China entra en el ‘soft power’

Oficialmente China no se preocupa por las opiniones que los extranjeros puedan manifestar sobre su política. Hipersensible en cualquier cuestión relacionada con la soberanía, afirma alto y claro que no tiene en cuenta las opiniones exteriores y que es insensible a las críticas. Pero eso no es cierto del todo y China, como el resto de las potencias, también se dedica a ocuparse del soft power. Los institutos Confucio se desparraman por todo el mundo. Se trata de un albergue cultural de la política china. En el momento en que los occidentales reducen sus representaciones en el exterior, China antepone el interés que mucha gente experimenta por su cultura, por su civilización, por conocer su mensaje político. A semejanza de otros países, China ha lanzado una cadena de televisión internacional destinada a seducir a los telespectadores del mundo entero.

También se ha lanzado al debate de las ideas. El Centro Chino para los Intercambios Económicos Internacionales (CCIEE) acaba de organizar la tercera cumbre global de think tanks, a la que ha invitado a una cincuentena de representantes de este tipo de organizaciones de todo el mundo para analizar durante dos días las evoluciones estratégicas y las mutaciones del orden mundial. Entre los invitados estrella estaban Henry Kissinger (todavía hoy idolatrado en China, sólo había que ver a los expertos chinos queriendo hacerse una fotografía con él como si se tratara de una estrella del rock), el director de la Organización Mundial del Comercio, Pascal Lamy (que durante sus ocho años de mandato ha viajado veinte veces a China), y el ex primer ministro japonés Hatoyama.

Henry Kissinger, aún muy despierto a sus 90 años, mantiene su línea y análisis basados en la realpolitik. Según él, por primera vez en la historia de la humanidad los pueblos interactúan simultáneamente. Los imperios del pasado, romano o chino, actuaban por su lado, aislados. Según Kissinger, la relación entre China y Estados Unidos es primordial pero puede haber un problema. Ni Pekín ni Washington están acostumbrados a dialogar con el mundo exterior. China ha sido vista como el centro del mundo durante siglos y Estados Unidos no ha tenido nunca, desde su creación, un vecino poderoso. Por tanto, hay que encontrar caminos para el diálogo, indispensable para concentrarse en los actuales desafíos del mundo.

El auge económico y estratégico de China es incontestable, pero los dirigentes de ese país han entendido que tenían un déficit en términos de imagen, de soft power, de presencia en la batalla de las ideas. Querían mostrar a los representantes extranjeros que el debate está abierto en su país y que los intelectuales chinos hacen algo más que repetir los discursos oficiales, que pueden demostrar que tienen originalidad y preguntas que plantear sobre el destino de su propio país y que el debate sobre la marcha del mundo está abierto.

Se trata, pues, de una notable inflexión de los dirigentes chinos, que quieren sintonizar su diapasón con los occidentales en el campo de los think tank. De modo que hay que esperar que cada vez sea más normal contemplar a expertos chinos participando en el ballet de los coloquios internacionales, defendiendo en ellos sus ideas. La época en la que no acudían, por falta de medios y sobre todo por falta de argumentos, ha pasado a la historia. Los distintos interlocutores chinos, sean representantes oficiales o no, sobre todo han dejado claro a los participantes extranjeros que China no busca la hegemonía. Que China está a favor del respeto de las independencias y de la no injerencia. Que está a favor de proponer win-win agreements. Pero en términos de soft power a China le queda un largo camino por recorrer.

Un participante europeo en la cumbre mencionada anteriormente subrayó con malicia a sus colegas chinos que debían proseguir sus esfuerzos tomando el ejemplo muy concreto de las calles de Pekín (donde se observa el incremento del nivel de vida por la forma en que va vestida la gente), donde se ven frecuentemente paseantes que llevan bien la camiseta de un equipo de fútbol europeo o la de una universidad americana. Todavía no se ven en las calles de las capitales occidentales jóvenes que lleven indumentarias vinculadas a la imagen de China.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.

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