Ceuta, sin vallas

Por Manuel Ramírez, Catedrático de Derecho Político de la Universidad de Zaragoza. Autor del libro Entre Ceuta y Granada, del Instituto de Estudios Ceutíes, 2004 (EL PERIÓDICO, 05/11/05):

Los tristes acontecimientos que nuestras ciudades de Ceuta y Melilla están viviendo por los intentos de invasión de ciudadanos provenientes de los países que hace años un famoso autor calificara como desheredados de la tierra” han dado origen a no pocas reflexiones. El hambre, la miseria, la ausencia tanto de condiciones mínimas de vida cuanto de libertades cívicas son causas de un penoso peregrinar y de un desesperado riesgo de la vida. Los detalles son de todos conocidos. Algo que debiera golpear, con fuerza llena de vergüenza, a los países ricos del primer y segundo mundo. Ni Ceuta ni Melilla pueden cargar con las culpas de todo el profundo drama de nuestros días y el egoísmo de la llamada globalización, con la sociedad de consumo como única ideología.

Pero, sentada esta condolencia a la que, claro está, acompañará siempre la legítima defensa de su territorio por parte del Estado que experimenta la anormal invasión, pienso que lo ocurrido tiene otra triste consecuencia. Ha sido por una gran desgracia por la que gran parte de los ciudadanos y gobernantes españoles han dirigido sus ojos a estas dos ciudades que forman parte, por muchas razones, de la indisoluble unidad de la nación española. Mucho, demasiado, han tenido que esperar. Y no pocas las vallas que han tenido que construirse por obra de una insólita despreocupación.

Con la atención puesta en la ciudad de Ceuta, el caso que mejor conozco y siento por diversas razones (entre otras por haber nacido y vivido en aquella hermosa ciudad), a la vez que se resuelva este gran problema y las vallas pierdan su protagonismo, lo que esta ciudad necesita son, fundamentalmente, dos cosas.

En primer lugar, conocimiento. De muchas cosas. De su exacta situación a pocos minutos de la vecina Algeciras. De una convivencia multicultural que no ha podido borrar su semejanza, en costumbres y sentimientos, con cualquiera otra ciudad del sur de Andalucía. ¡Lamentable error no haberla incluido en el Estatuto de esta parte de España!

LA IDIOSINCRASIA de sus habitantes con su formas de hablar y comportarse similares a los gaditanos o malagueños. Sus fiestas patronales, su bellísima Semana Santa, su solemne celebración del Corpus. Conocimiento de que Ceuta nunca (repito, nunca) perteneció al vecino reino de Marruecos, sencillamente porque éste no existía como Estado ni antes ni después del momento histórico en que Ceuta, al separarse Portugal de Castilla, opta libremente por pertenecer al reino de Castilla, es decir, a España: ¡voluntad libre que supone siglos de españolismo! Y, claro está, ejemplo singular para alguna otra parte de la península en la que ser español constituye un usual insulto. Conocer una ciudad rodeada de mar que la embellece e ilumina (“isla de luz para la luz nacida”, como la definiera el gran escritor Alonso Alcalde). Y, en fin, saborear sus magníficas vistas desde los dos miradores que la ciudad posee. Todo esto y mucho más, hay que conocerlo y vivirlo.

Y, en segundo lugar, ayuda, atención y hasta cierto grado de aprecio. Ceuta fue durante muchos años la Cenicienta del régimen español. El último rey que la visitó fue Alfonso XIII, en compañía de Primo de Rivera. Después, absolutamente nada. Franco, que desde uno de su montículos contempló el paso por el Estrecho de sus tropas al comienzo de la guerra civil, jamás se dignó luego poner un pie en la ciudad en la que, además, había vivido como militar. Y su mal ejemplo ha sido seguido luego por la actual Monarquía. Nadie de la familia real ha tenido a bien una visita, que en la ciudad se espera como muestra de reconocimiento de soberanía y como prueba de interés. Alguna visita ministerial, sobre todo para revisar las tropas y, ¡por supuesto! algún político que otro a pedir el voto. ¿Tanto hay que sacrificar para “no molestar” al vecino? En los años del protectorado, ignorancia hacia la ciudad, personificada, sobre todo, en el nefasto García Valiño. Únicamente la figura y el aprecio de ese gran militar español llamado Alfredo Galera destacó en los años 60. Luego desapareció la figura del teniente general y se redujo notablemente la tropa allí existente: ¡otro gran error!

SE NEGÓ la denominación de comunidad autónoma que la actual Constitución expresamente permite y que bien vendría ahora. Sin embargo, a pesar de todo, Ceuta, como ha podido, se ha modernizado y ha mejorado notablemente todo su terreno, que es terreno de la España a la que siempre ha querido y sigue queriendo pertenecer como parte inseparable. Ésta es la Ceuta a la que preocupa las vallas por las que tristemente es constante noticia en nuestros días. Una bella ciudad que muchos llevamos en el corazón como un ancla de unión que nunca nos da tregua. Por fortuna, naturalmente.