Chile: la revolución de los vándalos

Se ha completado casi un mes de horrores en mi querido país. Miles de vándalos, amparados por la impunidad, han llevado adelante una terrible escalada de violencia con el «objetivo» de lograr en Chile cambios radicales e inmediatos. 21 muertos -la mayoría quemados por los incendios de los mismos vándalos-, más de 500 ciudadanos contusionados por enfrentamientos con la Policía, centenares de policías heridos, una decena de iglesias destruidas o quemadas, decenas de edificios de alto valor patrimonial asolados... Todo esto ha sido el resultado de un supuesto «despertar» de los chilenos cansados de los «abusos» de los ricos y del Estado. Para resguardar el orden, Sebastián Piñera sacó a la calle a los militares, pero solo a «mirar». Como era de esperar fueron insultados y atacados por los vándalos. Las principales calles de Santiago y de las grandes ciudades de Chile y sus carreteras fueron invadidas por vándalos, por izquierdistas duros y por otros soñadores que proponen ilusiones, todo eso sin trabajar. Los sindicatos llamaron a huelgas «para solidarizar con la causa». La iglesia católica, que antiguamente fue un catalizador de conflictos y una mediadora de convulsiones, tomó palco.

Nadie puede dudar que en Chile aún persiste la inequidad, pero el avance en la calidad de vida en los últimos 45 años ha sido fenomenal. Todos los indicadores económicos de organismos internacionales alababan a Chile hasta hace menos de un mes. En los 60, Chile era uno de los países con más desnutrición infantil en el mundo. Ahora es campeón en obesidad. Increíblemente, en una semana, pasó de ser la estrella de América Latina al infierno. La izquierda dura -Partido Comunista y Frente Amplio- en colusión con anarquistas, extranjeros infiltrados de Cuba y Venezuela, narcotraficantes, jóvenes agresivos provenientes de distintos estratos socio-económicos y todo tipo de especímenes alternativos, decidieron marchar «pacíficamente». La izquierda «moderada» y la democracia cristiana mantuvieron en este período una actitud de total complicidad con los violentos indignados. El resultado ha sido fatal. Muertes, daños y terror. Azuzados por una prensa progre, sesgada y predispuesta en contra del orden institucional. Solo en los últimos días de la crisis, pero ya tardíamente, moderaron su lenguaje y su forma de transmitir las noticias. La prensa internacional, tanto europea como norteamericana, cubrió en su mayoría las noticias con fuentes de izquierda y con una narrativa reprochable y falsa.

Chilenos en el exilio, quienes aún están capturados mentalmente por situaciones de hace más de 45 años, renovaron sus energías para organizarse en contra de las «torturas» del gobierno chileno, exigiendo la renuncia del presidente Sebastián Piñera, quien fue elegido democráticamente por amplia mayoría hace tan solo 2 años. El INDH (Instituto de Derechos Humanos), ente estatal, ha concentrado su control en el actuar de la policía más que en el de los vándalos. Naciones Unidas ha enviado observadores y centenares de ONG, mas todo tipo de organismos internacionales de dudosos intereses han encontrado en Chile un nuevo lugar para justificar su existencia como censores morales. El origen de la asonada, se gatilló por un alza en el boleto del metro. Desde ese momento, la situación de violencia no cesó y el gobierno se vio obligado, bajo extorsión, a ceder en una infinidad de materias, que van desde el congelamiento de tarifas de energía, eliminación del alza del boleto de metro, más recursos para pensionados, más impuestos, aumento del salario mínimo, reducción de jornada laboral y muchas otras materias de orden económico. Pero eso no es todo, los políticos de izquierda y la Democracia «Cristiana», en complicidad con los vándalos, presionaron al gobierno a que sin demora se avanzara hacia una asamblea constituyente, lo que implicaba claramente, llevar adelante un proceso constituyente al estilo chavista. Esto es que: «el pueblo escribe su propia constitución».

La constitución chilena, originada en 1980, fue modificada sustancialmente el 15 de septiembre de 2005, bajo el gobierno del presidente socialista Ricardo Lagos. Han pasado solo 14 años y la izquierda chilena fue por más. A cualquier costo, quieren el poder y lograr una constitución que los eternice, al más puro estilo cubano o venezolano.

Las heridas que se han abierto en Chile en los últimos días son profundas y de difícil cicatrización. El poder ejecutivo está aún bastante inmovilizado y atado de manos. El poder legislativo, controlado por la izquierda, extorsionó al poder ejecutivo para encontrar puntos de encuentro, y finalmente, un poder judicial que insiste con la dictación de fallos garantistas que han favorecido a miles de saqueadores y delincuentes, quienes ven en sus acciones total impunidad. Las fuerzas armadas en Chile han querido estar lo más lejos posible de este conflicto, toda vez que sus camaradas más viejos, aún están en prisión por acciones llevadas a cabo por ellos cumpliendo órdenes, hace más de 40 años. En el intertanto, Chile ha perdido nuevas inversiones, se inició una fuga de capitales, el peso chileno se depreció, cayó la bolsa y las perspectivas de crecimiento se desplomaron. Aun, algunos incautos creen que Chile saldrá «fortalecido» de este golpe social. De lo que nadie quiere hablar es que la bandera que flameó en todas las marchas y en todo el país fue la mapuche y no la chilena. La región de la Araucanía, aún tras este acuerdo reciente, sigue viviendo entre el miedo y el temor. Si alguna vez, hace no mucho tiempo, Chile estuvo cerca de transformarse en un país desarrollado, tras la revolución de los vándalos el objetivo esperado quedó muy lejos de ser alcanzado.

Andres Montero J. es empresario y columnista chileno.

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