Ceuta y Melilla, otra etapa

El Reino de Marruecos, crecido por la aparente debilidad de vecinos como España y Argelia, continúa su desenfrenada carrera que combina logros político-diplomáticos aparentes o reales con el reforzamiento de su estructura de defensa. Todo, en paralelo a la gestión de la incidencia aguda del Covid-19 en su territorio. De hecho, podría incluso interpretarse como un aprovechamiento para colocarse en la mejor posición posible de cara a futuros escenarios en la región y en el mundo.

La prioridad del Reino se llama Sáhara Occidental: las provincias del Sáhara en la nomenclatura oficial marroquí. Rabat se ha lanzado en paralelo a la conquista de dos dimensiones de su política exterior y de seguridad en las que es preciso seguir siempre su rastro: la árabe y la africana. Y lo hace habiendo arrastrado en términos de aceptación del statu quo impuesto por Marruecos al Reino Unido del Brexit y a Francia, y de compromiso firme con el mismo de parte nada menos que de los EEUU de la saliente Administración Trump.

Volcado Marruecos en su política árabe en la aproximación a las petromonarquías que le son más propicias –todas las que giran en torno a Arabia Saudí– hemos asistido a la apertura de consulados de dichos países en El Aaiún, que son hoy por hoy innecesarios pero sí enormemente interesantes en términos simbólicos, y ello unido a la llegada de jugosos fondos financieros. Todo esto ha llevado a Marruecos a iniciar una aproximación pragmática a Israel que contribuye a consolidar la dinámica abierta por EEUU y reflejada en los Acuerdos de Abraham del pasado septiembre. Rabat realiza dicha aproximación con cautela, pues sigue liderando el Comité Al Qods de la Organización de la Cooperación Islámica y asume la influencia que en el país tienen los sectores islamistas y nacionalistas árabes, pero la centralidad que tiene la consolidación de la marroquinidad del Sáhara permite avanzar en estas jugadas.

En la dimensión africana, y desde el regreso de Marruecos a la organización continental la Unión Africana (UA) –heredera de la Organización para la Unidad Africana (OUA) que abandonó en 1984 cuando admitió como Estado miembro a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD)–, Rabat pugna por ejercer influencia, habiendo logrado ya algunas retiradas de reconocimiento a la RASD pero sembrando sobre todo para que dicha retirada se produzca en un horizonte no muy lejano. Y todo en detrimento de la tradicional influencia de Argelia en la organización y en el continente. Aprovecha para ello su momento, considerado de debilidad argelina por la enfermedad del presidente Abdelmadjid Tebboune y por la crisis política y económica que arrastra el gigante magrebí en los últimos años.

En lo que respecta a España, Marruecos también avanza en su política exterior en términos de aprovechamiento de una debilidad tanto interna como internacional. Es en dicho contexto en el que hay que analizar los pasos más importantes que ha dado Rabat últimamente. El primero en el tiempo, el cierre de las fronteras terrestres con Ceuta y Melilla que y aunque Marruecos trata de presentar para generar confusión como consecuencia de la Covid-19, es fruto de una estrategia que se inició antes de que la pandemia asomara y que trata de estrangular a ambas Ciudades Autónomas españolas. El segundo es la decisión de extender las aguas del Reino, desafiando a España en el frente mediterráneo y, sobre todo, en el atlántico. Y la tercera es la intensificación de su política de hechos consumados en el Sáhara Occidental, en crescendo desde hace algunos meses, que le está permitiendo ciertos logros, al menos de momento, y que en relación con España tiene también alguna dimensión importante a destacar.

Estrangular la economía de Ceuta y Melilla cerrando las dos ciudades y cortando su actividad económica principal nos ha colocado a los españoles en una posición incómoda pero a la vez estimulante. Hace mucho que estos rincones de España deberían de haber explorado una diversificación económica, obligada por necesaria, para no depender de una actividad comercial viciada. Desde el Observatorio de Ceuta y Melilla llevamos un tiempo invitando a utilizar dicha situación creada por Marruecos para sanear la economía de ambas ciudades en las claves española y europea en las que pueden y deben moverse. Es precisamente en dicho contexto, de dificultad en el que el primer ministro de Marruecos, el islamista Saadeddine El Othmani, acaba de lanzar su reivindicación verbal de los territorios españoles, bien calculada y verbalizada en un momento y lugar que requiere de nuestra atención.

Si bien es cierto que no es una reivindicación formal del territorio de un Estado vecino, es importante que se haya hecho en una televisión egipcia, en árabe y en el contexto internacional actual, presentando dicha aspiración sobre Ceuta y Melilla como logro a añadir al ya supuestamente obtenido en el Sáhara Occidental. Puede interpretarse como un intento de alterar cualquier posible movimiento de Madrid de vigorización de unos territorios que son parte de España desde hace más de 440 años –Melilla desde el 17 de septiembre de 1497 y Ceuta desde 1580–, atraer supuestas complicidades árabes que ya se han logrado en relación con el Sáhara –ese amago de frente árabe pero también islámico que, con liderazgo saudí, agruparía a Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Kuwait y el propio Egipto– y avanzar en la consolidación político-diplomática, territorial y de seguridad del país. Además, se aprovecharía también de paso la debilidad interna española, con un Gobierno de coalición en el que el tema del Sáhara Occidental divide a aliados en ciertas cosas imposibles y en un país en el que es necesario un profundo esfuerzo pedagógico para conseguir que todos los españoles sean conscientes de la necesidad de conocer, valorar y defender su territorio y sus intereses en lo que a los territorios españoles del norte de África respecta.

Por último, la cuestión de la extensión de las aguas territoriales de Marruecos –agrupando a las de soberanía pero también a las de jurisdicción marroquí frente a las costas saharauis– pone igualmente a España ante el espejo. Cuando las negociaciones a nivel de la Unión Europea dificultan aún más las previsiones de nuestra cada vez más exigua flota pesquera –otrora importante en un país que desde siempre ha carecido de caladeros–, Marruecos encuentra el momento perfecto para lanzar su desafío en relación con límites marítimos no definidos en la cornisa norteafricana –donde además de Ceuta y Melilla hay otros tres territorios españoles (los peñones de Alhucemas y de Vélez de la Gomera, y el archipiélago de las Chafarinas)– ni en las sensibles aguas del Atlántico oriental –entre Canarias, las costas de Marruecos y Sáhara Occidental–, escenario reciente de una importante ofensiva migratoria irregular.

Carlos Echeverría Jesús es director del Observatorio de Ceuta y Melilla del Instituto de Seguridad y Cultura y profesor de Relaciones Internacionales de la UNED

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