China como amenaza para los EEUU

Por Joseph E. Stiglitz, profesor de la Universidad de Columbia. Fue economista jefe del Banco Mundial y presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton. En 2001 recibió el Premio Nobel de Economía (EL MUNDO, 03/01/06):

En enero, cuando por primera vez empezaron a circular rumores de que una empresa petrolera de propiedad estatal china podría presentar una oferta agresiva por la empresa petrolera norteamericana Unocal, cosa que finalmente ocurrió el 23 de junio, los norteamericanos se pusieron en guardia en su inmensa mayoría. No deberían haberlo hecho (la decisión de China tenía todo el sentido del mundo a la luz de su propia situación energética), pero tampoco deberían haberse sentido especialmente sorprendidos.

Era inevitable que los chinos, subidos encima de unos 700.000 millones de dólares (más de 583.000 millones de euros al cambio actual) de reservas en efectivo, decidieran en cualquier momento que había mejores maneras de invertir ese dineral que meterlo en bonos del Tesoro de los Estados Unidos a bajo tipo de interés.Con el fin de la era del dólar sólido, los bonos del Tesoro representaban un riesgo sin la prima correspondiente. De hecho, China tendría unas reservas de unos cuantos miles de millones más si hubiera colocado una parte mayor de su dinero en euros.

Sin embargo, había un problema en esta alternativa: China trataba de mantener competitivo su tipo de cambio porque así contribuía a impulsar sus exportaciones, unas exportaciones que contribuían a impulsar su crecimiento y un crecimiento rápido que le hace falta si se tienen que crear nuevos puestos de trabajo para los millones de chinos que engrosan cada año la mano de obra.

Con anterioridad, China había despertado una cierta curiosidad al comprar una parte de IBM, la parte que fabrica ordenadores personales, aunque había una diferencia: en este caso China se estaba haciendo cargo de sus propias fábricas, nada más, demostrando que no necesitaba gestores extranjeros, algo que sus empresas ya habían demostrado sobradamente.

Sin embargo, lo de Unocal era otra cosa. China entraba a competir por petróleo con una empresa norteamericana, Chevron, y estaba pujando más alto que ella. Los precios del crudo al alza hacían que el asunto fuera aún más preocupante, si cabe.

La decisión de los chinos era de esperar. China es todavía más dependiente del petróleo que los EEUU, puesto que sus reservas de crudo son mucho más pequeñas. Sin embargo, en un mundo de mercados globales, un país puede controlar el riesgo de la volatilidad de los precios del petróleo -y, más en general, de la energía- incluso aunque la naturaleza no le haya dotado de petróleo. En pocas palabras, puede comprar empresas petroleras. Si el precio de la energía sube, el país podrá defenderse, al menos en parte, porque también subirá el valor de sus existencias de petróleo.Comprar una empresa petrolera norteamericana tenía además un sentido especial porque proporcionaría ese seguro sin hacer que se elevara el tipo de cambio, frente a lo que habría ocurrido de haber invertido en euros.

La oferta de China por Unocal, una empresa pequeña cuyos activos se encuentran en su mayor parte fuera de los EEUU, tenía algo de ese mismo significado simbólico que tuvo en 1989 la compra del Rockefeller Center por una empresa japonesa, una inversión que por cierto resultó ser perjudicial para Japón. De repente China dejaba de ser un mero fabricante de juguetes y textiles baratos para pasar a convertirse además en un competidor en activos estratégicos. La respuesta de los EEUU ha estado guiada por una desmedida sobreactuación en el terreno político y por la explotación de unos miedos irracionales, y ni la causa de la globalización ni la de la seguridad se han visto servidas como se merecen.En el peor de los casos, incluso un mínimo atisbo de coherencia debería haber hecho que la postura de los EEUU fuera motivo de vergüenza. Si se oponían a que otra nación se hiciera con la propiedad de activos petroleros norteamericanos, otras naciones podrían entonces (o deberían entonces) oponerse a que sus activos petroleros estuvieran en manos norteamericanas. Es más, sin la propiedad de activos petroleros en el extranjero, Unocal sería una empresa de un tamaño minúsculo.

En el subconsciente de las mentes de los dirigentes chinos había quizás algo más que un mero deseo de administración prudente del riesgo. Los mercados funcionan bien en tiempos normales de paz pero, en los momentos menos pacíficos, es posible que los mercados no funcionen tan bien. No hay que descartar que se llegue de hecho a un racionamiento, tal y como ya ocurrió como resultado de las crisis del petróleo de los años 70, cuando el problema era que los EEUU no podían conseguir todo el petróleo que necesitaban, ni siquiera al precio que fuera. Tener el control del petróleo era lo que importaba entonces; era lo que determinaba quién podía tener acceso a él. Lo que estaba en juego era mucho más que un mero seguro frente a las subidas de precios. En lugar de tratar de convencer a China de que eran infundados los temores a una futura escasez de crudo, los EEUU han reaccionado de manera desmesurada.Han adoptado la postura de que corrían el riesgo de perder el control de su petróleo, a pesar del hecho de que sólo una ínfima parte del crudo de Unocal estaba, en realidad, localizada en los EEUU. La respuesta del Congreso consistió en medidas que efectivamente han hecho imposible que China llegara a completar la adquisición a pesar de haber realizado una oferta considerablemente mayor que la de Chevron.

Los EEUU predican la importancia del mercado libre, pero, al rechazar la oferta de los chinos, han contradicho ese mensaje.Sin pretenderlo, han demostrado que los intereses nacionales pasan por encima del funcionamiento del mercado. Se ha puesto en circulación otro mensaje nítido: no hay razón para que China o cualquier otro país crean que los mecanismos de mercado van a funcionar en caso de que se produzca una escasez mundial de energía. En lugar de eso, es posible que China haya aprendido más bien la lección de que tiene que hacerse con el control de los recursos que necesita, no ya como un problema más de gestión financiera, sino también para garantizarse su suministro en el futuro.

Quizás el Gobierno haya impedido a China comprar crudo en los EEUU, pero no puede impedirle que compre petróleo en cualquier otro lugar del mundo. De hecho, ha reforzado la idea de que China necesita adquirir tanto petróleo como pueda en todo el mundo.

La oferta de China por Unocal ha marcado un punto de inflexión en la economía global. Durante la década y media transcurrida desde la caída del Muro de Berlín, los EEUU han reinado sin oposición como la única superpotencia económica. Se ha entendido con Europa para reescribir las reglas del juego a fin de implantar el capitalismo global. Los EEUU han competido de manera intensa con Europa, pero ha quedado claro que tanto los unos como la otra estaban del mismo lado en casi todo lo que importaba.

China es todavía una economía mucho más pequeña que los EEUU o Europa y, durante un futuro más o menos largo, será también más pobre. Ahora bien, con una población que es más de cuatro veces superior a la estadounidense, es ya una economía de gran tamaño y, si se mantienen las actuales tasas de crecimiento, se convertirá en una economía muy grande. Competirá con las empresas norteamericanas y europeas en todos los terrenos, después de haber demostrado ya que pueden competir cómodamente en cualquiera de las muchas áreas de la manufactura industrial. Es más, con una tasa de ahorro próxima al 50% (comparada con la del 14% de los EEUU, en la que tasa de ahorro privado es cero o negativa) China está amasando cantidades ingentes de dinero. Puede usar esos fondos para realizar inversiones (y lo hará), sin excluir inversiones en recursos naturales escasos como el petróleo. Esta es la nueva realidad y debemos asumirla así.

Esta realidad tiene consecuencias diversas. Por una parte, es posible que tengamos menos capacidad para imponer sanciones económicas como instrumento de nuestra política, incluida en ella la defensa de los Derechos Humanos.

Por ejemplo, en Darfur (Sudán) hay un genocidio en toda regla y quizás se pueda hacer que la mayor parte de las empresas petroleras occidentales sea sensible a las consecuencias de llegar a acuerdos con el régimen represivo de Sudán. Ahora bien, si China se empeña en cerrar acuerdos con ese régimen, será imposible ejercer una presión económica decisiva en contra.

En segundo lugar, Occidente debería adoptar una postura más sensible hacia los riesgos de su dependencia del petróleo. No está en nuestras manos eliminar esa dependencia, pero sí podemos reducirla mediante unas políticas conservacionistas y el desarrollo de alternativas tales como los combustibles biológicos. La estrategia del Gobierno Bush de multiplicar las actividades de exploración en el territorio de los Estados Unidos no es una solución; es una manera de abordar la cuestión («vamos a agotar primero los Estados Unidos») que no hará sino dejar a las generaciones futuras en una situación aún más vulnerable.

Lo más importante de todo es que hace falta mucha valentía para cambiar los esquemas con los que pensamos sobre China. No vivimos en un mundo de suma cero en el que lo que gana China es lo que perdemos nosotros.

El interés de China se centra en incrementar el bienestar de sus ciudadanos y en garantizar la seguridad de su economía. Sabe que cada dólar que se gasta en su ejército es un dólar que no se gasta en su desarrollo económico, razón por la que ha restringido sus gastos de Defensa. Incluso en porcentaje del Producto Interior Bruto, representa la mitad del de los Estados Unidos y, en dólares absolutos, representa sólo una pequeña fracción del nuestro.

Si nos comportamos como si fuéramos adversarios, es posible que les estemos empujando a responder con la misma moneda. Sin embargo, si nos tomamos en serio las lecciones de la economía de mercado, es decir, que las interacciones de la economía, incluidos los intercambios comerciales y las inversiones, pueden hacer que a todas las partes les vaya mejor, será más probable que nos respondan con la misma moneda.