Las elecciones presidenciales de febrero de este año en Chipre han tenido una peculiaridad notable. Por primera vez desde hace muchos años ha sido la economía, y no la reunificación, el tema central de la campaña. Nicos Anastasiades empezó su presidencia hace sólo tres semanas con un mandato claramente económico que ahora pasa por su momento más crítico. El principio de acuerdo entre la troika y el gobierno significa que quizá lo peor ha pasado ya. Las condiciones, cuantiosas quitas en los grandes depósitos y el cierre del segundo mayor banco del país, serán duras. Sin embargo, más allá del rescate, hay algunos focos de esperanza para esta pequeña y dividida isla: una enorme fuente de riqueza energética que, con las políticas adecuadas, podría ser aprovechada una vez que la calma vuelva al país.
Chipre es el último ejemplo de la crisis económica que afecta a las naciones mediterráneas. Durante años, el país ha creado una inmensa burbuja bancaria, cuyo tamaño se estima que sea unas siete veces el tamaño anual de la economía chipriota. El sector bancario se alimentó con dinero extranjero atraído por un impuesto de sociedades muy bajo y altos rendimientos en los depósitos, que convertían a Chipre en un paraíso fiscal. Todo ello en el cómodo marco de seguridad jurídica de la zona euro.
Este sector bancario sobredimensionado demostró ser insostenible. Mucho más teniendo en cuenta la sobreexposición de los bancos a la deuda tóxica de la vecina Grecia. En 2011, mientras la prima de riesgo subía y la situación empeoraba, Rusia –de donde proviene un tercio de los 68.000 millones de euros depositados en los bancos chipriotas– ofreció a Nicosia un parche en forma de préstamo por un total de 2.500 millones de euros a lo largo de cinco años.
Esta primera intervención fue solo un arreglo temporal, ya que el rescate que necesitaba la isla ascendía hasta los 17.000 millones de euros. Sin embargo, un paquete de ayuda financiero por esta cantidad habría llevado la deuda pública de Chipre hasta el 140% del PIB. Es una cifra que el FMI considera insostenible. El rescate acordado el 16 de marzo en Bruselas, y rechazado por el Parlamento chipriota, era de 10.000 millones. Para recaudar el resto hubo que pensar en medidas excepcionales. La fórmula, diseñada en Bruselas en circunstancias no muy claras, se basaba en un impuesto a todos los depósitos bancarios de la isla. Como hemos visto, ha demostrado ser un remedio peor que la enfermedad, pese a no ser aplicada al final.
El diseño del primer rescate fue moldeado por las presiones internas a las que están sometidos algunos líderes de la eurozona. La naturaleza excepcional de la burbuja bancaria de Chipre ha hecho sospechar a otros Estados europeos que la isla se había convertido un lugar de lavado de dinero negro de corporaciones rusas. El riesgo de que el precedente sentado por el primer acuerdo tenga efectos secundarios en el sur de Europa es muy alto, tanto para los gobiernos regionales como para los pequeños y grandes ahorradores.
Más allá de este innegable embrollo económico, es importante poner sobre la mesa otros valiosísimos activos que tiene Chipre y que sin duda pueden contribuir a aliviar su situación económica. Para esta pequeña isla, su tabla de salvación yace debajo de las aguas del Mediterráneo. En diciembre de 2011 la compañía estadounidense Noble anunció que había descubierto unos yacimientos de 200.000 millones de metros cúbicos de gas en el Mediterráneo oriental. El yacimiento se ha denominado Afrodita y según el gobierno chipriota podría tener un valor en torno a 80.000 millones de euros. Ya han comenzado las excavaciones para extraerlo y su producción podría empezar en 2018. Según los expertos, la isla podría garantizar su independencia energética durante los próximos 100 años. Para Europa, con una enorme dependencia energética, significa una fuente de abastecimiento crucial. Los futuros ingresos de estos activos empiezan ahora, de hecho, a ser considerados como posibles garantías para un paquete de rescate aceptable.
Según las estimaciones del Servicio Geológico de Estados Unidos las reservas en la zona que se extiende entre las aguas de Chipre, Líbano e Israel podrían llegar a albergar 3,45 billones de metros cúbicos de gas y 1.700 millones de barriles de petróleo. Dada la situación geográfica de las reservas, la explotación, extracción y exportación de la energía sólo se puede hacer por la vía de la cooperación interestatal.
Como ocurre con otros depósitos de gas y petróleo, el derecho del mar es crucial. Teniendo en cuenta el tamaño de las riquezas, la competición es una opción que puede parecer lucrativa al principio, pero la cooperación tendría efectos multiplicadores. Además, los acuerdos económicos pueden ser clave para establecer la cooperación en otras áreas. De hecho, los asuntos energéticos han contribuido a estrechar las relaciones de Israel y Chipre, como demuestra el acuerdo firmado en 2010 que delimita formalmente las respectivas zonas económicas exclusivas. No es fácil, pero tampoco es descartable, que este tipo de cooperación se extienda a otros vecinos que rodean las reservas.
La buena noticia es que el recién elegido presidente chipriota, Nicos Anastasiades, podría ser partidario de este acercamiento con los vecinos. Dependerá, naturalmente, del rol presidencial en el nuevo diseño del paquete de rescate. Anastasiades, miembro del partido europeísta y conservador Dimokratikós Sinayermós, ganó con el 57% de los votos otorgados en clave económica. La economía es sin duda la primera prioridad del nuevo gobierno, pero una mirada más detallada, más allá del rescate, a la historia política de Anastasiades abre la puerta a la esperanza.
En 2004, Anastasiades fue partidario del Plan del entonces Secretario General de la ONU Kofi Annan, desarrollado por Naciones Unidas y apoyado por la Unión Europea, para resolver la cuestión de la integridad territorial de la isla. La propuesta de reunificación pasaba por una República formada por la federación de los dos Estados, el grecochipriota y el turcochipriota. Cuando se hizo el referéndum, fue apoyado por dos tercios de los 250.000 habitantes de la parte turca, pero rechazado por tres cuartos de los grecochipriotas. No es inconcebible, por tanto, que el nuevo presidente avance en el deshielo de las negociaciones y abra el diálogo sobre este antiguo conflicto que envenena también las relaciones de la UE con Turquía –pendientes, claro, de la resolución de los problemas económicos–.
Esta apertura sería un importantísimo avance para Chipre y la región en su conjunto. Una situación menos tensa facilitaría la posición de Chipre en la UE y mejoraría las relaciones entre Grecia y Turquía. Los efectos económicos positivos se extenderían por todo el este del Mediterráneo.
Una relajación en las condiciones de seguridad del mar Egeo permitiría tanto a Grecia como a Turquía rebajar su gasto militar, aunque haya otras variables geopolíticas que lo condicionen. Recordemos que Grecia es hoy es el segundo país de la UE que más dinero destina a defensa en términos relativos. Dada la coyuntura económica, el ahorro militar supondría un importante alivio presupuestario. Dentro de este panorama, el reciente alto el fuego declarado por la guerrilla kurda del PKK es un síntoma esperanzador para Turquía.
Las tensiones entre Grecia y Turquía han mostrado signos de mejora. La visita de Antonis Samarás a Tayyip Erdogan en Estambul a principios de este mes es un buen ejemplo. Una cooperación más profunda en Mediterráneo Oriental puede proporcionar un amplio abanico de opciones económicas, sobre todo en lo relativo a la explotación de los recursos energéticos.
Anastasiades lleva menos de un mes en el cargo y ya está en el centro de la tormenta económica perfecta. Más allá de la crisis, sin embargo, hay algo de luz en el horizonte. Esperemos que la pequeña isla y el resto de vecinos del Mediterráneo Oriental sepan construir los puentes para alcanzarlo.
Javier Solana was EU High Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global Economy and Geopolitics and Distinguished Fellow at the Brookings Institution.