China, un gigante con pies de barro

En el preciso momento en que la amnesia se extiende por los ámbitos financieros internacionales tan rápidamente como la gripe A, los resultados del plan de relanzamiento masivo puesto en marcha en el mes de noviembre de 2008 parecen haber disipado todas las dudas, los miedos y las críticas de las que ha sido objeto el modelo de crecimiento chino. Se ha recuperado la inversión, el sector inmobiliario vuelve a funcionar a pleno gas y los 20 millones de emigrantes despedidos por los dueños de las fábricas del litoral han vuelto a encontrar trabajo en la construcción de las grandes infraestructuras. En definitiva, bien está lo que bien acaba. Porque la cifra milagrosa del 8% de crecimiento del PIB podría alcanzarse a finales de año.

Sin embargo, esta lectura rápida y superficial del plan de relanzamiento y de la salida de la crisis en China no debe ocultar los problemas que conlleva. En primer lugar, el plan de relanzamiento reforzó tendencias, perceptibles ya antes de la crisis, de una financiarización de la economía potencialmente peligrosa. Se estima que cerca del 20% de los fondos concedidos en el marco del plan de relanzamiento (118.000 millones de euros por parte del Estado y 740.000 millones de euros de nuevos créditos concedidos por los bancos) fueron invertidos por las empresas para especular en las bolsas de Shangai y de Hong Kong. Esta práctica permite a las empresas inflar sus beneficios de una forma artificial y aumentar su capacidad de endeudamiento.

En estrecha relación con estas prácticas, las medidas adoptadas por el Gobierno a favor del relanzamiento del mercado inmobiliario incitaron a las grandes firmas industriales a forzar su diversificación hacia este sector, en detrimento del núcleo de su negocio. Es decir, mientras las necesidades se dejan sentir sobre todo en el ámbito de la vivienda social, sus inversiones se orientan hacia residencias de lujo o hacia la construcción de oficinas, sectores donde los márgenes de beneficio son potencialmente más elevados, pero también donde los riesgos de burbuja son mayores.

El plan de relanzamiento también reforzó la posición del sector estatal en la economía, dado que fue el que recibió la mayor parte de los fondos. Es cierto que se ha avanzado en el control de las empresas estatales, así como de su riesgo bancario, sobre todo en relación con los años 90. Sin embargo, las empresas del sector público siguen tomándose excesivas libertades con el crédito bancario en la utilización de los fondos y en su reembolso en caso de dificultades.

De ahí que, amén del incremento casi seguro de la morosidad en el sector bancario de aquí a unos años, la superproducción, que es un problema endémico de la economía china, se va a acentuar en muchos sectores.

Por último, el plan de relanzamiento, al dar la primacía a las inversiones (el 89% de los fondos frente a tan sólo el 8% en pro del consumo) en infraestructuras y en el sector inmobiliario sin traba alguna relacionada con el reparto del crecimiento (creación de contrapoderes por parte de los sindicatos), ha acentuado abiertamente la tendencia desfavorable al aumento del valor añadido de las familias.

En definitiva, los dirigentes chinos intentaron sustituir el resorte de la demanda externa estimulando la inversión con destino doméstico. Sin embargo, los desequilibrios del modelo de crecimiento chino siguen siendo gigantescos. China tiene que regresar rápidamente al camino de las reformas. Es posible que sea el propio Partido comunista, fiel a su instinto de supervivencia, el que dirija la puesta en marcha de este camino a través del proyecto de la «sociedad de la armonía». Pero cualquier retraso abonaría el terreno a una crisis económica mucho mayor, como demuestran gran número de ejemplos históricos, desde la crisis japonesa de los años 80 a la más reciente de las subprime.

Jean-François Huchet, director del centro de Estudios Franceses sobre la China Contemporánea.