China: una década de amplios cambios económicos

Para Occidente, el año 2008 fue el inicio de un difícil período de crisis, recesión y recuperación desigual. Para China, 2008 también fue un importante punto de inflexión, pero seguido por una década de veloz avance que pocos hubieran predicho.

Por supuesto, el derrumbe del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers y la consiguiente crisis financiera global preocuparon mucho a la dirigencia china. Y a esa inquietud se sumaron desastres naturales (entre ellos las graves tormentas de nieve y lluvia que hubo en el sur en enero de 2008 y el devastador terremoto en Sichuan cinco meses después, en el que murieron 70 000 chinos) y una serie de disturbios en el Tíbet.

Al principio pareció que los temores de China se hacían realidad. A pesar de las impresionantes Olimpíadas celebradas en agosto de ese año en Beijing, la bolsa china se hundió desde un nivel máximo de 6124 en 2007 hasta 1664 en octubre de 2008: una debacle nunca antes vista.

Pero las autoridades chinas no se apartaron de su plan a largo plazo de revisar el modelo de crecimiento del país, pasando del énfasis en las exportaciones al consumo interno. De hecho, la crisis económica global sirvió para fortalecer ese compromiso, al resaltar los riesgos que suponía la dependencia china de la demanda extranjera.

Y el compromiso rindió frutos. En el transcurso de la última década, muchos millones de chinos se integraron a la clase media, que ahora incluye entre 200 y 300 millones de personas; un grupo con un patrimonio neto promedio de 139 000 dólares per cápita y un poder adquisitivo total que tal vez supere los 28 billones de dólares, contra 16,8 billones en Estados Unidos y 9,7 billones en Japón.

La clase media china ya está ejerciendo ese poder. Durante la última década, China generó el 70% de la demanda mundial anual de bienes de lujo. Si bien la posesión de autos per cápita todavía anda por la mitad del promedio internacional, desde 2008 los chinos han sido los principales compradores de autos del mundo, más que los estadounidenses. En 2018, más de 150 millones de chinos viajaron al extranjero.

Para las autoridades chinas, fomentar la aparición de una clase media tan formidable fue una oportunidad estratégica crucial. Como escribió en 2013 Liu He, principal asesor económico del presidente chino Xi Jinping, el objetivo de China antes de la crisis era convertirse en un centro mundial de producción, algo que atraería capital y conocimiento internacional. Pero después de 2008, los imperativos estratégicos de China pasaron a ser reducir el riesgo del endeudamiento y fomentar la demanda agregada, a la par de un inmenso estímulo económico para alentar el consumo y la inversión internos y así disminuir la vulnerabilidad de China a perturbaciones externas.

Como parte de esta iniciativa, China hizo inversiones a gran escala en infraestructura, entre ellas la construcción de casi 30 000 kilómetros de vías férreas de alta velocidad. El aumento de conectividad (sólo el año pasado, esa red ferroviaria transportó casi dos mil millones de pasajeros) profundizó los vínculos económicos regionales, impulsó la urbanización y mejoró sustancialmente el consumo.

Gracias a estas iniciativas (sumadas a fusiones y adquisiciones de empresas para obtener tecnologías clave y lucrativas inversiones en infraestructura en economías desarrolladas), entre 2008 y 2018 el tamaño de la economía china casi se triplicó, con un PIB que llegó a 90 billones de yuanes (13,6 billones de dólares). En 2008 el PIB de China era 50% menor al de Japón; en 2016, era 2,3 veces mayor.

El proceso no estuvo exento de dificultades. Los precios de la tierra y de la vivienda se dispararon; el encarecimiento de las propiedades urbanas fue tan veloz que muchos temieron una burbuja. A esto hay que sumar los riesgos derivados de la expansión del crédito. Pero en términos generales, las políticas expansivas sostuvieron el veloz surgimiento de China como potencia económica global.

Sin embargo, hay un aspecto crucial de este modelo de crecimiento que no fue planificado ni producido con políticas industriales por la dirigencia china: la aparición de industrias innovadoras orientadas al consumo que apenas existían en 2008 y que son un motor cada vez más importante de la economía china actual.

China ya es el líder mundial en comercio electrónico y pagos móviles (estos llegaron en 2018 a 24 billones de dólares, 160 veces la cifra de Estados Unidos). En 2008 las empresas más importantes de China eran los bancos y petroquímicas estatales; hoy las superaron las gigantes de Internet y comercio electrónico Alibaba y Tencent. Las empresas tecnológicas y de Internet están creando decenas de millones de puestos de trabajo al año.

En tanto, el desempeño del sector fabril (que fue por mucho tiempo el principal motor del desarrollo chino y todavía es el mayor empleador del país) se debilitó, afectado en parte por el veloz crecimiento de los salarios. El resultado ha sido un cambio fundamental en la composición estructural de la economía china.

Pero en vez de analizar este cambio (que no se refleja en las medidas tradicionales del PIB) muchos economistas se concentraron en encontrarle defectos a la historia de crecimiento de China. Por ejemplo, un estudio reciente de la Brookings Institution calcula que la economía china es alrededor de 12% menor a lo que indican las cifras oficiales.

Estas críticas no sirven de nada. En el transcurso de la última década, la economía china experimentó un cambio amplio, inédito y radical; sería mucho mejor para el mundo tratar de entenderlo que intentar disminuir los logros del país.

Zhang Jun is Dean of the School of Economics at Fudan University and Director of the China Center for Economic Studies, a Shanghai-based think-tank. Traducción: Esteban Flamini.

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