Ceuta y Melilla, el futuro

La política es el espejo de la vida. Conviene actuar con naturalidad, sin excesos ni defectos. Ceuta y Melilla son partes constitutivas de España. Los Reyes visitan su propia casa entre la emoción y el cariño de los ciudadanos. Ya está. Marruecos protesta: mensajes tópicos para consumo interno y algún gesto impropio de una diplomacia madura. Todo previsible y transitorio. Después de treinta años, hemos acertado con el discurso correcto. Dejemos de lado el partidismo: ni broncas ni zalamerías. Mejor firmeza, seriedad y perseverancia. La Corona, como siempre, en el sitio que le corresponde. España es una Monarquía parlamentaria y estamos en el siglo XXI: si alguien no lo entiende, debería de cambiar de espacio y de tiempo. «Compromiso pendiente», como dijo Don Juan Carlos. Cumplido y bien cumplido... La próxima visita, cualquier día de estos.

Primero, la geografía. San Agustín era romano porque nació y murió en el norte de África. Constantino Cavafis era griego porque casi nunca salió de Alejandría. La teoría de las fronteras naturales es una herencia del totalitarismo. La doctrina del «espacio vital» de F. Ratzel sirvió para justificar la expansión de Hitler. Los nazis crearon en Berlín un Instituto de Geopolítica bajo la dirección de K. Haushofer. En la Unión Soviética de Stalin se publicaron múltiples escritos de ínfimo nivel científico sobre ríos y llanuras que extienden la patria rusa allí hasta donde alcanza la mirada. La geografía física no traza límites infranqueables. Mucho menos en África, cuyos Estados fueron dibujados con escuadra y cartabón. La descolonización, por cierto, respetó esas entidades artificiales concebidas en pleno despliegue del imperialismo europeo. Lo que vale para unos, sirve para todos. Viejas doctrinas irredentistas: usurpación, expolio, falsedades geopolíticas. El futuro nos lleva por otro camino. Ojalá nuestros vecinos del sur prefieran apuntarse antes de que sea tarde. Ellos sabrán lo que hacen con el integrismo que llama a su puerta. Los vídeos de Al Qaeda nunca mienten.

Ahora, la historia. Se ha recordado muchas veces estos días. Disputas entre portugueses y castellanos en Ceuta, y una suerte de juiciosa autodeterminación local a favor de la Corona española. Para el caso de Melilla, repoblación por la nobleza primero e integración en el Reino poco después. Siglo XVI, orígenes del Estado moderno como forma política. España, entre los primeros, para no plantear querellas inútiles. Si hace falta, cabe invocar el título jurídico de prescripción adquisitiva, con la máxima holgura respecto del plazo más exigente. Posesión, por cierto, pública, pacífica e ininterrumpida, cuando no todos pueden afirmar lo mismo. Marruecos accede a la condición de sujeto de derecho internacional hace poco más de medio siglo. Antes hubo largos conflictos tribales por una hegemonía siempre incierta, guerras coloniales propias de un tiempo que ya pasó, mandatos y protectorados más o menos fallidos. La democracia constitucional, la visión ilustrada de la sociedad y el Estado, la Modernidad teñida con las luces y las sombras del progreso... ese es el porvenir, ajeno a falsedades sobre títulos ficticios y comunidades imaginarias. Otra vez tropezamos con un futuro que acaso la clase dirigente de Marruecos prefiere no mirar cara a cara. Es fácil comprender las razones, pero ese es un problema suyo y no nuestro.

Sociedad y cultura. Ceuta y Melilla, como el resto de España y de Europa, son realidades complejas. Es natural, porque allí habitan el pluralismo y la tolerancia, y nadie pretende imponer a sangre y fuego las etnias uniformes y los credos obligatorios. Arquitectura militar, murallas espléndidas, edificios modernistas, estupendo patrimonio cultural. El viajero siente que está en España, porque en efecto lo está. Hay muchos musulmanes, por supuesto, pero también los hay en la Península. Comunidades hindúes y hebreas, pero tampoco es una excepción. Catedrales, como es natural, hermosas y de arquitectura austera, pero también mezquitas y otros lugares de culto. Es decir, igual que en otros sitios. La gente está inquieta por la inmigración y recuerda las recientes crisis de las vallas. ¿Acaso los demás españoles no estamos preocupados? Corbatas y chilabas, minifaldas y algunos velos... ¿y dónde no? Ceutíes y melillenses, muy diferentes entre sí, cuentan con una fuerte personalidad propia. Eso no les impide sentir y expresar con orgullo la condición de españoles. Buen síntoma, en estos tiempos confusos. El entusiasmo y la euforia en una y otra ciudad autónoma son el reflejo fiel de la voluntad popular inequívoca. Han sabido esperar, muchas veces al límite del desaliento ante la tardanza. Ha llegado el momento, y se han volcado con los Reyes. Estupenda lección de patriotismo emocional y de ciudadanía democrática.
Política interior. Dejemos las cosas claras. Los viajes del Jefe del Estado dentro del territorio nacional no se negocian con una potencia extranjera. La torpeza diplomática es una cuestión de segundo orden respecto del interés general de España. Después de la operación Sarkozy en Chad, vale más no comparar la eficacia de unos y de otros. Pero en el caso de Ceuta y de Melilla hay que hablar más del Estado y menos del Gobierno. Es notorio que Zapatero se siente inseguro en el ámbito proceloso de la política internacional. Ideología y retórica juegan un papel limitado en presencia de los intereses permanentes y la postmodernidad «líquida» no es el enfoque más apropiado para defender posiciones a largo plazo. En todo caso, el viaje de los Reyes está ahí y no conviene sacar las cosas de quicio para diluir su significado histórico por cuestiones de naturaleza electoral, legítimas pero coyunturales. ¿Quién gobernaba en Madrid cuando Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia giraron la última visita real a aquellas tierras españolas? Habrá que preguntar a los historiadores, o al menos consultar una enciclopedia. Una vez más, distinguir entre la política y el partidismo es la asignatura en la que nuestra sólida democracia constitucional tropieza de forma irremediable.

Relaciones bilaterales. Cooperación con Marruecos: sí, por supuesto. En cambio, chantajes, deslealtades o maniobras turbias son absolutamente inaceptables. Hay que trabajar en común: inmigración, pesca, inversiones de nuestras empresas y -mucha atención- lucha contra el terrorismo islamista que asienta sus bases en el Magreb. Rabat necesita profundizar en su desarrollo político y económico si quiere salir del agujero negro marcado por el absolutismo y la pobreza. España puede y debe ayudar. Lo necesita y le conviene. Las elites del reino alauí emprenden el peor camino posible cuando ocultan sus miserias bajo el manto de la «Marcha Verde» y pretenden llevar a la ONU una cuestión ajena por naturaleza al proceso de descolonización. Recordemos los documentos básicos de Naciones Unidas: las resoluciones 1514 (XV) y 2625 (XXV). Eran años muy propicios para la rebelión colonial, y mucho más en contra de un régimen autoritario aislado en el ámbito internacional. Ni siquiera entonces Marruecos consiguió hacer valer sus pretensiones sobre Ceuta y Melilla. Ahora, mucho menos, salvo que la sociedad española le regale todas las bazas en uno de nuestros frecuentes «raptos» de inmadurez política.

Seamos sensatos. Los vecinos no se escogen y hay que jugar en el terreno de las realidades y no de los sueños. España sufre a veces el síndrome del cándido elefante de Kipling, incapaz de ser consciente de su propia fuerza. Las cosas claras. Los Reyes visitan nuestras ciudades autónomas. Ceutíes y melillenses son más felices que nunca. Marruecos eleva el tono de la protesta y alimenta su falso victimismo. ¿Quién lleva las de ganar? El futuro empieza hoy.

Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas.