China sin fumadores

Dentro de unas semanas estará prohibido fumar en todos los espacios cerrados públicos como restaurantes y oficinas en toda la ciudad de Beijing y tampoco se permitirá anunciar productos del tabaco en espacios abiertos, transportes públicos y en casi todo tipo de medios de comunicación. Si esta iniciativa, acordada a finales del año pasado por el congreso popular municipal tiene éxito, China podría imponer una prohibición similar en todo el país.

Una disminución significativa del uso del tabaco supondría sin duda un gran beneficio de salud pública para China. Pero, ¿es factible?

Se calcula que en China hay aproximadamente 300 millones de fumadores, es decir, la tercera parte del total mundial y en promedio mueren alrededor de 2,7000 personas diariamente por enfermedades relacionadas con el uso del tabaco. Los costos que representa el tratamiento de esas enfermedades, por no hablar de los costos relacionados con la productividad, son considerables.

Sin embargo, hasta ahora China ha tenido dificultades para reducir el número de fumadores o aplicar prohibiciones del uso del tabaco de manera efectiva. En efecto, a pesar de que ratificó el Convenio Marco de la Organización Mundial de la Salud para el Control del Tabaco en 2005, China no cumplió su compromiso de aplicar la prohibición de fumar en espacios cerrados para 2011. Además, la producción de tabaco aumentó en 32%.

Desde entonces, se han aplicado prohibiciones en 14 ciudades chinas, incluyendo Shanghai, Hangzhou y Guangzhou. No obstante, poco se ha logrado en cuanto a reducir el uso del tabaco debido no solo a que no se vigila su cumplimiento sino también a la opinión generalizada entre el  de los adultos chinos de que fumar no causa daños graves. (Únicamente el 16% de los fumadores chinos declaran su intención de dejar de fumar.) En este entorno, el plan de las autoridades municipales de Bejing de aplicar una multa de 200 yuanes (32 dólares) a quienes fumen en público parece, en el mejor de los casos, poco prometedor.

La pregunta evidente es por qué el gobierno de China,  que no duda en aplicar políticas paternalistas en otras esferas, no prohíbe simplemente la producción y el uso del tabaco. Después de todo, otros países y ciudades, desde Escandinavia hasta Nueva York, han hecho que fumar resulte prohibitivamente costoso y que sea ilegal en la mayoría de los espacios públicos.

Los empleos e ingresos que la industria genera explican porque China no toma estas medidas. La Corporación Nacional de Tabaco de China, propiedad del Estado, vende casi todos los cigarros que se consumen en el país; en efecto, es la mayor productora de cigarros del mundo: fabrica 2.5 billones al año, que generan ganancias por 816 mil millones de yuanes (entre el 7% y el 10% del PIB). En efecto, los ingresos del tabaco financian hasta la mitad de los presupuestos de algunos gobiernos provinciales. Incluso en un país autoritario como China la pérdida de tantos ingresos, además de la ira de 300 millones de adictos, haría que la prohibición fuera un enorme desafío.

No obstante, existe una alternativa que puede tranquilizar a los ciudadanos molestos y mitigar la pérdida de ingresos debido a una prohibición general de fumar: los cigarros electrónicos. Estos cigarros solamente queman una solución de nicotina que emana vapor inhalable y no liberan el alquitrán carcinógeno del humo de un cigarro; lo que lo convierte en un sistema ideal de consumo de nicotina para fumadores que quieren –o están obligados– a reducir su consumo de tabaco.

Además de ser mucho menos dañinos para la salud que los cigarros, los cigarros electrónicos son un producto local, creados en China en 2003. Sin embargo, a pesar de los avances significativos en la industria china de los cigarros electrónicos, –en 2013, 900 fabricantes se instalaron en la Provincia de Shenzhen, un 200% más respecto de 2012, que representa más del 95% de la producción global de cigarros electrónicos– los cigarros tradicionales siguen dominando el mercado chino.

Como señaló recientemente Yanzhong Huang del Consejo de Relaciones Exteriores, “si tan solo el 1% de la población fumadora china adoptara los cigarros electrónicos, ese viraje representaría un mercado de alrededor de 3.5 millones de usuarios de cigarros electrónicos”. La Corporación Nacional de Tabaco de China podría convertirse en el fabricante de cigarros electrónicos más grande del mundo.

Una de las razones que explican por qué China no ha logrado aprovechar el enorme potencial de la industria de cigarros electrónicos es la falta de normas adecuadas. Las bajas barreras de ingreso permiten una competencia intensa que disminuye las ganancias de los productores, y abundan los productos de mala calidad debido a estándares bajos de fabricación. Para que los cigarros electrónicos sustituyan a los cigarros tradicionales y compensen las perdidas por la venta de tabaco, el gobierno tiene que regular la industria de forma más cuidadosa para garantizar seguridad y calidad.

Sin embargo, estos esfuerzos no servirán de mucho si no cambian las actitudes de las personas. Por ejemplo, la prohibición de fumar en lugares públicos o durante actividades oficiales impuesta en 2013 al Partido Comunista Chino y a los funcionarios del gobierno podría ser útil. Como explica Huang, si más funcionarios adoptan los cigarros electrónicos, el público podría sentirse motivado a imitarlos.

Actualmente, parece que los directores de la Corporación Nacional de Tabaco de China han cumplido con el mandato del gobierno sobre la prohibición de fumar cigarro. Pero no se sabe si se han convertido en consumidores de cigarros electrónicos.

Una China libre de fumadores –una que se beneficie de la creciente productividad y ahorros masivos en los servicios de salud– puede parecer un sueño inalcanzable. Sin embargo, una prohibición general de fumar, con una industria confiable de cigarros electrónicos como alternativa (para personas y para los bolsillos), ofrece una manera intrigante de convertir el sueño en realidad.

Sally L. Satel, a medical doctor, is a resident scholar at the American Enterprise Institute in Washington, DC. Sarahann Yeh is a student at the University of Maryland. Traducción de Kena Nequiz

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