¿Choque de trenes y amputación?

La historia no nos habla del pasado. La historia observa la sociedad en el tiempo. Es decir, nos habla de las relaciones entre el pasado, el presente y el futuro. Por eso el control del relato histórico es tan estratégico. Como George Orwell hace decir al Gran Hermano, «quien domina el presente controla el pasado; quien controla el pasado es el dueño del futuro». No debe sorprender, pues, que el poder se esfuerce para controlar el relato histórico y periodístico. Y también por eso lo que más sorprende en el conflicto entre el Estado español y el soberanismo catalán es la dificultad de los poderes del Estado para construir un relato que pueda ser entendido en Catalunya o en el mundo.

El relato que domina de forma abrumadora en el sistema cultural y mediático español se impone con mucha facilidad en el resto del Estado, pero es claramente contraproducente en Catalunya y acaba siendo antipático en el mundo. Paradójicamente, la poderosa espiral del silencio creada por la asfixiante industria de generación de opinión pública radicada en Madrid genera desafección creciente entre la ciudadanía en Catalunya. Y no solo entre los independentistas.

Cuando Rajoy dice que ni puede ni quiere, no miente. Solo expresa sus limitaciones y la de los intereses que representa. El Gobierno del PP no puede hacer una oferta razonable que pueda ser entendida por una opinión pública largamente intoxicada. No puede. Y tampoco quiere enfrentarse a la ya enquistada lógica clientelar del Estado de las autonomías. Una lógica de intereses cruzados por un sistema irracional, opaco y asimétrico de inversiones públicas y financiación de administraciones.

Caducada la secular solución militar, sin margen de maniobra política y sin fuerza de seducción, al Estado solo le quedan dos recursos: insistir en la amenaza e intentar recuperar el control del relato con el objetivo urgente de erosionar la angulosa opinión pública catalana y hacer más presentable su posición ante la opinión pública internacional.

Una parte de la recuperación del control del relato pasa por imponer una imagen que contraste un actor político dialogante y sensato frente a un movimiento autoritario, populista y escasamente racional. Esta imagen se ha de acabar de visualizar con metáforas que faciliten su comprensión. Metáforas interesadamente dramáticas como la de la amputación o el choque de trenes. ¿Quién en su sano juicio opta voluntariamente por amputaciones traumáticas o choques de trenes? Pues, mira por dónde, eso pretenden estos independentistas enloquecidos.

Pero visto desde Catalunya, estas dos metáforas tienen serios problemas. La metáfora de la amputación niega a la sociedad catalana la condición de sujeto político. Y la metáfora del choque de trenes niega la historia reciente. Ocultar que el choque de trenes ya se ha producido. El choque de trenes fue la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Para que esa sentencia fuera posible el PP dirigido por Rajoy provocó el choque de la locomotora mediática e institucional española contra el Estatut refrendado por la sociedad catalana. Y lo hizo con mucha determinación y plena conciencia.

Fue aquel un episodio central de una implacable lucha por el poder en dos campos: el poder territorial y el poder institucional. Los objetivos instrumentales se alcanzaron al cien por cien. Pero el precio fue altísimo. Como muy pedagógicamente explica el catedrático sevillano Javier Pérez Royo, aquel episodio rompió el pacto constitucional del 78 en Catalunya.

El choque de trenes de julio del 2010 provocó una bifurcación de vías entre la sociedad catalana y el Estado español. Una separación racional y emocional crecientes. Sistémica, no episódica. Se trata, ciertamente, de un hecho histórico que solo se podría revertir con un imposible político: recuperando la propuesta catalana del 2006 y rehaciendo el pacto del 78 con pleno reconocimiento de los derechos nacionales de Catalunya.

Así pues, no habrá choque de trenes entre dos trenes que ya chocaron. Desde entonces asistimos a un muy serio conflicto democrático. Un conflicto que enfrenta una visión restrictiva de la legalidad emanada del pacto constitucional del 78 con la legitimidad emanada de la voluntad democrática de una ciudadanía que, independentista o no, se reconoce como sujeto político. En un contexto democrático como el europeo la salida del conflicto solo puede ser democrática. Y el conflicto ha reforzado sólidamente la imagen de Catalunya como sujeto político.

Llegados a este punto, el inevitable afloramiento de la corrupción sistémica del autonomismo catalán acaba convirtiéndose en un poderoso complejo vitamínico para la voluntad de ruptura democrática del soberanismo.

Enric Marín, profesor de Comunicación y exsecretario general de la UAB.

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