China, la segunda navegación

Los brutales atentados ocurridos en la estación de tren de la sureña localidad china de Kunming (Yunnan) hace poco más de una semana, en los que murieron 29 personas y 143 resultaron heridas mediante el ancestral uso del cuchillo y la puñalada, ejecutados con una precisión espeluznante, abren, o destapan, una vieja vía de agua al monolítico poder chino. El separatismo de la región musulmana de Xinjiang, que se suma a los intermitentes conflictos en la región autónoma del Tíbet. Y se incorporan al centón de asuntos con los que la nueva Administración comunista deberá enfrentarse en una etapa decisiva de la reciente historia del antiguo Imperio del Centro. Cada día los periódicos y los informativos de radio y televisión de Occidente llenan páginas y minutos con noticias diversas y curiosas, extravagantes y pintorescas, inquietantes y misteriosas sobre China.

Desde las elucubraciones de los analistas políticos respecto a la composición del Gobierno y los movimientos internos en el seno del todopoderoso Partido Comunista Chino a los índices de crecimiento económico. Desde los desequilibrios en la balanza de pagos con otros países (por lo general, siempre favorables a los asiáticos) a los escándalos de corrupción; de la manipulación fraudulenta en los alimentos (con casos en los que han sido víctimas algunas naciones de la Unión Europea) al número de encarcelados por delitos de opinión (cerca de 310.000, sin sentencia firme). Desde la expansión de su idioma (400 Institutos Confucio en más de cien países) a la desigualdad social y el predominio de una población paradójicamente urbana con la abolición del «hukou» (el permiso de residencia). Informan sobre los 538 millones de internautas –el segundo mercado mundial del comercio por internet– con la operadora de telefonía móvil China Mobile, más de 700 millones de usuarios –la norteamericana AT&T, 100 (Forbes, abril 2013)–, y la tensión creciente entre la ciudadanía y el alto funcionariado; de la presencia abrumadora en los países en desarrollo (Pedro Nueno, uno de los más serios conocedores del asunto, declaraba: «China está haciendo en África lo que España hizo en su día en Latinoamérica. Luego penetrará más profundamente en Europa y en Estados Unidos») a los alarmantes índices de polución.

China es ya un capítulo diario, inevitable y esencial del devenir de las sociedades de Occidente. Y, en medio de todo, la masiva afluencia de turistas chinos en todo el planeta. Fueron, en 2012, 83 millones de turistas repartidos por cualquier rincón de la Tierra. Superaron en número a los norteamericanos y alemanes, gastaron más de 102.000 millones de dólares, y para 2020 las más cautas previsiones apuntan a que el número alcance la cifra de 150 millones de viajeros. Solo en el turismo interior los desplazamientos rozaron los 3.000 millones. China es hoy una sociedad de consumo y el primer interés de los gobernantes de la Ciudad Prohibida es aumentar el consumo interior. Comienza ahora la segunda navegación de la gran reforma económica lanzada por Deng Xiaoping a principios de los años ochenta del pasado siglo. La creación de una clase media estable y en crecimiento. Para ello deben afrontar, y son conscientes, una profunda reforma financiera, acabar con los monopolios estatales y lograr la convertibilidad del yuan. Esto es así, pero…

«Lo único seguro en la política china es que no hay nada seguro. Hoy te reciben como un invitado honorable y mañana te encierran como un criminal», se lee en una pequeña joya literaria publicada en español hace unos meses, El pequeño guardia rojo, de Wenguang Huan (Libros del Asteroide). Y el círculo es el camino más corto entre dos puntos. Desde los recuerdos (o fantasías) de Marco Polo, todos quieren conocer China. China no es un enigma, pero sí «otra» civilización, como bien entendió Aldolf Muschg. Algo difícil de asimilar por los occidentales.

De ahí que una de las sabias advertencias que el viajero europeo o americano escucha de su interlocutor chino sea esta: «Cuando un occidental visita China por espacio de quince días o un mes, al regresar a su país escribe un libro para explicar a sus compatriotas qué es China; si ese viajero permanece en China seis meses o dos años, cuando regresa escribe un artículo largo de veinte, treinta folios, con la idea que ha percibido durante su estancia; pero cuando ese extranjero vive en China cinco o más años, a la hora del retorno a su patria es incapaz de escribir una sola línea». Suena a broma, pero no lo es. Los grandes historiadores occidentales del coloso asiático, como Jonathan D. Spence, ensayistas como Alain Peyrefitte, Jacques Gernet, François Jullien, Flora Bottom, Julia Lovell, Manel Ollé, John Jon Halliday, Philip Short o Guy Sorman, confirman ese laberinto endiablado, esa madeja de contrastes, equívocos y complejidades que son la historia y el presente de China. China es un continente, y fuera de sus fronteras ningún ciudadano chino se considerará extranjero, sino sencillamente chino. China es la gran geografía extraterritorial respecto a Europa y América. Posee una lengua que no es indoeuropea y una historia que no presenta intercambios esenciales ni influencias occidentales, hasta fecha muy reciente, y eso con enormes matices y detalles.

Para Alain Minc el asunto se centra en que «Pekín pretende lograr en décadas lo que los occidentales hicieron en trescientos años». Uno de los hechos clave de la diplomacia china es mantener relaciones «armoniosas» con el resto de las naciones. Frente a la hegemonía, armonía. Pero tal vez haya una carta tapada. Un hecho relevante es que en la última visita del primer ministro a Europa su destino no fue, precisamente, Bruselas, sino Berlín y París. «En lugar de tener por bárbaras las culturas no europeas –escribía Ortega en 1923–, empezaremos a respetarlas como estilos de enfrentamientos con el cosmos equivalentes al nuestro. Hay una perspectiva china tan justificada como la perspectiva occidental». Conviene atenderlo, pues, como escribía Guy Sorman recientemente en ABC, «la futura China debería convertirse en una economía más normal en un régimen político perennemente anormal. ¿Cuánto tiempo se mantendrá la coexistencia de los dos? Un día, un siglo, nadie sabe –ni debe– predecirlo». En palabras de Antonio Machado: «Busca tu contrario, que es tu complementario». Sería bueno tenerlo presente, porque tal vez sea cierto que el camino más corto entre dos puntos sea el círculo, oriental, por supuesto.

Fernando R. Lafuente, director de ABC Cultural.

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