Habrá que ir viendo cómo se construye el nuevo orden internacional, pero parece claro que el actual no da mucho más de sí y que el llamado Sur global, países emergentes y emergidos que desconfían de Occidente, se aglutina para enmendarlo.
Hace casi ochenta años se creó toda una arquitectura institucional encabezada por la ONU y quince organismos y agencias como el Banco Mundial, el FMI, la FAO y la OMS, entre otras. Instituciones cuyo balance depende de si vemos la botella medio llena o medio vacía, lo que cabe resumir en que han aportado mucho, pero sin llegar a resolver los problemas de fondo. En todo caso, este renovado grupo mira con recelo el dominio occidental y aspira a forzar un nuevo equilibrio de poder para las próximas décadas, sobre todo ahora que China pide un nuevo reparto de cartas. Como ejemplo, ya existe una alternativa al Banco Mundial, el nuevo Banco de Desarrollo con sede en Shanghái, aunque incipiente y muy dependiente del dólar.
En este contexto hay que entender la reciente reunión del grupo de países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que ha anunciado su ampliación a otros seis Estados para 2024: Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Irán, Argentina, Etiopía y Egipto. Además, se habla de otros posibles candidatos como México o Nigeria, que pueden aportar geografía y población. Trasladan un mensaje de contrapunto al G7, reivindicando una gobernanza global que refleje el peso económico presente y no el del pasado.
En resumen, el G7 es un club de democracias avanzadas que agrupa el 43% del PIB, pero solo a un 11% de la población, mientras BRICS es un grupo al alza, pero muy heterogéneo, donde caben autocracias como Rusia y China y democracias como India y Brasil. Parece razonable pensar que su expansión dificulte los objetivos compartidos, más allá de su denominador común del recelo a un orden global liderado por Occidente. No hay que olvidar que dos de sus principales socios, India y China, comparten 4.000 kilómetros de tensa frontera y compiten por el futuro liderazgo en el propio Sur global.
Para entender la evolución conviene ir hacia atrás y recordar que las grandes economías de mercado crearon en 1973 el G7 para gestionar la crisis del petróleo, pero la crisis financiera de 2008 exigió crear el G20, que abarca diferentes sensibilidades y representa el 85% de la riqueza y dos tercios de la población mundial. Pero solo es un encuentro anual para la estabilidad económica, sin estructura permanente. Volviendo al Sur global, nada casual que tres reuniones consecutivas del G20 se celebren en tres potencias emergentes: Indonesia en 2022, India en 2023 y Brasil en 2024. Este año se espera una propuesta india para la modificación de la composición del Consejo de Seguridad, pero como ejemplo de la heterogeneidad de los BRICS, Rusia y China son miembros permanentes y no parecen secundar la idea.
Los BRICS no buscan reemplazar el G20, sino poder llevar allí, como hace Occidente vía G7, una postura común previamente trabajada en su foro, que en 2024 crecerá hasta el 46% de la población mundial y el 37% del PIB en poder de compra. Cifras considerables para una agrupación que nace de los países no alineados y cuyo nombre, paradojas de la vida, acuñó un ejecutivo de Goldman Sachs al valorar su potencial económico, abriendo quizás la vía de su impulso.
Este fin de semana Delhi acogerá la reunión del G20, con Narendra Modi como anfitrión orgulloso de sus logros económicos. Una India que ha pasado de ser no alineado a alinearse de forma múltiple, capaz de sentarse en sitios tan dispares como el grupo Quad, los BRICS, el Banco Mundial y su alternativa. Su líder, Modi, todo un mago del equilibrio, que se atreve a decir a la cara a Putin que esta no es una época de guerras, pero evita pronunciarse contra la invasión rusa en la ONU. Una India que ofrece su candidatura en la nueva cadena de suministros y que puede aportar una demografía rabiosamente joven y digital en un país difícil para los negocios y que tiene mil Indias dentro de sí. Un país capaz de aterrizar con éxito en el polo sur de la Luna, pero que sigue albergando grandes desigualdades.
La cumbre próxima mostrará los primeros envites del nuevo orden global en curso y será una oportunidad de estreno para ese Sur global que agrupa a países emergentes y en desarrollo, pero también para Occidente, porque los problemas globales, como la pobreza infantil, las epidemias, la seguridad, el cambio climático y todas las decisiones económicas que conlleva requieren análisis y acciones compartidas. Sin ello solo tendremos acciones aisladas y poco eficientes, con la pandemia como botón de muestra. El Sur global, cada vez más tutelado por China, empuja y Occidente, que desconfía de Xi, duda de si aceptar los cambios o ir viendo lo que viene; no vaya a ser que esto vaya solo de 'quítate tú para ponerme yo'.
Eduardo Mozo de Rosales