Cien días en Oriente Medio

La diplomacia de los primeros cien días del presidente Barack Obama en Oriente Medio podría ser titulada la ofensiva charm,tal como ha sido definida por el profesor Walter Laqueur. Titulares como "Obama busca impulsar la paz en Oriente Medio", "Obama intensifica esfuerzos para impulsar la paz" y similares se sucedieron en los medios de comunicación de la región. No faltaron los que aconsejaron sobre lo que debe hacer ni las solicitudes de los que esperan su implicación.

El carismático presidente e inexperto (aún) candidato a deshacedor de entuertos en la región más turbulenta del globo habrá comprobado ya que no hay fórmulas mágicas para lograrlo y que sus problemas - casi todos interconectados en cadena-se resisten a ser resueltos. Consideraciones de orden nacional en la mayoría de los casos han provocado que soluciones viables a problemas de Oriente Medio se hayan malogrado una y otra vez.

El mítico Henry Kissinger, refiriéndose en alguna oportunidad a Israel, comentó que este país no tiene política exterior, dado que esta no es otra cosa que una extensión de su política interior. Pero Israel no tiene la exclusividad: esta calificación se aplica a todos y cada uno de los países de la zona. Pero no menos ha influido la dañina influencia del factor religión: desde el momento en que conflictos nacionales o entre países enfrentados se transformaron en religiosos, los obstáculos para encontrar soluciones promisorias parecen insalvables. Se han creado prejuicios profundamente arraigados y Obama habrá descubierto ya que Oriente Medio es mucho más tortuoso y laberíntico de lo que parece.

Transcurridos apenas cien de los 1.460 días de su mandato, el "realismo de los neoconservadores" se ha evaporado mientras se suceden actos y declaraciones que permiten entrever una implicación en Oriente Medio que da esperanzas a algunos (y preocupan a otros). Pero ¿tendrá Obama la capacidad, una vez finalizada la etapa del charm,de medirse con la realidad con la visión y la voluntad política necesarias? Con su política de nombramientos de los miembros del equipo que se ocupa de la región - negociadores pesos pesados de la diplomacia-y sus declaraciones (las que eran de esperar) sobre un pacífico nuevo orden en la región, la responsabilidad que cabe a su país, la negación de una guerra de su país con el islam, ha predispuesto favorablemente a los principales actores de la política y la sociedad de la región, pero también ha hecho sonar alarmas.

Su visita a un país musulmán, Turquía, las de su secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton, y de sus enviados especiales, la apertura al islam, su nueva política hacia Iraq, su oferta de diálogo al régimen de los ayatolás en Irán, el viraje en la política hacia Siria y su insistencia en la crítica necesidad de una solución del conflicto palestino-israelí basada en la visión de dos estados para los dos pueblos conviviendo pacíficamente han sido, sobre todo, ejercicios de relaciones públicas, pero no pueden ser desestimadas en la política internacional. En sus primeras actuaciones internacionales, Obama ha pronunciado las palabras que la mayoría de sus interlocutores deseaba escuchar. Queda por ver cómo las traducirá en hechos constructivos. El presidente es consciente de que Estados Unidos "ya no es lo que era" y que no es mucho lo que resta de su papel predominante en Oriente Medio en el pasado.

Alguien acaba de recordar que en la reciente cumbre G-20, en Londres, Obama comentó que ya no se repetirán escenarios como los protagonizados por Churchill y Roosevelt, en que se decidía el futuro del mundo en deliberaciones a puertas cerradas. "Este no es el mundo en que vivimos hoy", declaró. El mundo de hoy, en Oriente Medio en particular, espera una implicación en la que convergencia y diálogo sean componentes dominantes. Obama, consciente de que el unilateralismo de su predecesor ha puesto las cosas muy difíciles para Washington, insiste en la necesidad de recuperar la coordinación con sus socios transatlánticos y de neutralizar el papel negativo de una Rusia que vuelve en la región a los vicios de la guerra fría de la URSS, tratando de lograr la "regulación" de sus encontrados intereses y, por supuesto, recuperar la buena disposición de los países de la zona. "Renovaremos las antiguas alianzas y forjaremos nuevas asociaciones duraderas", declaró Obama aun antes de haber asumido la presidencia.

Los expedientes Irán y conflicto palestino-israelí están entre sus primeras prioridades. Las ambiciones hegemónicas de Teherán, que constituyen una amenaza para los regímenes árabes suníes y para Israel, para quien se trata de un peligro existencial, no podrán ser ignoradas por Washington. Sus propios aliados árabes, con el presidente egipcio Hosni Mubarak a la cabeza ("los persas tratan de devorar a los países árabes"), ya se lo recordaron. Pero el diálogo con su aliado israelí, que incidirá en sus esfuerzos en la región, no será fácil. Su Administración podría entrar en vía de colisión con el nuevo Gobierno de Israel a juzgar por algunas de sus declaraciones, que contradicen abiertamente los objetivos de Washington.

Sus encuentros con algunos líderes en mayo y su posterior visita a la región en junio podrían ser críticas. Su implicación activa sólo podrá fructificar si persuade a sus interlocutores de la necesidad de demostrar la "voluntad política y coraje necesarios" que les exige y, por supuesto, con su propio ejemplo.

Samuel Hadas, analista diplomático y primer embajador de Israel en España y la Santa Sede.