Durante el año 2016, por primera vez en la historia, hemos podido celebrar a Cervantes en su centenario. Ni el año 1916 (III centenario de su muerte) ni 1947 (IV centenario de su nacimiento) fueron fechas propicias para lanzarse a ningún tipo de conmemoración, estando tan cerca el dolor y la sangre de la guerra mundial y de la civil. En cambio, 2016 ha sido el año en que hemos podido acercarnos y difundir a Cervantes sin más limitaciones que nuestra capacidad de soñar y de organizarnos. Y creo que podemos sentirnos orgullosos de lo alcanzado, de los cientos de actividades que se han ido sucediendo (y lo siguen y lo seguirán haciendo) en todo el mundo y que han permitido conocer un poco más la vida y la obra de Cervantes y difundir mejor su legado, su pensamiento. Una satisfacción que nos obliga también a plantearnos una pregunta: ¿hemos hecho todo lo que hubiera sido posible?
La Comisión Nacional habla de casi 500 actividades aprobadas para formar parte de su programa oficial, muy variado y heterogéneo, y la Comunidad de Castilla-La Mancha, por poner solo un ejemplo, cifra en varios millones de euros el aumento de los beneficios económicos en la región. En los próximos meses conoceremos, sin duda, nuevos datos económicos y de impacto turístico en otras regiones (Madrid, Murcia, Aragón, Andalucía…) y en algunas ciudades (Alcalá de Henares, Madrid, Valladolid o Zaragoza). Con estos hilos, con estas informaciones concretas, podremos tejer un tapiz más certero del impacto de la conmemoración cervantina, y hacer un primer balance oficial de este exitoso año cervantino. Si Cervantes escribió que «no hay libro tan malo que no contenga algo bueno», bien podemos decir nosotros que no hay celebración tan buena que no haya tenido sus carencias y sus errores, que deben servirnos de principio de análisis para mejorar en el futuro.
Para conmemorar en 1916 el año cervantino, se formó una Junta Nacional dos años antes, cuyo comité ejecutivo estaba presidido por el cervantista Francisco Rodríguez Marín, por entonces director de la Biblioteca Nacional, y entre sus vocales, algunos de los estudiosos más destacados. ¿Quién ha conformado la Comisión Ejecutiva de los años de 2016, presidida por José Mª Lasalle, secretario de Estado de Cultura? Los máximos responsables políticos de las instituciones culturales de España. Tan solo después de la llegada del eficaz José Pascual Marco Martínez a la Secretaría de Estado de Cultura se permitió que participara como asesora la Asociación de Cervantistas, la que reúne a casi 400 cervantistas de todo el mundo. Sin duda, ha faltado previsión, por más que desde el año 2012 estábamos demandando un programa global Cervantes 2013-2017, que hubiera permitido sacar el mayor rendimiento a muchos de los esfuerzos e inversiones realizados.
Pero más allá de la composición de la Comisión Ejecutiva, del comienzo de sus trabajos –en una labor callada pero eficaz durante el año 2015–, me interesa destacar cómo la Comisión Ejecutiva de 1906 se planteó un análisis del legado que se quería dejar después de la celebración cervantina.
Por un lado, un legado monumental, que debería haberse concretado en la creación en Madrid de un monumento a Cervantes (que será el erigido en la Plaza de España); por otro, un legado institucional, por el que se aprovecharían las celebraciones cervantinas para difundir el español con «la creación de un organismo que, de acuerdo con la Real Academia Española, vele justamente por la difusión y por la pureza de nuestro idioma, inspeccionando su enseñanza, mediante convenios internacionales, en los principales centros didácticos de Europa y América, y gestionando el envío de buenos profesores españoles que enseñen el castellano en aquellos países…», así como ayudar a los escritores ancianos y enfermos con la «edificación y dotación de una Casa Refugio, que se llamará de Miguel de Cervantes»; y por último, un legado científico, que permitiera un avance en el conocimiento de Cervantes y de su obra, que se concretaba en tres medidas: la publicación de dos ediciones «copiosas» del «Quijote» (una «crítica y con comento» y la obra «popular y escolar, con ilustraciones artísticas y notas breves, así históricas como de vocabulario y de gramática»); la celebración de una «Exposición nacional bibliográfico-cervantina» en la sede de la Biblioteca Nacional, y «la formación y publicación del Catálogo ilustrado de la sala de Cervantes, de nuestra Biblioteca Nacional».
Después de cien años, algunas de estas propuestas han podido completarse: la exposición antológica de la BNE, financiada por AC/E, «Miguel de Cervantes: de la vida al mito», que tuve la fortuna de dirigir; o la catalogación completa de los fondos cervantinos de la BNE, gracias al esfuerzo de todos sus empleados, liderados por su directora, Ana Santos.
Pero ¿cuál debería haber sido nuestro legado, cuáles las actividades que deberían haberse impulsado pensando en 2017, en los próximos años, para así poner las bases de nuevos desarrollos? Esta reflexión, esta previsión, es una de las grandes carencias de las celebraciones cervantinas –y de la mayoría de las celebraciones modernas, me temo–. Nuestro talón de Aquiles. Han faltado una previsión y una coordinación para conseguir difundir líneas estratégicas, que, a mi modo de ver, tendrían que haberse centrado en tres: política de fomento de la lectura y de las letras, política exterior cultural y, por último, avance científico en el conocimiento de la vida de Cervantes y de los Siglos de Oro.
En el balance del año cervantino tendrán que participar las instituciones implicadas, pero también cada uno de nosotros. ¿Qué hemos hecho, en qué hemos apoyado para hacer del Año Cervantes un éxito más allá de 2016? Por mi parte, miro las celebraciones con satisfacción: junto con la labor mediática de la realización de exposiciones antológicas (la citada de la BNE y «Quijotes por el mundo» en el Instituto Cervantes) y la más silenciosa, pero importante, de visitas y charlas en decenas de institutos y centros de enseñanza, me siento orgulloso de haber participado en el avance del conocimiento de Cervantes, con los dos tomos de mi biografía («La juventud de Cervantes» y «La madurez de Cervantes»), y la coordinación de una edición del «Quijote» traducida a 150 variedades lingüísticas, de las que cincuenta han sido primeras traducciones.
Y como Cervantes no se agota en el 2016 y porque la cultura no puede entenderse solo como espectáculo efímero, sueño con terminar el año 2017 con un acto institucional presidido por los Reyes en que se presenten al mundo los doce tomos de la «Gran Enciclopedia Cervantina», que dirige Carlos Alvar, la mayor empresa científica jamás ideada alrededor de Cervantes ni de otro escritor. Y no es cuestión de dinero: terminarla cuesta menos que llevar a la Compañía Nacional de Danza a representar «Don Chisciotte» a Japón. Alcanzar los sueños y los proyectos es cuestión de voluntad política y no de excusas presupuestarias, de querer o no estar a la altura del espíritu cervantino.
José Manuel Lucía Megías, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Asociación de Cervantistas.