Cegados por la luz

En la noche del 23 de marzo, 1.300 millones de personas se quedarán sin luz a las 8:30 horas, a las 9:30 y a las 10:30 y durante el resto de la noche, exactamente como todas las noches del año. Al carecer de acceso a la electricidad, la obscuridad después del ocaso es una realidad constante para esas personas.

En esa misma noche, otros mil millones de personas participarán en el acontecimiento medioambiental “la hora de la Tierra” apagando las luces desde las 8:30-9:30.

Los organizadores dicen que van a ofrecer una forma de demostrar el deseo de “hacer algo” sobre el calentamiento planetario, pero la cruda realidad es la de que la “hora de la Tierra” nos brinda a todos enseñanzas erróneas y, en realidad, aumenta las emisiones de CO2. Puede que inspire sentimientos virtuosos, pero su inútil simbolismo revela exactamente la equivocación del ecologismo buenista actual.

La “hora de la Tierra“ nos enseña que abordar el calentamiento planetario es fácil. Sin embargo, al apagar las luces, lo único que conseguimos es que resulte más difícil ver.

Nótese que no se nos ha pedido que renunciemos a nada que sea de verdad necesario para nuestro confort, como la calefacción o el aire acondicionado, la televisión, la computadora, el teléfono portátil o cualquiera de las innumerables tecnologías que dependen de una electricidad asequible y abundante y hacen posible la vida moderna. Si apagar las luces una hora al año fuera de verdad beneficioso, ¿por qué no habríamos de hacerlo en las 8.759 restantes?

Hipotéticamente, apagar las luces una hora reduciría las emisiones de CO2 de las centrales eléctricas de todo el mundo, pero, aun cuando todos en el mundo entero apagaran toda la iluminación residencial y eso se plasmase enteramente en la reducción de las emisiones de CO2 en esa hora, sería el equivalente de que China detuviera sus emisiones de CO2 durante menos de cuatro minutos. En realidad, la “hora de la Tierra” hará que aumenten las emisiones.

Como han descubierto las empresas concesionarias de la Red Eléctrica Nacional del Reino Unido, una pequeña reducción del consumo de electricidad no se plasma en que se bombee menos energía en la red y, por tanto, no reducirá las emisiones. Además, todo descenso en la demanda de electricidad durante la “hora de la Tierra” entrañará una reducción de las emisiones de CO2, pero quedará compensada por la sobrecarga posterior de las centrales de carbón o de gas para restablecer el suministro de electricidad.

Y las acogedoras velas que muchos participantes encenderán y que parecen tan naturales y tan respetuosas con el medio ambiente siguen siendo combustibles fósiles... y casi cien veces menos eficientes que las bombillas incandescentes. Utilizar una vela por cada una de las bombillas apagadas anula incluso la teórica reducción de CO2; la utilización de dos velas equivale a emitir más CO2.

La electricidad ha brindado a la Humanidad beneficios enormes. Casi tres mil millones de personas, para cocinar y calentarse, siguen quemando dentro de sus casas excrementos, ramitas y otros combustibles tradicionales, productores de humos nocivos que matan a unos dos millones de personas todos los años, la mayoría mujeres y niños. Asimismo, hace tan sólo cien años, la familia americana media pasaba seis horas a la semana durante los meses fríos echando seis toneladas de carbón a la caldera (por no hablar de la limpieza de la carbonilla acumulada en las alfombras, los muebles, las cortinas y la ropa de las camas). En el mundo desarrollado actual, las estufas y los radiadores eléctricos han eliminado la contaminación atmosférica dentro de las casas.

De forma semejante, la electricidad nos ha permitido mecanizar gran parte de nuestro mundo y eliminar gran parte del trabajo extenuante. Las lavadoras liberaron a las mujeres de pasar horas interminables transportando agua y azotando ropa en tablas de lavar. Las neveras permitieron a casi todo el mundo comer más frutas y verduras y dejar, sencillamente, de comer comida podrida, razón principal por la que el cáncer más prevalente en los hombres de los Estados Unidos durante el decenio de 1930, el de estómago, sea el menos prevalente ahora.

La electricidad nos ha permitido regar campos y sintetizar fertilizantes a partir del aire. La luz que produce nos ha permitido tener una vida activa y productiva después del ocaso. La electricidad que consumen los habitantes de los países ricos equivale, por término medio, a la energía de 56 criados que los ayudaran. Incluso los habitantes del África subsahariana tienen una electricidad equivalente a tres criados. Necesitan más, no menos.

Todo ello es pertinente y no sólo para los pobres del mundo. A causa del aumento de los precios de la energía provocado por las subvenciones ecológicas, 800.000 familias alemanas ya no pueden pagar sus recibos de la electricidad. En el Reino Unido, hay ahora más de cinco millones de personas pobres en combustible y el organismo regulador de la electricidad de este país está preocupado ahora por que los objetivos medioambientales fijados podrían provocar apagones dentro de menos de nueve meses.

En la actualidad, producimos sólo una pequeña fracción de la energía que necesitamos mediante la solar y la eólica: el 0,7 por ciento con la eólica y tan sólo el 0,1 por ciento con la solar. Actualmente esas tecnologías son demasiado caras. Además, no son fiables (seguimos sin saber qué hacer cuando no sopla el viento). Aun con las hipótesis más optimistas, la Agencia Internacional de la Energía calcula que en 2035 produciremos tan sólo el 2,4 por ciento de nuestra energía mediante la eólica y el 0,8 mediante la solar.

Para volver ecológica la energía del mundo, debemos abandonar la anticuada política de subvencionar las energías solar y eólica, que no son fiables, política que ha fracasado durante veinte años y fracasará durante los 22 próximos años. En cambio, debemos centrarnos en inventar nuevas y más eficientes tecnologías verdes para vencer en la competencia con los combustibles fósiles.

Si de verdad queremos un futuro sostenible para toda la Humanidad y para nuestro planeta, no debemos volver a sumirnos en la obscuridad. Abordar el cambio climático apagando las luces y cenando con velas parece un planteamiento de los problemas del mundo que recuerda a lo de “que coman pasteles” y que sólo gusta a minorías bien electrificadas y confortables.

Centrarse en la investigación y la innovación verdes puede no ser tan satisfactorio como participar en una tertulia con linternas y buenas intenciones, pero es una idea mucho más inteligente.

Bjørn Lomborg, an adjunct professor at the Copenhagen Business School, founded and directs the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. He is the author of The Skeptical Environmentalist and Cool It, the basis of an eponymous documentary film.

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