Cazar no es matar

La muerte de «Cecil», un león con collar localizador para que turistas ansiosos por descubrir la Naturaleza puedan verlo, fotografiarlo o filmarlo, ha conmovido al mundo urbanita. Antes de que este safari se declare legal o no –que lo decidirá la justicia de Zimbabue–, distintos sectores de las redes sociales y de la prensa, en particular un diario cada vez más sensacionalista que ya en su día condujo una campaña contra Don Juan Carlos, han aprovechado para atacar a la caza y a los cazadores, acusándoles de todos los males del mundo.

Soy un enamorado de la Naturaleza, y como tal, aficionado y apasionado a la caza, parte indisoluble de ésta. Mis padres me educaron desde pequeño a respetar, cuidar y disfrutar del campo, he tenido esa suerte; he vivido al aire libre fuera del asfalto de las ciudades, ahí conocí cómo diferenciar el tomillo del romero, los distintos tipos de quercus, los cérvidos, las aves y mustélidos. Me enseñaron a interpretar y leer en las plantas, los árboles y las costumbres de los animales… a escuchar a las gentes de los pueblos y aldeas, a esos que no han perdido el contacto con la Naturaleza, a quienes saben que en el campo hay vida y muerte, los que sufren la sequía, cuando hay pedriscos o se producen incendios.

Los cazadores (más de un millón en España) generamos vida, creamos riqueza y protegemos el medio ambiente. Hoy en día gran parte de las masas arbóreas de España existen porque generaciones de familias han cuidado e invertido muchos recursos económicos en ellas. Conviene también recordar que Gredos, la primera Reserva de Caza de España, la fundó el Rey Alfonso XIII para proteger la cabra hispánica.

La caza es una actividad legal y necesaria. Los cazadores realizan una labor y una selección que, de otra forma, costaría millones de euros al erario público. La Administración no hace necesariamente una buena gestión y, a veces, produce situaciones donde la guardería ha tenido que eliminar 1.000 gamos en el Sueve o 1.500 cabras hispánicas en Guadarrama por exceso de población. La caza respeta la Naturaleza al máximo, incluso por egoísmo para no acabar con el objeto de su actividad, genera beneficios económicos y mejora el medio ambiente. El cazador estará siempre en comunión con el campo, tanto con cámara, con prismáticos, con rifle o con escopeta, pues la caza es un instinto primario del hombre, está en sus genes: el instinto depredador. El hombre es morfológicamente un predador y como tal tiene los ojos en el mismo plano para ver con relieve, evaluar distancias y hacer eficaz su ataque. Las presas tienen los ojos laterales para tener mayor ángulo de visión y descubrir el peligro a tiempo.

El que sea un instinto explica la satisfacción que experimenta el ser humano en la acción venatoria. La caza debe ser además incierta, salvaje y difícil, las tres condiciones que hacen a la cacería ética, esto es, humana. La incertidumbre es tan fundamental que si la abundancia es mucha, el cazador modifica esa situación convirtiendo una única presa en su objetivo. El salvajismo de las presas es la justificación de la muerte en la caza, porque el animal prefiere su libertad a la vida. La dificultad es la expresión del desafío que existe entre la inteligencia del hombre y las superiores condiciones físicas del animal.

Se acusa a los cazadores por matar animales, pero se olvida que la muerte es una fase de la vida, que está presente siempre en la naturaleza y que los cazadores cumplen su función de grandes predadores. Parece que se busca acabar con la caza, pero hay que meditar en las consecuencias que esta situación acarrearía:

1-. Aumento incontrolado del número de animales, que la Naturaleza regularizaría con plagas.

2-. Indefensión de los agricultores ante estos animales que destrozarían y consumirían gran parte de sus cosechas.

3-. Mayor número de accidentes de tráfico por atropellos.

4-. Pérdida de puestos de trabajo y de recursos económicos en las zonas rurales.

5-. Fin del importante turismo cinegético.

En nuestro idioma todo tiene nombre, al ladrón de ganado se le llama cuatrero y al ladrón de caza se le llama furtivo. El problema es que hoy en día lo llaman «cazador furtivo», pero el cazador es una persona legal y respetuosa, y el otro es ilegal, por lo que jamás deben ir unidos estos dos conceptos.

Rodrigo Moreno de Borbón, director de cinegética.

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