Causas y futuro del terrorismo islamista

Para el español corriente, la crisis estructural total que sufre el mundo islámico es un tema recurrente de los medios de comunicación, pero muy poco más. Incluso tras la matanza de Atocha, la gente tiende a creer que el tema no les concierne. ¿Terrorismo islámico? Hubo un tiempo en el que ETA asesinaba a alguien todas las semanas. Eso sí que era una amenaza terrorista. ¿Cuántos atentados islamistas han tenido lugar en España en los últimos dos años y medio? ¿No nos hemos ido ya de Irak? ¿Pues no me cuente cuentos de miedo, amigo! Así es como piensan muchos, pero esta actitud escapista es un error como lo demuestran los recientes arrestos en Ceuta. Ellos siempre encontrarán excusas para atacarnos: la presencia de tropas españolas en Líbano y Afganistán, el contencioso territorial de Ceuta y Melilla o cualquier cosa que se le ocurra hacer o decir a nuestro Gobierno y que a los fanáticos no les parezca bien. Estos serán los pretextos, pero bajo ellos se ocultan fuerzas mucho más profundas y poderosas.

El Islam atraviesa la peor crisis de toda su historia. Hace medio siglo, cuando los países islámicos recuperaban su independencia y reafirmaban el control sobre sus recursos naturales, no parecía haber motivo alguno para el pesimismo. Salvo en Arabia Saudí, el integrismo era un fenómeno minoritario o inexistente. Ahora, regímenes tiránicos, corruptos e incompetentes se superponen a una crisis económica estructural, crecimiento demográfico galopante, crisis ideológica y desintegración social.

La crisis económica es la consecuencia lógica de una verdad evidente que muchos tiranos se han negado a ver, desde el Despotismo Ilustrado del siglo XVIII hasta la gerontocracia china del XXI: Una economía avanzada requiere una estructura social avanzada, lo que resulta imposible en un sistema político regresivo, cerrado e incluso arcaizante. Países como España, Corea del Sur, Chile o Turquía han demostrado que una nación puede desarrollarse mucho bajo un gobierno autocrático, pero llega un momento en el que la propia dinámica desarrollista tiene unas consecuencias sociales y culturales que implican la transformación del sistema político hacia formas más liberales. Los gobiernos que se resisten con éxito a esta evolución sabotean el desarrollo económico nacional porque se ven obligados a centrar todas sus energías en una guerra preventiva permanente de baja intensidad contra su propia población civil. Así sucedió en el bloque comunista y así ha sucedido en muchos países islámicos.

La crisis económica es la gasolina, pero la chispa procede de la crisis cultural. La sociedad tradicional se desintegra y nadie sabe lo que va a surgir en su lugar. Si el Islam tiene el petróleo y Occidente, no ¿por qué el Islam es tan pobre y Occidente tan rico? Si Dios ama tanto a los musulmanes y odia a los 'infieles', ¿por qué estos últimos prosperan mientras que los primeros se hunden cada vez más? La cultura occidental, liberal y hedonista, es a la vez fascinante y revulsiva para unos hombres y mujeres que se han criado en un sistema social cerrado y represivo. Los occidentales no comprendemos el espantoso terror que les inspiramos a muchos musulmanes. Irak era uno de los países centrales del Islam, con petróleo, industria, agricultura, una población importante y un ejército fuerte, pero Estados Unidos lo conquistó en cuestión de semanas. ¿Terrorismo islámico? Es el Islam el que está indefenso como se ha demostrado en Irak, Palestina, Chechenia, Cachemira, etcétera. Así es como lo ven ellos y esa visión, no la nuestra, es la que guía sus reacciones.

La elite tradicional tiene otros agravios más insidiosos. El primero es la simple envidia. Hace doce siglos el califato islámico era la suprema superpotencia mundial. Ahora el Islam está luchando por su misma supervivencia. Para los integristas, rodearse del ensueño del pasado es una tentación muy fuerte porque el presente es demasiado amargo y el futuro les parece una siniestra pesadilla. Les envenenan la amargura, el rencor y el deseo de revancha. Por otra parte, Occidente, por el mero hecho de existir y ser próspero, es un contraejemplo que desmiente en su totalidad el orden tradicional, demostrando que otro mundo es posible. Por lo tanto Occidente debe ser destruido. Como esto no es factible en la práctica, es preciso por lo menos causarles todo el daño posible.

A largo plazo es posible ser optimistas. La crisis social y cultural ha creado una clase política autóctona venida a menos que busca la confrontación exterior para mantener el orden social tradicional en casa. La crisis económica les proporciona numerosos reclutas y gracias a esta coyuntura favorable pueden parecer temibles y poderosísimos durante algún tiempo, pero es un espejismo. Los integristas nunca pueden ser la solución pues en realidad son parte del problema. Pueden reclutar legiones de terroristas pero no pueden arreglar el desempleo o la crisis demográfica. Pueden volar en pedazos las fábricas de Occidente pero no crear industrias en casa. Lo más importante es que el integrismo es una herejía aberrante dentro del Islam y muchos de sus postulados son abiertamente anti islámicos pues sus objetivos no son religiosos, sino sociales y políticos.

Existen muchos países islámicos y todos van a ritmos distintos. Turquía y Malasia ya se han escapado de la trampa y otros les seguirán pronto. Ellos marcarán el camino para los demás y eso será el principio del fin para el integrismo. Este es el pronóstico a largo plazo, pero a corto plazo, sin tapujos, sin eufemismos, ¿cómo va a terminar esto? En fuego, obviamente.

Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador y especialista en el Mundo Árabe.