¿China es el nuevo Banco Mundial?

Los chinos están en todas partes. O, más precisamente, el dinero chino está en todas partes, particularmente gracias al Banco de Desarrollo de China (CDB, por su sigla en inglés) y al Banco de Exportaciones e Importaciones de China. Son las dos instituciones responsables de todo el financiamiento chino en el exterior y están generando olas en todo el mundo.

De acuerdo con The Financial Times, el préstamo chino en 2008-2010 superó la asistencia del Banco Mundial en aproximadamente 10.000 millones de dólares. Para fines de 2010, el alcance del CDB se había extendido a más de 90 países, cuyo endeudamiento total alcanzó los 141.300 millones de dólares.

Ahora bien, ¿China acaso está reformulando el panorama de la asistencia para el desarrollo? En pocas palabras, sí.

Consideremos lo siguiente: la inversión china en las ricas reservas de cobre y carbón de Zambia representa el 7,7% del PBI del país. En Arabia Saudita, la Corporación de Construcción de Ferrocarriles de China, de propiedad del Estado, construyó el proyecto de trenes ligeros Al-Mashaaer Al-Mugadassah para aliviar la presión del tránsito durante la peregrinación anual Haj a la Meca. Incluso se dice que existen planes para una autopista ártica destinada a facilitar el comercio en la región polar.

Más cerca de casa, un proyecto ferroviario en el Himalaya para unir el Tíbet con Khasa, en la frontera con Nepal, está actualmente en construcción, y existen planes para extender la línea hasta Katmandú, la capital nepalesa. En Camboya, China aportó 260 millones de dólares de asistencia en 2009, sustituyendo a Japón como el principal proveedor de ayuda del país y superando las carteras de préstamo tanto del Banco Mundial como del Banco Asiático de Desarrollo. El año pasado, China firmó 14 acuerdos bilaterales con Camboya, por un total de 1.200 millones de dólares, para financiar cualquier proyecto concebible, desde canales de irrigación hasta uniformes para el ejército camboyano.

Los gobiernos receptores están manifiestamente complacidos con la estrategia de ayuda de China. Por un lado, existe una notable ausencia de costosos consultores que conforman los llamados paquetes de “asistencia técnica”, una práctica que fue un blanco clave de las críticas dirigidas a muchas agencias de financiamiento.

Segundo, la ayuda china no exige “misiones” de pre-proyecto de parte de burócratas que llegan de sedes centrales distantes para una suerte de turismo del desarrollo que causa estragos en las rutinas de los pares locales que deben acompañarlos en sus excursiones a la pobreza.

Tercero, la ayuda china se otorga de manera bastante rápida y poco ceremoniosa, lo que carece de la fanfarria agobiante de negociaciones prolongadas y documentos de proyecto voluminosos, una práctica que muchos académicos y profesionales califican como “diplomacia de la chequera”.

Cuarto, China otorga ayuda sin condiciones de acatamiento como medidas de protección ambiental o ejercicios de participación comunitaria. Las consultas agudísimamente laboriosas con los “participantes interesados” –del tipo que duraron casi diez años para construir la planta hidroeléctrica Nam Theun 2 en Laos financiada por el Banco Mundial- no son necesarias para la ayuda china.

El modelo único de ayuda de China es uno de los principales pilares de lo que el académico chino Sheng Ding llama la estrategia de “poder blando” del país. Más allá de la provisión de crédito barato y préstamos concesionales está la exportación global de la manera de hacer negocios de China.

A medida que se profundizan las relaciones económicas, se desarrollan los lazos culturales. Desde Sri Lanka hasta Nigeria están germinando Institutos Confucio para promover el estudio del mandarín. Junto con estos programas lingüísticos hay presentaciones temporales de acróbatas chinos de gira. Llámenlo cortejo global por parte de un pretendiente chino ávido.

Sin embargo, están surgiendo señales preocupantes sobre las prácticas de crédito aparentemente benignas de China. La asistencia financiera china está vinculada a la extracción de recursos naturales, particularmente petróleo y minerales. A los ambientalistas les preocupa que si el préstamo chino no tiene un componente “verde” más meticuloso, la explotación irrestricta pueda conducir a un agotamiento de los recursos.

Es más, los paquetes de asistencia chinos suelen venir de la mano de tecnología y mano de obra chinas, lo que implica oportunidades de empleo y desarrollo de capacidades limitadas para la gente local. Por ejemplo, 750 trabajadores chinos fueron enviados a Indonesia, junto con 630.000 toneladas de acero, para construir el puente Suramadu de cinco kilómetros que une Surabaya con Madura.

Siempre se hace hincapié en la necesidad de mecanismos de divulgación y transparencia. No existe una contraparte china para el Comité de Ayuda al Desarrollo, que publica informes anuales sobre los flujos de ayuda globales de los países que integran la OCDE. Tampoco existe un mecanismo abarcador, como se solicitó en la Declaración de París sobre la Eficacia de la Ayuda en 2005, que alinee la ayuda china con las estrategias de desarrollo nacionales, o establezca un foro para la coordinación con otros donantes bilaterales o multilaterales. Abundan los temores sobre la posibilidad de que la ayuda china esté empezando a desbocarse.

Este tipo de  preocupaciones probablemente aumenten a medida que China surja como un protagonista formidable del desarrollo. Sin embargo, en términos generales, la asistencia china es bien recibida más que temida.

Aquellos que promueven el desarrollo equitativo e inclusivo quieren que la ayuda china sea parte de una comunidad internacional integrada de proveedores que esté gobernada por una cotitularidad responsable. Esto conlleva reglas justas y abiertas, prácticas de responsabilidad mutua y objetivos de desarrollo sustentable, todos los cuales requieren de una participación china activa.

En un mundo cansado de la efectividad limitada de la mayoría de los programas de desarrollo a la hora de reducir la pobreza endémica, el creciente rol de China en los países de todo el mundo ofrece una gran oportunidad para reconstruir el paisaje de la ayuda y el financiamiento económicos. Pero alcanzar ese objetivo requiere un plan y China debe participar en su formulación.

Por Teresita Cruz-del Rosario, profesora visitante en la Escuela Lee Kuan Yew de Políticas Públicas en Singapur, y Phillie Wang Runfei, asistente de investigación en la misma institución.

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