Cicatrizar la democracia

Pasado mañana, domingo 29, se celebrarán en Portugal elecciones locales. Aunque muchos lusitanos se ven a sí mismos como ibéricos, europeos o ciudadanos del mundo, en realidad el corazón de la mayoría late sobre todo por su país y su municipio. Las regiones existen, pero de modo desdibujado: son acuarelas territoriales, no marcos. Sólo los dos archipiélagos atlánticos, el de Azores y el de Madeira, poseen estructuras autonómicas. De forma que los portugueses formamos una nación de campanarios provincianos y solemos ser fieles al eco de sus bronces.

En la edad media, el poder municipal desarrolló un papel importante en la historia lusitana: fue uno de los resortes de un sistema democrático premoderno, capaz de imponer a finales del siglo XIV una nueva dinastía, la de Avis, que lanzaría la nación a la gran aventura de los descubrimientos. En la raíz de todos los viajes portugueses existe casi siempre una aldea rudimentaria. Después de la revolución de los claveles, se intentó resucitar esa vieja energía democrática de los municipios, que pasaron a llamarse autarquías.

Las autarquías han dado un considerable dinamismo a la vida lusitana. No obstante, se detectó un problema: la eternización en el poder que ocurre en algunos ayuntamientos. Para evitar esta situación, se aprobó una ley, que ha sido la gran protagonista del proceso electoral. Se trata de un decreto impreciso, un auténtico garabato legal: jamás se ha sabido con exactitud qué permitía y qué prohibía. En fin, una ley que se hizo para no hacerla. El resultado han sido una serie de batallas en los tribunales y un inaudito baile: los candidatos lo eran, dejaban de serlo y lo volvían a ser al ritmo de las decisiones judiciales. Un espectáculo bochornoso para la ciudadanía, obligada a escuchar el chisporroteo de un sistema político averiado.

Estas elecciones hay que leerlas con dos diccionarios: por una parte, alrededor de cada campanario se ha trabado una batalla digna de una novela decimonónica. Conflictos enrevesados que pueden hacer dar la voltereta a la ideología de los electores: hay muchos portugueses que votan a la derecha en las legislativas y a la izquierda en las locales y viceversa. En el fondo, se vota a las personas, no a los partidos.

Pero, por otra parte, este acto electoral puede darnos una idea de por dónde quieren tirar los ciudadanos para salir del atolladero económico, y también en gran parte político, en el que nos hemos metido. Ese es el otro diccionario. En primer lugar, habrá que estar atentos a la abstención, sobre todo en las grandes ciudades: ella nos dirá cuántos portugueses han puesto a la democracia en el trastero. Después veremos si hay ganas de recomponer el espectro partidario. Y ahí las preguntas son varias: ¿se hundirán en las urnas los dos partidos del Gobierno? En realidad, entre la mano de hierro de Passos Coelho, el primer ministro, y los guantes de seda de António José Seguro, el socialista líder de la oposición, los portugueses todavía no parecen tenerlo claro. También resultará interesante ver si el Partido Comunista, que se jubiló hace años en su eterno resultado de entre 7% y 10%, dará el salto hacia delante y logrará salir de su parque jurásico electoral.

Un dato relevante: el número de candidaturas independientes, el mayor jamás registrado en elecciones locales desde el 2001. Muchas de ellas surgen de conflictos dentro de los partidos, son partidarias de otra manera, pero hay otras genuinamente autónomas. Cansados de la política de toda la vida, ¿les votarán los electores? Una mención aparte merece la alcaldía de Lisboa, donde el Don Sebastián de la izquierda portuguesa, el prestigiado socialista António Costa, se presenta a la reelección. Un gran resultado suyo podría hacerlo desembarcar con un nimbo de monarca salvador a la mañana siguiente de la noche electoral en las tristes playas de la actual política portuguesa.

Las democracias peninsulares están heridas. Fueron diseñadas para el desarrollo y la integración europea. No están preparadas para el aterrizaje económico que se está llevando a cabo en nuestro continente y en el que la mayor preocupación consiste en descender sin estrellarse. Y tampoco han previsto los temblores fronterizos que surgen en Europa: temblores políticos, pero también, y mucho, monetarios. El euro es, hoy por hoy, una frontera que vibra y a veces parece romperse. Darles a los vigentes sistemas democráticos peninsulares dimensiones sagradas llevará a que se acerquen a su implosión. Lo más inteligente es reformarlos sin abdicar jamás de la democracia como tal. En Portugal, como en España, los problemas son muchos. Conviene recordar que la democracia inglesa del siglo XVIII también fue a veces la caricatura de sí misma, como se puede ver en el cuadro Elecciones, de William Hogarth. Los peninsulares, en el fondo, no deberíamos olvidar que somos aún aprendices de nuestras libertades. Quizá las elecciones del día 29 nos digan por dónde, en el caso portugués, empezarán a cicatrizar las heridas de nuestro sistema político y social.

Gabriel Magalhães, escritor portugués.

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