Chuky en los Goya

Que Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla pilotarán la velada es una garantía, un argumento razonable para sentarse a seguir la ceremonia de entrega de los Premios Goya, que suele hacerse larga y latosa. Quizá logren la hazaña de darle ritmo y salpicar de sorpresas agradables la que algunos llaman “la gran fiesta del cine español”. Yo doy un voto de confianza a los geniales humoristas de Muchachada Nui y este sábado me sentaré ante el televisor para reírles los chistes y disfrutar por delegación del suspense, las emociones y la felicidad de los cineastas premiados, que seguro que estarán superatractivos en sus smokings y trajes de noche, todos… o, por lo menos, los jóvenes, pues aunque nos queramos engañar repitiendo que “lo importante es cómo se siente uno por dentro”, ya aseveró Seifert la verdad lapidaria de que “toda la belleza del mundo está en la juventud”, y lo demás son monsergas. Así pues, repito, yo veré los Goya…

—…Y perderás tontamente la noche. Te aburrirás como un macaco enjaulado. ¡Esos premios están malditos! –dice de repente Chuky, el muñeco diabólico que vive dentro de mí.

Porque no es cierto, como pretenden algunos, que todos tengamos “un niño interior” al que debemos mimar. Lo que tenemos todos es un muñeco diabólico; el mío se llama Chuky, viste casaca de color verde, físicamente se parece un poco al podemita Juan Carlos Monedero, y suele despertarse, como ahora, de mal humor.

—¡Recuerda que en años precedentes los presentó Dani Rovira, que no puede ser más simpático pero igualmente fracasó! Reyes y Sevilla estarán, como él, a expensas de los actores. ¿Y qué es un actor? Una caja vacía, que se gana la vida repitiendo lo que otros han escrito, de la manera más convincente posible. Así que a la hora de los discursitos se desquita, quiere demostrar que también piensa por sí mismo. Nos endilga sus convicciones y bellas ideítas, como esas mises tan monas que les preguntan: “¿Cuál sería tu sueño hecho realidad?” y responden: “Que se acaben las guerras y el hambre en el mundo.”

—Hombre, Chuky, yo creo que los actores, como todos, tienen derecho a expresar lo que piensan. Al fin y al cabo, el cine, como hecho cultural que es…

—¿Cultural? ¡Industria del entretenimiento, y gracias! Por cada película con valor cultural o educativo otras mil son evasiones, logradas o fallidas, honestas o desvergonzadas… Pero venga, aunque algo me parezca obsceno y chirriante en un joven actor de smoking, en la ceremonia del glamour, hablando de los ofendidos y humillados, y me haga pensar en aquella tienda de ropa de la Vía Augusta de Barcelona que se llamaba Homeless, soportemos que opinen los actores, y hasta la script y el auxiliar de cámara si así se van a sentir más solidarios y más buenos. Pero cuando uno tiene una gran idea reivindicativa –contra la guerra, el desempleo, el precio de las entradas, el machismo o el canibalismo– ¿todos los demás que salen luego tienen que repetirla? Claro: como actores que son, repetir es lo que les pide el cuerpo. Empiezan llamando al trofeo El Cabezón y desde ahí todo hace bajada. “Bueno, pues ya tenemos El Cabezón”, “Caramba, cómo pesa El Cabezón”. No. Un respeto con Goya, señoras y señores, que una cosa es que la industria capitalice en beneficio propio el prestigio de su alto nombre y otra tratarle con esa cachaza. Y dime: ¿tú no fusilarías a los que salen al escenario y dicen: “No me he preparado nada porque no me lo esperaba”? ¡Hombre, pero si sois cuatro nominados, podías haberte imaginado que alguna opción tenías! Aunque peor es el que se saca del bolsillo un papelito con los agradecimientos, para no olvidarse de nadie. ¿No eres actor? ¡Pues apréndetelos de memoria, holgazán! Y por cierto, ¿es preciso que manifiestes tu gratitud a papá y mamá, a tus hermanos y hermanas, a tus interminables amigos y amigas que han sido tan decisivos en tu carrera hasta hacerte ganar El Cabezón?

—Pues…

—Nada, nada, no me objetes. Aquí lo que es preciso es más lágrimas, más llanto, más emoción y menos agradecimientos. Es una maldita entrega de premios, pero se emite por televisión. ¿Y esa gala plomiza es todo lo que se le ocurre a la industria del entretenimiento para entretenerme? Recuerdo que hacia el año 2002 o 2003 vi a Tom Hanks preparando la gala de la Academia de Hollywood con todos los actores nominados, y les decía: “Nombrar a toda la familia, no. Pero a lo mejor tienes una historia memorable de tu familia y sabes contarla en medio minuto. Hazlo. Nombrar, no. Nombrar no significa nada”. Cuánta razón tenía. Y aún así, los Oscar son también un peñazo…

Buf, cómo estaba hoy Chuky. Yo estoy totalmente en contra de todo lo que ha dicho, pero creo que también él tiene derecho a expresar sus opiniones. ¿No? Tal es la grandeza de la democracia.

Ignacio Vidal-Folch es escritor.

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