Ceuta y Melilla: el entreguismo de los socialistas

Los socialistas dan por sentado que, a resultas de la presencia colonial española en el Magreb, los españoles hemos contraído con los marroquíes una «deuda moral» que habrá de saldarse con la entrega de Ceuta y Melilla. Así lo plasmó su pensador en esta cuestión, Máximo Cajal, en el libro Ceuta, Melilla, Olivenza y Gibraltar. ¿Dónde acaba España?

Sin embargo ni Ceuta ni Melilla están más comprometidas que el resto de las tierras de España con aquella desventura colonial. Y, si acaso, menos que algunas otras que se beneficiaron directamente de la industria de armamento, de pertrechos de guerra y de bienes de consumo para la tropa, por ejemplo Cataluña. Dejando de lado el cuestionable hecho de que Ceuta y Melilla eran España en tiempos tan pretéritos como Cataluña o Andalucía, ¿cómo se salda la deuda moral?, ¿con la cesión a un Estado teocrático y absolutista de ciudadanos libres y de ciudades con instituciones de derecho y control cívico? Y ¿por qué entregar a Marruecos la ciudadanía de Ceuta y no la de Sabadell o Córdoba por ejemplo, o no entregar a los sucesores directos de quienes se beneficiaron directamente en aquella empresa colonial? Son absurdos interrogantes que muestran el absurdo del argumento seudo moral de la concepción entreguista.

Esta concepción se caracteriza justamente por no tener moral pues a un hecho de responsabilidad humana fundada en los valores morales le busca su asidero en la geografía y la geopolítica. Según el argumento de Máximo Cajal, la geografía estaría marcándonos en Ceuta y Melilla un territorio africano, no continental europeo; y, además, la política de acercamiento a Marruecos exigiría de España este gesto de buen vecindario con la entrega de esos territorios que Marruecos considera suyos.

El absurdo de pagar de ese modo a Marruecos nuestra supuesta deuda moral tiene un célebre precedente histórico, realmente inmoral. Se trata de la deuda histórica de los nazis y la gente de otros países que colaboró con ellos a lo largo y ancho de Europa persiguiendo y exterminando a los judíos. Esos países europeos, encabezados por la Unión Soviética, en un falso acto de contrición saldaron su mala conciencia otorgándoles a los judíos un territorio que no les pertenecía ni a los europeos ni a los judíos. Para ello exterraron a los habitantes de la región Palestina. El Estado de Israel, hoy un hecho incuestionable y único Estado de derecho en Oriente Medio, arranca precisamente de una pésima comprensión de la deuda moral europea para con los judíos. Entender bien su deuda moral hubiese implicado, primero y ante todo, la manifestación pública por parte de todos los Estados europeos de sus nefastas prácticas de xenofobia, racismo, progromos y persecución a los judíos. Cosa que no efectuaron por cierto, salvo el Vaticano. Además, hubiera exigido una integración pública de los judíos en la Razón misma de los Estados de derecho, abriéndoles de par en par y sin remilgos jurídico-políticos ni culturales todas las puertas de los Estados europeos. Todo ello sin aceptar las premisas territoriales del nacionalismo étnico de los sionistas como salida a un problema moral. Y a causa de error tan monumental en ajustar la relación entre la responsabilidad moral y los deberes políticos de los Estados de derecho es como ha surgido la gravísima afrenta a los habitantes de Palestina. Éstos, a su vez, han derivado en gravísimos errores políticos y en una flagrante carencia de moral.

Preguntémonos también si en caso de que entregásemos Ceuta y Melilla a Marruecos, por qué no iban a tener los ceutíes y melillenses el derecho a defenderse de tan salvaje ajuste de cuentas morales. ¿Por qué no iban a rebelarse y plantear una lucha de resistencia y liberación contra el Marruecos islámico que prohibe taxativamente el proselitismo de otras religiones que el islam? ¿No iba a haber acaso ciudadanos españoles para sostenerlos? Muchas más absurdas preguntas podrían seguir sucediéndose de tan absurdo planteamiento que se autoerige en «moral» y que no conduce sino a otro caos pospalestino.

Existe al menos otro par de rasgos erróneos en este planteamiento entreguista de apariencia moral. Uno atañe a la evaluación de la geografía misma, pues abona la creencia de que los Estados son compartimentos intra-continentales, algo así como un continuum sin solución espacial; así, África sería un territorio de los africanos (ojalá fuera así y los africanos, es decir, todos ellos, pudieran afirmarse como sujetos de derechos y obligaciones en sus respectivos territorios y no como unos pertenecidos a y sometidos por la casta de los respectivos gobernantes de turno). ¿Bajo qué axioma de legitimidad geográfica un mar dividiría a la ciudadanía o a un país? Si fuese así, Groenlandia no estaría más autorizada a pertenecer a Dinamarca que a Canadá, ni una parte de la Melanesia tendría por qué ser de Indonesia, ni ciertas islas antillesas y del Índico por qué pertenecer a Francia y no a Venezuela, Méjico o Madagascar. ¿Por qué luchó Mandela contra el apartheid en África del Sur, un Estado de raíz colonial que había fragmentado y dividido pueblos africanos, y no luchó por la expulsión de los blancos a sus tierras de origen? Porque la realidad del Estado de la Unión Surafricana era un hecho, ciertamente no más que Ceuta y Melilla son parte del Estado español. Además ¿por qué la geografía repercutiría únicamente en Ceuta y Melilla y no en Canarias, como están deseando los marroquíes? ¿Por qué Turquía se adentra en la península asiática de Anatolia traspasando un mar con un Estrecho como el de Gibraltar?

Otro rasgo atañe a la evaluación de la política entre vecinos pues supone que la mala vecindad entre Marruecos y España se debe al hecho de Ceuta y Melilla. Marruecos, constituido en 1956 en tanto que Estado, se forjó sobre las pretensiones nacionalistas del Istiqlal que reivindican también las Canarias así como el Sahara y extensas partes de la actual Argelia y Mauritania. No son hechos fortuitos que Marruecos tenga muy mala vecindad con Argelia y no precisamente buena con Mauritania. El tercer vecino somos nosotros y no existe razón alguna para suponer que la cesión territorial de Ceuta, Melilla (¿y Canarias?), amén de nuestro alineamiento favorable a sus tesis en el Sahara, nos granjearían eo ipso la buena vecindad con Marruecos. Es pura ingenuidad pensar que las razones de cierta mala vecindad sean unilaterales y conciernan exclusivamente a la islamofobia de los españoles, esa tesis incuestionable de los socialistas por la alianza de las civilizaciones.

Como ya conocemos bien por nuestra propia enfermedad en casa, el nacionalismo a la contra se alimenta siempre de victimismo y cada vez exige más y más concesiones como signo de buena voluntad al diálogo con él. El nacionalismo de Marruecos ha exacerbado hasta el paroxismo esa vertiente moderna etnicista no dudando en ubicar todo su quehacer en la recuperación de territorios supuestamente suyos. Es lo único que une a islamistas, socialistas y nacionalistas marroquíes.

La colonización del Magreb, de la que nosotros no habremos de jactarnos demasiado, solamente en nosotros ha generado mala conciencia. ¿Por qué no la ha generado también en los magrebíes? ¿Por qué no han visto en ella una ocasión por ellos perdida para encaminar un futuro de progreso material y moral?

Mikel Azurmendi, profesor y escritor.