Chernóbil, drama de futuro

Por José María Mendiluce, ex eurodiputado y escritor (EL PERIÓDICO, 28/04/06):

Los hombres fueron tomados por sorpresa, no estaban biológicamente preparados, su cuerpo, hecho para ver, escuchar, oler, tocar, no estaba adaptado. Sus ojos, sus oídos, sus dedos ... no son de ninguna utilidad: las radiaciones son invisibles, no emiten sonido ni olor, son impalpables..." (Svetlana Alexievich en un artículo publicado en Russkaïa Mysl y reproducido en parte por Le Monde el 25 de abril).

La energía nuclear siempre ha estado rodeada de miedos, secretos y mentiras. Durante mucho tiempo, el horror se identificaba con Hiroshima y Nagasaki, se llamaba bomba atómica, se usaba en la guerra y proliferaba como arma disuasoria, tal era el miedo generado. Pero las centrales nucleares eran energía y bienestar, y en la antigua Unión Soviética (URSS), un motivo de orgullo para el sistema y un ejemplo de desarrollo. Sólo aquellos iluminados aguafiestas ecologistas denunciaban sin el menor descanso la irresponsabilidad y los riesgos que planteaba esa opción energética: ¿Nuclear? No, gracias, era la consigna, sobre un sol sonriente y colorido.
El sol debió palidecer cuando amaneció tras las explosiones que comenzaron un 26 de abril a la 01.23.58 horas, y un terrible resplandor iluminó con luz extraña la región. Era una catástrofe nuclear, pero no había guerra, no había bomba, no había enemigo... Los responsables empezaron a mentir para cubrir sus vergüenzas y salvar la cara de toda aquella burocracia, herrumbrosa y caduca como aquella central nuclear, incapaz de gestionar la crisis y que dirigía aquel mundo soviético que ya empezaba su propia explosión. Ellos eran, en realidad, el enemigo. Se ha escrito y hablado suficiente estos días pasados para no insistir en las cifras de la catástrofe. Ni en las pasadas ni en las presentes ni en las por venir.
Pero no mintieron sólo los dirigentes soviéticos: mintieron todos. La nube radiactiva recorrió Europa de este a oeste sin que se alertara del peligro, y en Francia mintieron las autoridades con datos manipulados que reducían mil veces (¡mil veces!) la presencia radiactiva en el aire, en sus campos y en sus aguas (Le Monde, 25 de abril). Y nos comimos sus productos y nos bebimos sus vinos y nadie nos dijo nada. Ni allí ni aquí. El 40% del territorio europeo sigue contaminado en distintos grados y sin que sepamos claramente los niveles de riesgo en que vivimos.
Svetlana ha regresado hace poco a su tierra de origen. Ha recorrido campos bellísimos llenos de flores de primavera, de árboles frutales llenos de manzanas y de peras. Ha visto aguas corriendo por los riachuelos y ciervos caminando entre una hierba de casi su altura, postes y cables de luz que no llevan a ningún sitio, casas campesinas derruidas con restos de somieres metálicos en el suelo. Incluso algunos pájaros.

SÓLO LOS humanos no están. O no deberían estar. Ni se puede beber esa agua cristalina de veneno invisible ni recostarse en esos prados ni comer manzanas ni peras ni carne de caza mientras los antiguos habitantes mueren o enferman o languidecen sin recursos y sin futuro, olvidados, escondidos, las cifras de su dolor manipuladas porque no conviene recordar su existencia más allá de alguna conmemoración de pocas cifras claras y mucha nueva promesa falsa.
Veinte años y habrá que esperar algunos miles para que acabe el peligro de aquel accidente. Pero hoy, aprovechando el Protocolo de Kioto, resultado del otro desastre global llamado efecto invernadero, muchos empiezan con argumentos para un nuevo impulso a la energía nuclear. En vez de hacer los deberes (España está a la cola en el cumplimiento de sus compromisos) buscamos de nuevo un atajo, sin pensar que algunos atajos llevan a precipicios, a veces inesperados, pero otras, anunciados y constatados. Subidos a un modelo neurótico de desarrollo (injusto, excluyente, sucio, feo e insostenible), nuestros responsables políticos parecen afectados por una parálisis que nos puede llevar hasta la muerte.
Mientras se propone la intensificación del uso de la energía nuclear (aunque nadie sepa muy bien quién pagará la reconstrucción del caduco sarcófago de Chernobil), se aplaza el impulso real y urgente de alternativas energéticas limpias y renovables y se ridiculiza por inconsecuentes a los que queremos ir acabando con la era del petróleo sin continuar con la de los sarcófagos. Y la Administración norteamericana liquida los restos del espíritu del tratado de no proliferación y reducción de arsenales nucleares y se lanza a la fabricación masiva de nuevas armas mientras eleva el tono contra otros locos de poco fiar que quieren, ellos también, poder aniquilarnos (Irán).

SI EN UNOS años (cientos, miles), sobrevive algo parecido a la especie humana (y mucho tendrán que cambiar si quieren hacerlo) quizá, bajo estrictas condiciones de seguridad, se pueda ir de visita al sarcófago que cubre el sarcófago del sarcófago que fue construido al final de la era del petróleo, para que, como hoy promovemos desde Europa la visita pedagógica de los campos de exterminio nazi, pueda llenarse de contenido el mensaje de nunca más, que siempre se convierte en otra vez cuando los mismos locos disfrazados de sensatos, los irresponsables que usurpan la responsabilidad, esos enérgicos incultos llenos de determinación, repiten a gritos que no hay más solución que continuar destruyendo la vida a base de C2 o llenar el planeta de bombas de relojería de uso militar o civil. Sabemos que hay otras fuentes de energía y que investigando y promoviendo su uso, existe algo más que esperanza. No rotundo a la energía nuclear y a sus engañosos promotores.