China, democracia y derecho

Muchos creemos que la combinación de democracia y Estado de Derecho no es solo el mejor sistema para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, sino también para el bienestar económico. Por usar los términos de Robinson y Acemoglu, solo las sociedades inclusivas, es decir, las que permiten a todos los ciudadanos participar con igualdad en la política y en la economía, consiguen progresar y mantener la paz de forma duradera.

La trayectoria de China en los últimos cuarenta años parece contradecir esta idea. Su extraordinario crecimiento económico ha permitido salir de la pobreza a cientos de millones de personas dentro de un régimen decididamente autoritario, que no solo no pretende disimular su naturaleza, sino que defiende abiertamente sus ventajas frente a la democracia.

Desde el mundo occidental, el contraejemplo suscitaba dudas. Algunos veían en ese éxito la prueba del fracaso de unas democracias en crisis política y económica. La mayoría no llegaba tan lejos pero adoptaba una posición pragmática: si el sistema permitía la mejora económica de sus nacionales y a los consumidores occidentales comprar productos más baratos, nada había que objetar. Añadían algunos analistas que el progreso económico llevaría a la población a reclamar más democracia, y que internet y las redes sociales harían imposible el férreo control social y político que el Partido Comunista chino ejerce desde hace casi setenta años.

La eliminación del límite de mandatos del presidente Xi Jiping parece haber despertado a muchos de su sueño. Políticos y analistas destacan los riesgos de esa deriva autoritaria e incluso «The Economist», defensor acérrimo de la apertura del comercio con China y tibio crítico de su autoritarismo, le ha dedicado una portada al desengaño.

Pero no hay razones para la sorpresa, pues sólo los que no querían ver estaban ciegos. China no solo no ha realizado en ningún momento una apertura democrática, sino que ni siquiera ha pretendido simular un Estado de Derecho. No hay razones para esperar que la simple mejora económica traiga la democracia cuando el poder se ejerce sin ninguna restricción. Y China ha demostrado que internet, sin los límites del Derecho y con la dedicación de suficientes medios, es una perfecta herramienta de control y no una amenaza. La falta de separación de poderes permite el Estado utilizar el poder político para controlar la economía, castigando a las empresas de países críticos con China. Y también permite lo contrario, utilizar el poder económico para influir en gobiernos, como se ha visto en África o en Filipinas.

El velo también ha caído en el ámbito empresarial, que ha terminado descubriendo que sin claras ni un poder judicial independiente no hay posibilidad real de competir en el mercado chino. De momento el crecimiento sigue, pero nada garantiza que eso vaya a continuar: en los sesenta prestigiosos economistas americanos predecían que en pocos años la URSS superaría el PIB de Estados Unidos.

Al mismo tiempo, se multiplican los riesgos para la paz: la creación de bases militares en el mar de China, las crecientes tensiones con los vecinos y sobre todo el extraordinario aumento del gasto militar traen a la memoria antiguos rearmes de trágicas consecuencias.

Es fácil ver el contraste de esta situación con la de EE.UU., en los que la llegada al poder de un populista con tendencias autoritarias parecía amenazar las libertades y la economía. Sin embargo, hemos visto pruebas de la resistencia y los variados recursos de un sistema político democrático. La primera gran medida del presidente, una precipitada y mal diseñada norma antiinmigración, fue desactivada por los tribunales de Justicia. La derogación del sistema de seguro médico establecido por Obama fue rechazada por el propio Congreso en su versión inicial, al disentir parte de los diputados republicanos. En la reciente polémica sobre la venta de armas, la opinión pública y los movimientos populares van camino de conseguir la limitación de la libre venta de armas y del poder del lobby que la promueve. Curiosamente, sobre lo que parece ir formándose un mayor consenso es sobre otra polémica idea de Trump: que China hacía trampas en la relación comercial y que había que poner coto a ello.

En un momento en que el mundo occidental duda de sí mismo y en que crecen los populismos, el contraste es revelador. Aunque ya Aristóteles advirtió del peligro de que la democracia degenere en demagogia y esta en tiranía, en cada generación aparecen políticos que prometen soluciones fáciles y anuncian como nuevo lo que ya fracasó cien veces. La realidad es que solo la democracia nos ofrecerá libertad, igualdad y prosperidad de manera continuada. Una democracia que para seguir siendo tal necesita siempre de vigilancia por la sociedad civil y a menudo de reformas. Este es el trabajo de todos.

Segismundo Álvarez Royo-Villanova, jurista.

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