China ante la crisis iraní

Por Augusto Soto, profesor del Centro de Estudios Internacionales e Interculturales de la Universidad Autónoma de Barcelona (REAL INSTITUTO ELCANO, 24/04/06):

Tema: China es parte concernida en la crisis iraní como comprador e inversor de primera línea en el sector energético que desarrolla Teherán y como miembro permanente de un Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que podría verse sobrepasado nuevamente, como en Irak, por los actores de un conflicto todavía más profundo. En las últimas semanas la crisis se ahonda y Pekín sigue en su postura conciliatoria envuelta en pragmatismo, elementos con los que nunca realmente ha perdido posiciones en el Golfo Pérsico, más allá del congelamiento de algunos contratos. Pero la región ya no es la que fue, y los prudentes llamamientos de la diplomacia china esconden una inquietud por los importantes intereses invertidos en Irán en el último lustro como parte de una estrategia geopolítica de gran alcance.

Resumen: Este análisis se propone, primero, exponer la dimensión de los intereses actuales de Pekín en Irán. En segundo lugar, analiza las probables vías de actuación de China en correspondencia con esos intereses frente a las perspectivas actuales. Por último, se pregunta por el significado estratégico de Teherán para Pekín, más allá de su condición de gran socio comercial emergente.

Análisis

La posición china
El último envite planteado por Irán, que presumió el 11 de abril de integrar ya el club de potencias nucleares, ha recibido de Zhongnanhai (centro residencial y de decisión de los dirigentes chinos) un enésimo llamado a la verificación y al acuerdo dentro del marco del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), a la no imposición de sanciones, y a la no amenaza del uso de la fuerza o a su uso decidido. Esta posición la acaba de reafirmar el 18 de abril en la reunión de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, más Alemania, celebrada en Moscú. Y es consistente con sus posturas previas y, específicamente, con la de marzo pasado, cuando China manifestó su oposición a la idea de imponer un plazo de dos semanas o de un mes, acaso prorrogable, para el desmantelamiento del programa nuclear.

Wang Guangya, embajador de China ante Naciones Unidas y actual presidente del Consejo de Seguridad, reiteró el 12 de abril que ninguna amenaza contra Irán “sería útil bajo las presentes circunstancias”. Horas después, Pekín anunciaba el envío a la capital iraní de Cui Tiankai, viceministro de Exteriores y especialista en no proliferación, cuya misión, entre el 14 y el 18 de este mes, ha incluido consultas en Moscú.

Durante los últimos veinticinco años Pekín ha completado un acercamiento que le sitúa hoy en una inmejorable posición en Oriente Medio. Sin alcanzar el potencial de mediación de la UE o de Rusia, Pekín cuenta con una tradición no intervencionista de amplio espectro, tanto en relación con los países árabes y musulmanes como con Israel, y por ello es hoy en día una potencia con un prestigio particular. Aunque éste también se debe al bajo protagonismo que a la postre ha tenido en las crisis pasadas.

En la actual, en ninguna de sus recientes declaraciones Pekín ha anunciado que usará su poder de veto para frenar la promoción en el Consejo de probables resoluciones norteamericanas para presionar a Teherán. E incluso, hasta el momento, tampoco ha hecho declaraciones significativas ante la muy comentada posibilidad de las últimas semanas sobre hipotéticas evaluaciones del Pentágono para atacar con armas nucleares tácticas los búnkeres iraníes donde se almacenen componentes para uso atómico.

Los intereses chinos están bien avanzados en Irán. China recibe de allí cerca de un 13% de sus importaciones de petróleo y las previsiones apuntan a una extraordinaria expansión de esos intereses. En noviembre de 2004 ambos países firmaron en Pekín un preacuerdo por un valor superior a los 100.000 millones de dólares para que la empresa estatal china Sinopec compre 250 millones de toneladas de gas natural licuado por un período superior a veinticinco años y realice prospecciones en el campo petrolífero de Yadavarán, desde el que se exportarán a China 150.000 barriles de crudo diarios. Ese preacuerdo, firmado como memorando de entendimiento, prevé ventas anuales de 10 millones de toneladas de gas natural licuado e implica una importante inversión en la ampliación de la flota petrolera iraní. Adicionalmente, comprende la participación china en proyectos como el trazado de oleoductos y la industria petroquímica y de gas, y abarca el suministro de materiales para la industria eléctrica en la ciudad de Arak, al suroeste de Teherán, y participación en el sector servicios. Incluye también la construcción de algunas líneas del metro de la capital, la segunda de ellas encargada a Norinco, empresa estrella del complejo militar e industrial chino.

Aquella operación, proyectada como preámbulo de acuerdos adicionales, debería haberse firmado en marzo de este año, según adelantaba recientemente la revista financiera china Caijing. O en estas fechas, según otras fuentes, entendiendo con ello antes de una previsible consideración seria de sanciones y amenazas militares contra Irán encabezadas por Washington.

Un proyecto ya cerrado es el firmado en enero pasado, por un valor superior a los 30 millones de dólares, para el mantenimiento operativo de la plataforma petrolífera de Alborz, en el Mar Caspio, que permitirá a Irán la prospección en aguas más profundas, profundizando a su vez en la perceptible implicación china en los asuntos del Caspio.

Asimismo, conviene recordar otro significativo acuerdo reciente, materializado pocas semanas antes de la invasión en Irak, en 2003. Pekín abrió entonces una planta automotriz en Irán que hoy le permite fabricar 30.000 coches anuales de la marca Chery (nombre similar a Chevy), proyectada desde allí como primera transnacional automotriz china, para suspicacia de la transnacional norteamericana General Motors, que alegó hasta hace pocos días que el modelo era imitación de uno suyo.

Igualmente, como no podía ser de otra manera, Washington ha protestado ante Pekín por el supuesto suministro a Irán de tecnología de misiles y equipos de uso dual para armas químicas, e incluso ha aplicado en la última década sanciones contra compañías chinas y de otros países que han vendido esa tecnología a Irán, entre la que se cuentan filiales de Norinco.

Probables vías para Pekín en Irán
Las relaciones diplomáticas sino-iraníes se remontan a su establecimiento en 1971, pero los vínculos comerciales se entablaron a los pocos meses de instituido el régimen comunista de Mao Zedong. En ambas dimensiones los lazos con Teherán anteceden a las relaciones que Pekín mantiene con varios de sus vecinos asiáticos.

Como nuevo actor global que es, hoy China se aventura a actuar en las zonas donde sus grandes intereses corren altísimos riesgos. En este particular pulso entre EEUU e Irán, Zhongnanhai sabe que Washington es consciente de una China que no puede ver muy mermadas sus perspectivas de aprovisionamiento energético por el bien de la entrelazada economía de ambos. Y porque añadidamente, un ataque, una ocupación o un cambio de régimen provocado en Irán no conduciría necesariamente a un refuerzo de la hegemonía norteamericana del petrodólar. De acometerse, un abrupto cambio en Irán no daría espacio para una suerte de reparto de la gestión entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. No es una opción realista porque contiene dos inflamables despropósitos. Primero porque Irán o la genérica red de al-Qaeda podrían allí sí coincidir y albergar planes inconexos pero efectivos para obstruir parte de la producción de petróleo del Golfo Pérsico. Y segundo, porque de prosperar meridianamente un ataque o un cambio de régimen, China, por la fuerza de las cosas, se vería forzada a aparecer interesada en reforzar sus intereses inmediatos, esto es, su aprovisionamiento energético: una imagen dañina a su noción de largo plazo. De atacar a Irán, EEUU tampoco será secundado por la opinión pública mundial –otra cosa son los gobiernos aliados–, e inevitablemente cabrá esperar unos imprevisibles ataques de represalia.

Zhongnanhai, con su teoría del “ascenso pacífico” recalca que necesita un ambiente estable que le permita un aprovisionamiento relativamente tranquilo de recursos naturales y el desarrollo de un comercio en la región del Golfo que hagan predecibles y consistentes sus políticas de desarrollo interno a largo plazo. No es que no le convenga un grado de conflicto. De hecho, el que se desarrolla ahora en Irak le ha sido muy favorable para atenuar la contención que EEUU le planteaba con énfasis en Asia-Pacífico a comienzos de 2001.

En una entrevista concedida en marzo al China Daily, el ex secretario de Estado de EEUU e influyente personaje en círculos petroleros internacionales, Zbigniew Brzezinski, ha abogado por un diálogo estratégico sino-estadounidense que abarque a Oriente Medio y al Golfo Pérsico. No hay evidencia de que esta perspicaz visión triangular vaya a ser adoptada por EEUU, aun cuando se haya abordado la crisis con Irán en la reciente cumbre de este mes entre Bush y Hu. A Pekín le queda confiar en el buen juicio de Washington, aunque también puede recurrir, esta vez de manera más inquietante que nunca, a la amenaza de retirar una proporción de su participación en los bonos del Tesoro de EEUU y disminuir algo sus propias reservas en dólares. Así tendríamos en torno a la crisis de Irán la más clara evidencia del desencuentro y de los medios chinos y estadounidenses más inmediatos: por un lado, una diplomacia comercial y unos medios financieros más rápidamente transferibles y maleables en la era digital, y, por otro, unos planes de “diplomacia transformadora” (Condoleezza Rice dixit) apoyados por un poder militar ubicuo.

El conflicto en Irak –que dista de haber alcanzado su ecuador– producirá probablemente tantas víctimas mortales y heridos como la bomba de Hiroshima, y un desprestigio estadounidense en Oriente Medio cuyo alcance es hoy obvio que no alcanzó ni siquiera la guerra de Vietnam en el conjunto de Asia. Además, esta vez, a diferencia de Vietnam, Washington no podrá contar con el factor de otra potencia para la retirada, como entonces contó con la carta china. Aparentemente, los dirigentes encabezados por Hu Jintao prevén la existencia de un Irán con poder nuclear de uso civil y pareciera consciente de la eventual posibilidad de un artefacto atómico en manos de Teherán. Ante lo cual cabría convivir, y confiar en un nuevo realismo, típico hasta ahora de los Estados que tienen poder nuclear sin utilizarlo militarmente, tras la Segunda Guerra. Un curso, en fin, seguido por la misma China a partir de 1964, cuando Mao Zedong se hizo con el ingenio atómico y evolucionó desde una posición contraria al orden mundial existente. Así también parece leer Zhongnanhai el caso norcoreano.

Una visión geopolítica mayor
En septiembre de 1993, la armada norteamericana interceptó en la zona del Golfo Pérsico al carguero chino, Yin He, acusándolo de llevar armas de destrucción masiva para Irán. Fue registrado por autoridades saudíes con apoyo de técnicos norteamericanos en un puerto de Arabia Saudí, sin encontrarse evidencia alguna de la acusación. Es un incidente que recuerdan los diplomáticos chinos, quienes todavía hoy no pueden representar a una potencia capaz de situar a una flota para asegurar su línea de aprovisionamiento frente a las costas del principal foco energético mundial. Pero en cuanto a los puertos de embarque, las preferencias estratégicas de Teherán están hoy rotundamente inclinadas a favor de China. En noviembre de 2004 el ministro de Petróleo iraní, Bijan Zanganeh, declaraba a China Business Weekly que Irán deseaba favorecerla como socio, en detrimento expreso de Japón –cuyo aprovisionamiento energético depende en un 16% de Irán y es aliado de EEUU–, como principal importador de hidrocarburos.

Para Zhongnanhai, Irán es más que otro Estado del Golfo Pérsico. A su relativa importancia demográfica y a sus colosales recursos, añade, entre otros elementos, una diplomacia controvertida pero dispersora de la atención estadounidense en su afán por contener a China, porque Teherán lograr proyectar unas esferas de influencia directas y por intermediación hacia Oriente Próximo, el Este y Asia Central que desafían a Washington. Igualmente instrumentales para los chinos fueron las tensas relaciones de Teherán con el régimen de los talibanes en Afganistán, que, aliados con al-Qaeda, atraían a islamistas radicales de otras partes del mundo, incluida una facción de chinos uigures de la provincia de Xinjiang. Recuérdese además que Teherán casi llegó al enfrentamiento militar con el Kabul del Mulá Omar.

Igualmente, para China cuenta la proyección iraní hacia Asia Central por el interés de Teherán en convertirse en alternativa añadida de salida para los hidrocarburos del Mar Caspio y viceversa, del Golfo hacia el Norte. En fin, la gran coincidencia de Irán con China, y Rusia, se resume en lo que en estos días se comenta como la inminente entrada de Irán, Pakistán, India y Mongolia en la Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS), que tiene previsto reunirse al máximo nivel el próximo 15 de junio. La inclusión de los cuatro países, hoy observadores, no está descartada, según dejó planteado ya en enero su secretario general, el embajador chino Zhang Deguan, en una conferencia de prensa en Pekín.

Es al Mar Caspio y al Golfo Pérsico hacia los que China proyecta su idea de multipolaridad, en su evidente talón de Aquiles a ojos norteamericanos. Con un Asia-Pacífico de más sólidos pilares geopolíticos, que no de conflictos, a ojos chinos queda Irán para que EEUU complete en el Golfo un gran despliegue hegemónico que le permita asegurar, en teoría, una inusitada capacidad de influencia en los asuntos regionales y en la energía de Asia-Pacífico, y cortar ese escudo o pivote iraní tras el que confluyen manifiestamente Pekín y Moscú y hacia el que miran con interés Pakistán y la India.

Paralelamente, ante la incertidumbre energética, China se ve más impulsada hacia África. Y especialmente hacia América Latina, donde se da un notable distanciamiento político de EEUU, y espacio en que Pekín, casi a la vez que en Irán, ha comprometido una suma similar, casi 100.000 millones de dólares en futuras inversiones, en 2004, un año clave en la práctica para su estrategia global de “ascenso pacífico”. Aquí igualmente encaja el acuerdo de 2004 firmado por China y Kazajstán –miembros de la OCS y potenciales socios de Irán en la organización– para el desarrollo definitivo de un oleoducto en sentido Este desde el Caspio. Igualmente están abiertas las posibilidades para que oleoductos iraníes enlacen hacia China por la Eurasia interior.

En el largo plazo, de relacionarse un más espeso entramado de oleoductos y gaseoductos, a los que habría que agregarse la Autopista Asiática impulsada con distintos niveles de compromiso por cerca de una treintena de países de la macrorregión, estaría también en juego en la crisis de Irán un Golfo Pérsico bien integrado al resto de Eurasia. Un gigantesco espacio con una infraestructura facilitadora de un comercio intercontinental más eficiente y unos alineamientos más compactos en el ámbito de la seguridad, aunque potencialmente dominados por la OCS. La India observa atentamente todo ese panorama. De allí el evidente interés de la administración Bush por acercarse a Nueva Delhi y por desviar su interés por la energía del Irán actual a través de Pakistán. En suma, despegarla de la geopolítica de integración euroasiática, ejerciendo a la vez una “diplomacia transformadora” en el Suroeste del megacontinente. Al fin y al cabo, no es un accidente que varios estrategas chinos y rusos, según el analista Kaveh L. Afrasiabi, profesor en la Universidad de Teherán, piensen que es Irán el que está expuesto desde hace años en primera línea en el orden de la post-Guerra Fría.

Conclusiones: La crisis de Irán, cuyas implicaciones geopolíticas no tienen parangón, afecta a la región de Asia-Pacífico. Unas eventuales dificultades en el suministro de hidrocarburos a China y a Japón, que compiten por una posición privilegiada en Irán, agravarían la ya tensa relación bilateral en los focos que más les enfrentan por la energía, además de en el Golfo Pérsico, en Siberia y en el Mar de China.

Un conflicto armado con Irán o un cambio de régimen promovido desde el exterior afectaría a los contratos firmados allí por Pekín. Pero esta vez Zhongnanhai podría negociar, como resultado de la novedosa dependencia de EEUU respecto del apoyo financiero chino.

Paralelamente, una crisis abierta llevaría a un reforzamiento de los lazos de Pekín con varias regiones ricas en energía; entre otras, con América Latina, donde se haría inevitable la apertura de otro escenario, no enteramente definido aún, de competencia sino-estadounidense. Por otra parte, un eventual entrampamiento estadounidense en Irán, como en Irak, no le sirve a Pekín, que debiera ser tomado en cuenta en los asuntos de Oriente Medio, más bien en la línea señalada por Brzezinski.

Entretanto, Pekín se aferra al Derecho internacional, un marco del que no es fundador ni contribuyente doctrinario y que sin embargo le conviene en gran medida. Pero para que le sirva –y a la comunidad internacional– su diplomacia deberá ser más activa e imaginativa aún que en su mediación ante Corea del Norte. Ha de aprovechar todos sus privilegiados canales de diálogo con las dos partes, logrando un lenguaje de conexión con las perspectivas mesiánicas, teocráticas o visionarias del mundo, creídas y a la vez utilitariamente manipuladas en esta crisis. Probablemente China pueda más ante Irán, donde ha de convencer al presidente iraní, Ahmadineyad, de que rebaje el tono de su delirante retórica y empiece a pensar en las perspectivas de mejores bases materiales para los iraníes en una Eurasia más integrada y próspera. En fin, convencer a Teherán de que eso sólo se puede lograr en este mundo.