China como “socio comercial estratégico” no es la solución

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el presidente de China, Xi JinpingMONCLOA
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el presidente de China, Xi Jinping. MONCLOA

Es difícil escudriñar las verdaderas razones por las que Trump ha iniciado esta absurda guerra comercial que está afectando a la economía global –incluida la norteamericana– y que no está aportando nada bueno a la prosperidad mundial, aunque no parece que ésta sea su prioridad. Es evidente que la aludida razón de equilibrar la balanza comercial de los EEUU no puede ser el motivo: primero, porque un déficit comercial en un país desarrollado no tiene por qué ser negativo; y, segundo, porque hay mejores maneras para equilibrar las balanzas comerciales –si es lo que se pretende– que una imposición radical de aranceles a diestra y siniestra que perjudican tanto al que los impone como al que los sufre. Lo que sí parece que no está dispuesto a aceptar Trump es el crecimiento meteórico de la economía China que, de seguir así, en 2035 podría superar a la americana –en términos de porcentaje de PIB global– convirtiéndose en la primera potencia mundial y por ende en el enemigo a batir.

Hasta no hace mucho, la Unión Europea se disputaba la hegemonía económica con EEUU, pero de aquí a una década parece que hemos abandonado esa sana competición siendo sustituidos por el gigante asiático. Para Trump Europa ha dejado de ser relevante en tanto que hemos dejado de ser competitivos. En la concepción americana el éxito es un objetivo y para obtenerlo hay que competir. Si no compites no aspiras al éxito y si no lo lo persigues no existes. En este sentido estamos dejando de ser relevantes para Trump que nos ve más como un “Estado acomodado” más preocupado en “vivir bien” que en producir más y mejor. A su (mala)manera el Presidente americano nos ha dejado claro que está harto de pagar nuestra seguridad a costa de nuestro bienestar.

China ya ha superado a la Unión Europea y, de seguir por esta senda, en 2040 es posible que también nos supere India. La Unión Europea debería plantearse recuperar su papel económico mundial produciendo más y mejor tecnología, invirtiendo en talento y apostando por la investigación en vez de apostar tanto por un bienestar hipersubvencionado que, de no cambiar este rumbo, pronto dejaremos de poder costear. Pero lo que desde luego no debe hacer es poner nuestro destino en manos del gigante asiático y pasar de la irrelevancia económica americana a la dependencia política asiática. Europa y EEUU tienen que reconstruir sus relaciones y entender que las relaciones entre ambos no se pueden reducir a las de un socio comercial preferente sino a las de un aliado permanente (sea quien sea el presidente de EEUU) que no solo busque relaciones comerciales estratégicas sino también la defensa de intereses comunes como lo son la defensa de las democracias liberales sobre la base del respeto a la ley a los derechos universales y a las libertades individuales.

En cierto modo, esta crisis está poniendo de manifiesto la necesidad de replantearse una nueva forma de entender la globalización y el multiculturalismo instaurado a partir de los años 90. El idílico pensamiento del libre intercambio cultural y comercial entre naciones en aras de un bien superior solo tiene cabida en un mundo de seres iguales y valores compartidos. Pero lo cierto es que el mundo es un crisol de culturas de arraigadas desigualdades, valores muy diferentes e intereses contrapuestos. En la práctica, las relaciones comerciales estratégicas se han convertido en un factor de riesgo, máxime si la cadena de suministros esenciales dependen de países que poco tienen que ver con nuestro sistema de valores. Por eso hoy, más que nunca, reforzar las alianzas entre quienes compartimos los mismo valores, no es una prioridad sino una necesidad. Y esas alianzas tienen que ser redefinidas.

Si algo nos debería haber enseñado los últimos acontecimientos históricos -desde la pandemia mundial hasta la guerra de Ucrania pasando por la absurda guerra comercial de Trump– es que hay que elegir muy bien a nuestros socios estratégicos, ya sean comerciales o políticos. Las alianzas estratégicas deben tejerse entre quienes compartimos idénticos valores democráticos y culturales. Bien haría Europa, en vez de buscar nuevos socios estratégicos, hacer por recomponer las relaciones atlánticas –por difícil que esto sea y a pesar de Trump– para asegurar nuestro futuro y bienestar en el nuevo orden mundial. La dependencia energética o de la cadena de abastecimiento de productos estratégicos con países que no comparten esos valores nos puede llevar a convertirnos en marionetas de sus tableros de juego o de guerra, según se mire.

En el incipiente orden mundial se están desarrollando unas formas de guerra no convencionales donde esas dependencias estratégicas –efecto de una globalización mal planteada– nos pueden acabar llevando a la renuncia de nuestros valores a cambio de suministros esenciales; nada más poderoso que el hambre o el frio! –bien lo sabía Stalin–. Podremos mantener relaciones comerciales, políticas o diplomáticas con cualquier país siempre y cuando no pongan en riesgo nuestra forma de vida o nuestra convivencia, pero si hemos de poner en manos de terceros nuestra supervivencia, más vale que tengamos claro que sea en manos de quienes estén dispuestos a dar sus vidas por la nuestra como, recíprocamente, nosotros deberemos estar dispuestos a dar la nuestra por las suyas.

Jorge Rábago

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