¡Champán para todos!

La Patafísica no es ninguna broma como creen algunos de los gacetilleros de «fake news». Tampoco es una ciencia. ¡Es la ciencia!, la que rige las excepciones y explica el universo suplementario -como dijo Alfred Jarry-. Los hados atraviesan sin saludar a nadie. Los patafísicos (y mis amigos) no mueren. Se ocultan. ¡Era tan sencillo dar con la palabra! Precisamente hace unas semanas, se ocultó Thieri Foulc la esencia de la Patafísica. Como los tres seres que no ceso de añorar todos los días: André Breton, quien fue la esencia del surrealismo, Tristan Tzara, de Dadá, y Roland Topor, del pánico. El primero se ocultó hace un mes, el día de la natividad de Henri Rousseau. Este singular pintor fue nombrado «aduanero», sin razón aparente, también por Alfred Jarry; pero denominando así su singular «fielato» donde se registraba la flora y fauna habida y por haber; sin intermediarios entre lo que le chiflaba y él mismo. Thieri Foulc ¡nos dio tanto con tan regocijante munificencia! ¿Me enseñó tanto como la madre Mercedes? Con sus ediciones, sus cuadros, sus irremplazables diccionarios. ¿Solo el Nebrija del XV supo más gramática que él? Entre la vida y el no vivir, entre el cielo y la tierra hay un puente tricolor al que llamamos arco iris. Thieri Foulc planeó por encima de él hacia el Sol: hacia Benoît Mandelbrot, Marcel Duchamp, Óscar Niemeyer, Umberto Eco, Jean Baudrillard, Simon Leys, Man Ray, Max Ernst, Boris Vian, Eugène Ionesco... ¡transcendentes sátrapas! Hacia nuestros dos genios pánicos e hispánicos, vejados y lacerados: Dalí y Echegaray a los que vemos día y noche elevándose y ascendiendo hacia lo más alto a medida que los derrumban y entierran. Los cíclopes no corren «le tour». Por eso repito con razón ¡Viva Thieri Foulc!

Cuando su padre se ocultó, Topor se encerró en su piso y durante dos días fue imposible recibir noticias suyas. La puerta de su piso estuvo herméticamente cerrada. De pronto tuvimos noticias suyas. En loor de su padre nos convidó (por pneumático ¿el mail de la prehistoria?) en el lugar de París que en aquel momento era para nosotros el más divertido, y hasta a veces sandunguero: «la Palette». Donde sabíamos que los canguros de las antípodas fornican al revés. La invitación impresa decía:

-¡Champán para todos! (Y para ti la mejor «coca-cola» de l’Île de France).

En efecto, de pronto nos dimos cuenta de que lo mejor que podíamos hacer era banquetear y divertirnos en nombre de Abrahán Topor. Los costureros lascivos miraban ya a Mona Lisa con los pelos de punta. Los razonamientos eran menos aburridos con sofismas. Recordamos sus inigualables esculturas de Varsovia, sus últimos paisajes de París y su suerte de haber tenido dos únicos hijos como Hélène y Roland. Todo poema era presente, todo arte apuesto y toda exactitud confusa. Recordamos también su increíble discreción. Nos dejó estupefactos que aquel emigrante casi centenario hubiera preparado los complicados trámites que siguen la ocultación; sin molestar a nadie, y sobre todo, a sus hijos. Cuando supo que podía haber ocurrido que alguna autoridad foránea quisiera recuperar el cuerpo incluso «del padre del gran Topor», él consiguió la llamada concession [es decir, un lugar donde enterrarse] ; adquisición en vida que es dificilísimo obtener. Recientemente a un autor de mi quinta que teme que su cuerpo sea recuperado, le fue respondido por la autoridad cultural correspondiente:

-El día que Vd «desaparezca» podrá reposar en París.

Respuesta que menos que tranquilizarle le asustó particularmente, pensando en la peregrina insistencia de una autoridad foránea que casi obtiene llevarse el cuerpo de un gran filósofo. El panda más grácil puede tener un código de barras desmesurado,

De Tristan Tzara, su talento y su constante originalidad, todo se podía esperar salvo su ocultación el día de Navidad del año 1963. «Odio a esta fiestecilla tradicional tan rancia; lo digo sin fanatismo alguno». Me enteré tan tarde. Cuando lo supe creí que excepcionalmente y en contra de su opinión había salido de vacaciones de Navidad. El pintacilgo en pajarera ve volar las consideraciones. En realidad solo hubo tres razones para que nos viéramos en un café/bougnat (hoy desaparecido) de la calle «du Four»: jugar al ajedrez, jugar al ajedrez y jugar al ajedrez. La contemporaneidad es el futuro del pretérito perfecto. Nunca me habló del Lenin-ginebrés ¿autor del título dadá? Pero sí del emigrante en Londres y su rival sin suerte en el tablero. En nuestros encuentros parisienses, casi todas las veces, me preguntaba:

-Pero, los surrealistas ¿qué opinan de mí?

-¿Qué surrealistas? ¿Los que van todos los días a la cita con André Breton al «El paseo de Venus»?

-Los jóvenes como usted.

«Los jóvenes como yo»... no podía decirle que en general no tenían ni remota idea de quién era Tristan Tzara. Lo cual podía mostrar que algunos entre los más fieles no se se habían tomado la molestia de leer el segundo manifiesto surrealista que, según mi modesta opinión, es el mejor. La verdad es que la inmensa mayoría prefiere, ayer como hoy, el más poético primer manifiesto. Tres meses de silencio absoluto, después de su ocultación, y al fin apareció un artículo en una « revista» que decía: «Ha muerto un comunista: Tristan Tzara». Los camellos solo sueñan con parihuelas.

El cenáculo de Nathalie Sarraute ¿era el mejor de entonces? Durante una de sus cenas súbitamente comprendí que tenía el gozo inesperado e inmenso de estar enfrente de Christophe Tzara. No me interesaba en absoluto que fuera el hijo de su padre. El destino me había procurado la suerte infinita de conocer al gran físico nuclear que acababa de ganar nada menos que el premio Joliot-Curie. Inmediatamente defendí todos sus puntos de vista incluso cuando eran totalmente opuestos a los de Jean-Francois Revel, por quien yo sentía una verdadera admiración. Al salir a la calle me dirigí a él e inmediatamente le dije :

-Le quiero felicitar por su premio... Tengo el proyecto de matar a Franco. (¡¡De pensar que yo he podido!! ¡¡Me da vergüenza ajena!!).

Aquel hombre científico y razonable me escuchó encantado. Nos dimos cita en su piso de l’île Saint-Louis. En tres sucesivos encuentro le detallé mi plan que solo podía funcionar con su ayuda. Y cuando nuestro atentado estaba a punto de fraguarse, Christophe informó, como me previno, a su célula... ¡¡¡Merci parti!!! ... que le prohibió participar en el atentado. Christophe preguntó la razón y se le respondió: -No es el momento.

Los eclipses son en tecnicolor cuando los adoquines cambian de idea.

La ocultación de André Breton cogió desprevenidos a todos los surrealistas. Fue enterrado en uno de los más bonitos y discretos cementerios de París, el des Batignolles, junto a Benjamin Péret. Todos trataban de rendir homenaje al irremplazable. Las excepciones no necesitan ni cruces ni esquinas ni intercesiones. Todos ante este final se sentían «consensuales». Como si de pronto rindiéramos homenaje al pleonasmo. Nadie quería ni podía hablar en nombre de nadie. ¿Qué hacer con el surrealismo? Todos querían que de una manera u otra el mundo surrealista siguiera como si André Breton... Todos se volvían hacia Jean et Mimi Benoît. ¿Nada ocurría sin lapsus? Y la mayoría pensaba en la chilena Elisa que iba a demostrar durante treinta años de abnegación y paciencia lo que era la fidelidad y la perseverancia. Pero de pronto apareció «el sobrino de Tinchebray» (¿fue un cero que esperaba su hora? pero ¿existió realmente dicho sobrino?) que acabó de liquidar al surrealismo con una simple tarjeta que decía [¿o era un reproche por las acciones surrealistas que siguieron la ocultación ?]: «Hola! Mi tío murió el 28 de septiembre! Tinchebray». Acordarse de olvidarlo. ¿Los cénzalos nacen con cámaras de «tv» en el pico?

Cuando Pierre y Balthazar (Balthus), los hermanos Klossowski, se ocultaron casi centenarios, eran, como dijeron modestamente, ¿el reflejo de sus apariencias? Se comprende que desde la infancia, sus implacables conflictos dialécticos y teológicos para reivindicar cuál era el más creyente y practicante, encandilaran a Rainer Maria Rilke y a sus dos revoltosas e inolvidables últimas «novias»: Denise (Roberte) y Setsuko.

Fernando Arrabal es dramaturgo.

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