Centrismo

Por José María Lassalle. Secretario de Estudios del PP y diputado del Grupo Popular en el Congreso (ABC, 21/04/05):

HAY que recordar al presidente Rodríguez Zapatero que no hace falta ningún partido centrista en España porque ese partido existe: es el Partido Popular de Mariano Rajoy. Quizá fuera bueno que refrescara los conceptos políticos. Los valores de centralidad vertebran las bases programáticas de su principal oponente político. Definido como una formación de centro reformista asentada básicamente sobre la tradición liberal española inaugurada con las Cortes de Cádiz, el Partido Popular asume una apuesta programática comprometida con políticas de libertad y con un modelo de sociedad abierta avanzada que no oculta su deseo de estar en plena sintonía con los valores occidentales.

Hay que pedirle al señor Rodríguez Zapatero un poco de respeto intelectual. Sobre todo porque debería saber que la inmensa mayoría de los votantes que hacen suya la centralidad política están cómodamente instalados en el espacio electoral que representamos los populares. Sería bueno que el líder del PSOE pudiera salir de vez en cuando de su ensimismamiento autocomplaciente y dejara de dar lecciones de supuesta urbanidad política. Especialmente cuando se arroga el derecho a extender cartas de naturaleza política sobre algo que no es capaz de entender. Y es que la identidad liberal que recorre la vida cotidiana de la mayoría de los votantes y militantes del PP es incomprensible para él.

El presidente Rodríguez Zapatero confunde los deseos con la realidad. Probablemente quisiera trasladar el eje de su acción política hacia el espacio de centro que habita esa mayoría de españoles que defienden la moderación, la sensatez y, sobre todo, un prudente ejercicio cotidiano del sentido común en el manejo de sus asuntos. A lo mejor desearía llevar a cabo un giro centrista parecido al que asumió el laborismo británico de la mano de su hoy primer ministro, Tony Blair. Es más, a buen seguro que algunos de los que le rodean han susurrado a sus oídos que ése tendría que ser ahora el objetivo del partido que lidera de cara a la segunda etapa de la legislatura que comienza. Sin embargo, lo va a tener muy difícil. Primero, porque el PP está firmemente asentado en ese espacio. Y segundo, porque le falta al presidente del Gobierno tanto el manejo del lenguaje como la comprensión intelectual de esa flexibilidad centrista y liberal que aplaude la libertad en toda su extensión.

Querer no es poder, y se nota que los orígenes teóricos del Partido Socialista -y de su líder- son otros. El señor Rodríguez Zapatero carece de esa predisposición epistemológica serena que cree en el valor de la prudencia del carácter y en la fortaleza de las convicciones basadas en la experiencia, la formalidad y el respeto a la palabra dada. Sus apuestas sentimentales, su esencialismo historicista, su apelación a los golpes de efecto y su confianza personal en la fortuna lo alejan de las soluciones institucionales y reformistas que eluden la lógica schmittiana del amigo-enemigo y, sobre todo, de esos acuerdos tactistas que han caracterizado las decisiones políticas del primer tiempo de la legislatura. De hecho, la formulación posmoderna del carisma weberiano que ha sido capaz de redefinir bajo su archifamoso «talante» es, en el fondo, la medida de su estilo político.

Lejos de cualquier gesto de generosidad hacia el adversario, especialmente después del tremendo mazazo que fue para la sociedad española el 11-M, no ha dudado en sobrevivir en medio de la agitación. Se ha deslizado por un tobogán emocional que ha cuestionado permanentemente la legitimidad del contrario y no ha dudado en hurgar en el pasado y anatemizarlo mediante una maraña de deformaciones que ofenden a la inteligencia. Por ejemplo, su empeño en identificar a los populares con el pasado autoritario del franquismo es inadmisible: olvida deliberadamente que muchos de los que militan en el PP proceden también de familias republicanas que perdieron -al igual que sucedió con la suya- la Guerra Civil. Es más, desprecia el valor político de tener delante a un partido que ha logrado aglutinar el centro y la derecha democrática que hizo posible la Transición. De hecho, somos un partido joven, nacido con la democracia misma. Un partido que agrupa la herencia política de la Unión de Centro Democrático, de Alianza Popular, del Partido Demócrata Popular, de la Unión y el Partido Liberal, así como del Centro Democrático y Social.

Fieles a esa herencia y conscientes de nuestra responsabilidad hacia esa mayoría centrada que sostiene la estructura de libertad que articula el tejido de una España comprometida con los valores de una sociedad abierta avanzada, los populares seguiremos defendiendo las políticas centristas que son capaces de hacer posible el día a día ordenado y creativo de un país progresivo y en crecimiento, que apuesta por las oportunidades al defender la moderación, la excelencia del trabajo, el esfuerzo y el ejercicio de una libertad responsable. A esa mayoría centrada y liberal instalada en el siglo XXI que habla el lenguaje de la libertad y la innovación, y que no se reconoce en los valores de la izquierda, seguirá dirigiéndose básicamente el PP que lidera Mariano Rajoy porque esa mayoría es nuestra razón de ser. Algo, por cierto, que continuará siendo así aunque le guste o no al presidente del Gobierno y al partido político que lo sustenta.