Cien años del genocidio armenio

Hace cien años, las comunidades armenias fueron víctimas de matanzas masivas que hay que llamar por su nombre: genocidio. Desde entonces, descendientes de supervivientes, que componen una importante diáspora, en diversos países de Oriente Medio, Rusia, Estados Unidos, Francia, Canadá, Argentina, etcétera, esperan del Estado turco que reconozca este crimen.

El despertar armenio, después de más de medio siglo en que dominó prácticamente el silencio, adoptó primero una forma terrorista, la de acciones dirigidas contra turcos o contra intereses turcos hasta que el ciego atentado cometido en el aeropuerto de Orly en julio de 1983 por el Asala (siglas en francés de Ejército Secreto de Liberación de Armenia, de inspiración nacionalista y marxista-leninista a la vez) suscitara sentimientos de repulsión en la opinión pública en general y, en última instancia, un sentimiento de rechazo de esta forma de acción en el seno de las propias comunidades armenias.

El despertar en cuestión tuvo lugar al principio lejos de Turquía, en Estados Unidos, Canadá y de forma especial en Francia, países donde ejerció –sobre los gobiernos de países con notable presencia de la diáspora armenia– una presión para que su diplomacia influyera en Ankara. Posteriormente se desarrolló también en Turquía, a impulsos de intelectuales de origen armenio sostenidos por sectores cada vez mayores de la intelligentsia laica turca. La figura más destacada del movimiento, el periodista y escritor Hrant Dink, fue asesinado ante la puerta de su periódico en Estambul, en enero del 2007, por un joven nacionalista turco, y este asesinato suscitó un enorme impulso en el que se mezclaban numerosos demócratas amantes de la justicia y la libertad con descendientes de armenios. En el mismo contexto, un redescubrimiento del pasado armenio en Turquía y, para muchos, de sus propios orígenes armenios modeló la imagen de una vida cultural y una historia ignoradas hasta entonces. Oficialmente, se rechazó hablar de genocidio, pero el tabú empezó a emerger con fuerza en la sociedad civil turca.

La existencia del Estado de Armenia, aun cuando sus intereses y condicionamientos sociopolíticos no siempre se correspondían perfectamente con las expectativas de la diáspora, juega asimismo a favor del reconocimiento del genocidio por parte de Turquía. Y, en Pascua, el pasado 12 de abril, en la concelebración de la misa con los católicos armenios por parte del papa Francisco, hizo un llamamiento para “oponerse al mal”, evocando en tal circunstancia el destino de quienes fueron decapitados, crucificados, quemados vivos a causa de su fe”.

En otros países el trabajo llevado a cabo por la sociedad sobre sí misma llevó al reconocimiento de los errores y responsabilidades de un Estado en un genocidio. De este modo, Alemania Occidental asumió verdadera y muy ampliamente su pasado nazi, así como la destrucción de los judíos de Europa por parte de Hitler. Pero todos los gobiernos turcos, hasta ahora, han dado pruebas de intransigencia y se niegan a hablar de genocidio.

¿Negacionismo? Las sucesivas autoridades turcas no niegan la existencia de crímenes masivos y recuerdan incluso que el fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal, los calificó de infames; rechazan que quepa ver en ellos un proyecto estatal de aniquilación de un pueblo, lo que sugiere el mismo nombre de genocidio: esto cuestionaría el discurso teñido de patriotismo cuyas figuras destacadas serían rebajadas al nivel de criminales, y muchas otras, menos elevadas, al de ladrones o ventajistas. Saben, también, que un reconocimiento de tales características podría tener implicaciones considerables, territoriales –existe un Estado armenio, soviético durante mucho tiempo pero independiente en la actualidad, que podría hacer hincapié en reivindicaciones sobre el asunto– y financieras: ¿no habría que resarcir e indemnizar a las víctimas, devolver bienes inmuebles o tierras? Los armenios, además, son cristianos, y darles la razón, en la actualidad, podría constituir un signo de debilidad por parte de un poder que invoca al islam: hablando de genocidio armenio en la celebración de la Pascua, el papa Francisco recordó la existencia de una nación asolada, sin duda, pero también de una nación cristiana, aspecto que no resulta neutro en estos tiempos en que en varios países del mundo musulmán los cristianos son víctimas de actos de violencia terribles o viven bajo tal amenaza.

Tarde o temprano, las presiones internacionales, pero también las internas, harán insostenible la posición de las autoridades turcas y permitirán el reconocimiento del genocidio. Pero, paradójicamente, para las comunidades de la diáspora armenia, para los armenios de Turquía y para los de Armenia, ello no representará tanto el fin de una época que marque tal reconocimiento cuanto la entrada en una nueva época. Una vez obtenida satisfacción sobre este desafío tan crucial, ¿podrán mantener una vida comunitaria, una cultura, unos sistemas educativos propios de su identidad? ¿Podrán no sólo recordar el pasado sino también proyectarse hacia el porvenir como grupo humano? Las reivindicaciones victimarias aportan una fuerza, permiten un combate necesariamente orientado al recordatorio de los sufrimientos históricos, pero no por ello permiten desplegar dinámicas de creatividad cultural. Incluso tienden, en ocasiones, a imposibilitarlas, encerrando a todos cuantos las ponen en práctica en lógicas que conciernen, en tal caso, para recuperar un vocabulario freudiano, a la melancolía. Ser armenio hoy día, mañana, ¿no es otra cosa que referirse a quien ha sobrevivido al genocidio o a sus descendientes? ¿No es reducir la identidad actual a la destrucción del ayer?

El papa Francisco, al aportar su apoyo al combate actual por el reconocimiento del genocidio armenio, no ha actuado únicamente de forma diplomática. Ha aportado, precisamente por el mismo hecho de su intervención y, por tanto, de su implicación, un comienzo o un elemento de respuesta a esta pregunta: los armenios pueden también definirse por su fe, por sus convicciones religiosas, factor susceptible de dar un sentido a su existencia. ¿Puede esto ser suficiente para impedir que las nuevas generaciones de armenios se enclaustren en la melancolía, puede permitirles el proceso de duelo; es decir, de poder actuar en función de un futuro y no sólo de un pasado sin por ello olvidarlo? Existen otras posibilidades de recuperación; algunas de ellas, por ejemplo, consisten en movilizarse desde la diáspora para ayudar al Estado armenio, cuya economía se halla muy malparada; otras, en reflexionar sobre el papel democrático que podrían tener los armenios que viven en Turquía y que se afirman como tales. Esta era una de las ideas de fuerza de Hrant Dink, interesado en los derechos de las minorías y en la democratización de Turquía en general, y no solamente desde el punto de vista de la minoría armenia. En todos estos casos, existe ahí un desafío crucial que se impondrá a partir de que quede constancia del reconocimiento del genocidio por parte de Turquía.

Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *