiego no se limita a Daguestán. El pasado 20 de junio se produjo un intento de asesinato del presidente de Ingusetia, otra república caucásica, en el que resultó gravemente herido. Se añade también la presión política: recientemente Murtaza Rakhimov, presidente de Bashkortostán, se lamentó amargamente de que hay ahora menos libertad en Rusia (y en su república) que en los tiempos de la Unión Soviética o del zarismo. El poder central - léase Moscú-manda en todo.

Aunque tales quejas y acusaciones responden fundamentalmente a la verdad, deberían tomarse con reservas. Los nacionalistas musulmanes de Bashkortostán, Tataristán y otras repúblicas musulmanas de la Rusia central no son en absoluto más democráticos que Medvedev y Putin. Y los combatientes por la libertad del Cáucaso actúan en tanta medida a instancias de los intereses derivados del tráfico de drogas cuanto de ideales religiosos y nacionalistas.

En algunas áreas, la política de apaciguamiento (ayudado de la presión física) ha funcionado razonablemente bien; por ejemplo, en el caso de Azerbaiyán y Turkmenistán (muy importantes por sus yacimientos de petróleo y gas) y, asimismo, de las repúblicas de Asia Central que formaron parte de la antigua Unión Soviética. Son gobernadas por clanes que cuentan con escaso apoyo en casa, afrontan graves problemas económicos como el paro (buena parte de su mano de obra trabaja en Rusia) y sufren los ataques de fuerzas talibanes procedentes de Afganistán.

El mes pasado y bajo influjo ruso, Kirguistán clausuró la principal base aérea de la OTAN y Estados Unidos en su territorio, un enlace vital para las operaciones en Afganistán.

La ayuda de Rusia en un marco conflictivo como el actual es necesaria. Pero su capacidad al respecto es indudablemente limitada; en un periodo de paro creciente, Rusia devuelve a los trabajadores inmigrantes a sus países de origen. E incluso el triunfo sobre Estados Unidos en Kirguistán puede resultarle contraproducente, pues una eventual retirada estadounidense de Afganistán podría volver a representar (como así ocurrió durante años) un problema para Rusia, al verse en la tesitura de tener que defender a las repúblicas de Asia central contra los ataques de los talibanes.

Las autoridades rusas no pueden seguir haciendo caso omiso del problema del Cáucaso y Asia Ccentral aunque no represente todavía un peligro de dimensiones letales.

Sin embargo, el reloj demográfico sigue funcionando. Al paso que el elemento étnico ruso mengua rápidamente en toda Rusia, aumenta el número de musulmanes. Las proyecciones actuales indican que dentro de diez o quince años uno de cada tres soldados reclutados por las fuerzas armadas rusas será de confesión musulmana.

¿Qué actitud cabe adoptar ante tales tendencias? Las fuerzas conservadoras rusas se hallan divididas a la hora de analizarlas. Algunos abogan por Eurasia; en este caso, por una alianza entre rusos y musulmanes contra Estados Unidos y Occidente. Sin embargo, a los musulmanes les entusiasma escasamente la idea. La gente corriente en Rusia - en buena parte proclive a la xenofobia-preferiría ver a los extranjeros fuera del país, pues teme que le inunden. Y la Iglesia rusa (por citar una sola fuerza de oposición) es también contraria a tal perspectiva, debido a su temor a perder su predominio en el país.

En este momento viven en Moscú unos dos millones de musulmanes y todos ellos disponen de cinco o seis mezquitas autorizadas (la mayor mezquita europea se halla en Grozny, la capital de Chechenia). En San Petersburgo vive más de un millón de musulmanes que disponen de una o dos mezquitas oficiales. Para los musulmanes es un escándalo, pero la Iglesia Ortodoxa rusa no quiere un cambio en esta cuestión.

Parte de los crecientes problemas del Kremlin en este terreno encontrarían solución repartiendo oportunamente el dinero, pero las arcas están ahora más vacías que en aquellos días maravillosos del 2007 en que el precio del barril de petróleo alcanzó los 140 dólares y la demanda de gas era igualmente elevada.

¿Cabe preguntarse si Rusia debería apaciguar a Turquía, a Irán y al mundo árabe, quienes podrían contribuir a calmar a los musulmanes residentes en Rusia? Es posible que a un sector del actual Gobierno del Kremlin le parezca positivo que Irán impulse un potencial nuclear. ¿Es que juzga, tal vez, que a cambio los iraníes se abstendrían de hacer trastadas en el Cáucaso? Aunque ¿sería esto beneficioso a largo plazo para los intereses de Rusia? Además, los rusos han aprendido - gracias a su dilatada experiencia al respecto-que sólo los tontos pueden esperar gratitud por los servicios prestados en Oriente Medio.

En resumen, aunque Georgia ha ocupado un lugar destacado como principal y mayor problema de Rusia en las páginas de los medios de comunicación occidentales, esta óptica no es correcta en absoluto. Rusia afronta su propio desafío musulmán, cuya solución será muy difícil.

Walter Laqueur , director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicosde Washington. Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa.