Chanfalla, Chirinos y Abascal

En ‘El Retablo de las Maravillas’, uno de los entremeses de Cervantes, dos embaucadores (el Chanfalla y la Chirinos) engañan a los habitantes de un pueblo castellano con una vieja argucia. Les ofrecen una función de títeres, pero les avisan que el teatrillo solo podrá ser visto por aquellos que tengan la sangre limpia de cualquier contaminación morisca o judía.

En realidad, no representarán nada. Pero ¿quién osará decir que no hay obra alguna? Los estafadores simulan que manejan unos inexistentes muñecos, pero son los espectadores que afirman verlos las auténticas marionetas movidas por el Chanfalla y la Chirinos.

Chanfalla, Chirinos y Abascal

Para el próximo martes, Vox también ha impulsado la celebración de un teatrillo en la Carrera de san Jerónimo. Tanta frivolidad mueve al partido ultraderechista en su moción de censura, que ha presentado como candidato a Ramón Tamames, un antifranquista que en noviembre cumplirá 90 años y que está en las antípodas de su ideario. Esta disparidad se puede comprobar no solo por su pasado como alto cargo del PCE o porque nunca haya votado a Vox, sino por sus últimas declaraciones: no considera, como ha dicho Santiago Abascal, que el Gobierno de Pedro Sánchez sea el "peor de la historia"; define a España como una "nación de naciones"; critica el uso partidista de la bandera rojigualda; admite que la formación de Abascal tiene "extremosidades"; y no comulga con ideas centrales de Vox como el cambio climático o la inmigración.

El partido ultra pretende recuperar el protagonismo que le está arrebatando el PP, precisamente la ‘casa común’ de donde han salido muchos de sus votantes y dirigentes. Y lo quiere hacer con una pantomima que va más allá de su táctica habitual, típica del populismo, de ofrecer soluciones simples para problemas complejos. El martes protagonizará una moción de censura de marcado carácter antipolítico que en nada se corresponde con la utilidad inherente a esta herramienta constitucional: no tiene sentido escenificar que se busca la sustitución de Pedro Sánchez cuando apenas quedan unos meses de legislatura, cuando no se tiene ningún apoyo y cuando presenta un candidato que ni forma parte de la estructura de Vox ni va a defender su programa.

Es cierto que la dramatización es la base de la política. Calderón de la Barca ya dijo que la existencia humana es semejante al actor que interpreta un papel en el Gran Teatro del Mundo. La política aún va más allá, pues no es solo semejante al teatro, sino que en esencia es ‘puro teatro’. La mayoría de los líderes mundiales, desde Biden a Macron, tienen en común que son buenos actores que interpretan un efímero libreto que reescriben a diario con sus jefes de gabinete, que ya no son ideólogos sino especialistas en marketing. Pero la última pirueta de Vox resulta tan desnortada que sugiere que Abascal, después de echar a la portavoz Macarena Olona, ha perdido toda coherencia argumentativa.

En un contexto social de videopolítica (Sartori), ‘Netflixicación’ (Sánchez Medero) y espectacularización de la política (Lipovetsky), Vox intenta engatusar a los ciudadanos para que veamos gigantes donde sólo hay molinos. Busca así seguir alimentando el enfrentamiento y la polarización social.

Cuatrocientos años después de aquel ‘Retablo de las Maravillas’, el Manco de Lepanto podría escribir hoy un divertido entremés sobre una formación política que quiere utilizar a una marioneta narcisista para certificar la ‘pureza de sangre’ de sus votantes o, lo que es menos gracioso y más inquietante, sobre un partido que monta un vodevil, en la sede de la soberanía popular, para desacreditar a las instituciones democráticas.

José Javier Rueda, periodista.

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