China tiene miedo (pero no de EEUU)

Últimamente se habla mucho del conflicto suave entre China y Estados Unidos. Después del noviazgo entre Obama y Hu Jintao cuando el primero visitó a su homólogo en Pekín en noviembre, la relación diplomática posiblemente más importante del mundo parece ir especialmente mal. Pero ¿cómo de mal? Primero no se pusieron de acuerdo para la cumbre de Copenhague y aquello fue un desastre. Después vino el rifirrafe con Google, que de todas formas sigue funcionando –siempre a medias– en la gran China. En enero, Clinton anunció una superventa de armas a Taiwán. Pekín se quejó, como está escrito en el guión de su política exterior que debe hacer. Mientras, a un general norteamericano se le escapaba en una rueda de prensa que se había «pedido permiso» a Pekín. Se corrigió después a toda prisa: «¡Se le informó! ¡Se le informó!». Algunos analistas norteamericanos apuntan que todo es una pequeña estrategia de mister Obama para desviar el foco de atención de los medios de sus fracasos cotidianos en el ámbito nacional. Nada nuevo sobre la capa de la Tierra. Aunque confirmar poco después que el presidente, premio Nobel de la Paz, se reuniría con el dalái lama durante la visita de este a EEUU es realmente un golpe de efecto. Sobre todo cara a la población china, que lo considera una falta de respeto gravísima. Ou-ba-mau, como lo llaman ellos, ya no les cae simpático para nada. Lo último son las críticas, también del presidente de EEUU, sobre el juego con el valor de la moneda por parte de China para evitar importaciones y fomentar sus exportaciones de forma espectacular. Nada que no supiéramos todos ya, y tampoco Obama es el primer presidente de EEUU en denunciarlo. Y la guinda es que Desastre no natural de China: las lágrimas de Sichuan, el documental sobre los niños muertos en el terremoto de Sichuan en el 2008, haya sido anunciado hace unos días como candidato a los Oscar, lo que parece una broma de muy mal gusto para Pekín. Y, en realidad, solo es esto.

Por otra parte, el 9 de febrero se hizo pública la sentencia del disidente Tan Zuoren, condenado a cinco años de cárcel por subversión por haber mandado un e-mail en el que hablaba de la necesidad de una nueva revuelta como la de Tiananmen de 1989. Es la eterna historia de China, la revolución nunca acabada, quizá latente, la excusa perfecta. Aunque su abogado y sus partidarios defienden que se trata de condenar sus investigaciones sobre el número de niños muertos en las escuelas caídas en Sichuan, de hecho no es el primer ni el último activista que paga por poner el dedo en una herida abierta del Gobierno chino. Ai Weiwei, un artista internacionalmente conocido, uno de los diseñadores del Estadio Olímpico de Pekín, el Nido, fue brutalmente apaleado por la policía al intentar testificar en favor de su colega Tan Zuoren y tuvo que ser trasladado y operado de urgencia de la cabeza en Alemania, en septiembre del 2009. Por otro lado, el pasado día de Navidad, mientras todos los corresponsales internacionales se sentaban a la mesa lejos de Pekín, el Gobierno chino anunció, en voz baja, que otro intelectual, Liu Xiaobo, era condenado a 11 años de cárcel por escribir el manifiesto llamado Carta 08. Un texto que fue firmado por más de 300 activistas, pero también por abogados, estudiantes y campesinos, en pro de reformas políticas: democracia, independencia judicial y derechos civiles básicos. Se consideró el ataque al partido más duro desde Tiananmen. Siempre volvemos al mismo punto, a la misma plaza. ¿Qué tendrá que la hace tan peligrosa?

El poder suave es una práctica política tradicional china que consiste en mantener el autoritarismo discretamente o sin violencias. Pero, como hemos visto, parece desmoronarse y Tiananmen le vuelve a la boca con sabor agridulce. Dicen que es la población quien pide mano dura, tanto cara al exterior como cara al interior, pero quizá son los jefes quienes lo necesitan. En un editorial reciente del diario chino editado en inglés Global Times se defendía que la población china está harta de los juegos diplomáticos de EEUU que considerarían a China como un socio comercial a la vez que un enemigo político, y se aseguraba que «la burbuja ideológica occidental ha terminado por seguir el destino de la burbuja económica financiera».

En China se está viviendo un resurgir del nacionalismo, especialmente antinorteamericano, pero también es verdad que el Partido Comunista Chino se pudre entre su propia corrupción y se encuentra en el delicado proceso de sustitución del líder. ¿Quién necesita ahora desviar el foco de atención? Hu Jintao termina su mandato de 10 años en el 2012, y en el interior del partido y bajo el más estricto silencio se lucha a sangre fría por el puesto de nuevo emperador. Él tendrá que dirigir un país con la tercera economía del mundo y la pobreza más extrema, en el que se construye una clase media exigente, de hijos únicos, universitarios, que querrán trabajo y solvencia, como sus padres. Porque, si no, quizá Tiananmen les venga a la boca. Habrá que acallar las voces que podrían recordárselo.

Laia Gordi Vila, periodista residente en China.